La discapacitat com a aventatge estratègic.






La salud mental, al igual que ciertos barrios urbanos, también ha sufrido un proceso de gentrificación. A medida que las élites han comenzado a identificarse crecientemente como discapacitadas, el discurso público sobre la discapacidad se ha desplazado hacia nuevas coordenadas simbólicas.

Lo que antes giraba en torno a las personas verdaderamente afectadas por limitaciones graves, ha sido sustituido por una narrativa más luminosa, más estética, centrada en sujetos altamente funcionales, carismáticos y con buena presencia ante la cámara. Jóvenes privilegiados, con carreras prometedoras, comienzan a construir su identidad —y su influencia mediática— alrededor de diagnósticos de salud mental que, aunque reales, se presentan bajo un prisma comercializable. Algunos acumulan seguidores en redes sociales, consiguen patrocinios o se erigen como voces visibles del «activismo» psicológico.

Este fenómeno no se limita a la salud mental. Paralelamente, también ha crecido la tendencia a reivindicar como discapacidades físicas ciertas afecciones antes consideradas leves o manejables, como la enfermedad celíaca, el síndrome del intestino irritable o la diabetes.

Aunque estas patologías pueden ser incapacitantes en sus formas más severas, lo cierto es que muchas personas las gestionan de manera cotidiana sin verse a sí mismas como discapacitadas. Pero en el contexto de las profesiones simbólicas —diseño, comunicación, tecnología, arte—, definirse como tal puede traducirse en visibilidad, empatía y oportunidades.

Por el contrario, quienes desempeñan trabajos físicos intensos, con menor acceso a recursos sanitarios, rara vez utilizan esa etiqueta: en su mundo, declararse discapacitado no eleva el estatus, sino que lo reduce. Así, la discapacidad se convierte en un signo performativo: fuera del mercado simbólico, es estigma; dentro de él, es capital social.

Sergio Parra, Neodivergencia, PAS y otras capacidades 'cool´, Sapienciología 10/06/2025


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