El menyspreu d'allò humà.





El desprecio de lo humano paralelo al ensalzamiento de lo mecánico es una de las claves de la tecnocracia y de su versión más extrema y más delirante, el transhumanismo. Hace unos meses Elon Musk afirmó, una vez más, su convicción de que la humanidad no es más que un bootloader (“gestor de arranque”) biológico para la “superinteligencia digital”. Ahí tenemos la dignidad humana reducida a cacharro electrónico desechable.

El rostro de la tecnocracia, antes de que tuviera ese nombre, fue ya avistado por un contemporáneo de Rilke, el gran sociólogo, historiador y politólogo Max Weber. En las dos primeras décadas del siglo XX, en un mundo sin ordenadores y en que los únicos medios de comunicación de masas eran los periódicos en papel, Weber denunció el imperio de la burocracia, la reducción del mundo a cifras y la ciega búsqueda de la eficiencia.

Weber critica la racionalidad tecnocrática que todo lo reduce a parámetros de eficiencia, cálculo y control, fomenta la atomización burocrática de la sociedad y lleva a que las personas sean vistas como objetos. En 1918 Weber escribe que la confluencia de la organización burocrática con el “espíritu coagulado” [geronnener Geistde la Máquinaestá fabricando el caparazón de esta esclavitud del futuro [das Gehäuse jener Hörigkeit der Zukunft], a la cual quizás un día la gente se verá forzada a someterse, impotente [...] cuando el criterio de valor último y único sea de la administración y de los suministros.

Max Weber murió en 1920. En una de sus últimas conferencias pronosticó que “el destino de nuestra época se caracteriza por la racionalización y la intelectualización, y, sobre todo, por el desencantamiento del mundo [Entzauberung der Welt]”. El mundo ha perdido el encanto que tenía para nuestros antepasados, que podían todavía maravillarse con la salida del sol cada día, con el fuego del hogar en invierno o con el prodigio de la primavera. Este proceso de racionalización, intelectualización y desencantamiento también conduce a que hoy muchas personas confíen más en las máquinas que en la vida o que en sí mismas.

La obra más importante de Max Weber es Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus (La ética protestante y el espíritu del capitalismo). En sus últimas páginas, señala que la tecnocracia nos está atrapando en un “caparazón duro como el acero” (stahlhartes Gehäuse, a menudo mal traducido como ‘jaula de hierro’) y formula esta reflexión: Nadie sabe todavía quién habitará este caparazón en el futuro, ni si al final de este impresionante desarrollo [...] se producirá una petrificación mecanizada, coronada por una especie de arrogancia convulsiva. A los “últimos humanos” de este desarrollo cultural, bien podría aplicárseles aquella acertada frase [de Goethe]: “especialistas sin espíritu, hedonistas sin corazón: no son nada y creen haber ascendido a una cumbre a la que la humanidad nunca habría llegado.

Un siglo después, el caparazón que nos deshumaniza tiene un aspecto muy distinto: se ha ido convirtiendo en una caverna de plástico y de silicio: una gran caverna que en lugar de un único fuego central tiene una profusión de pantallas. El episodio Fifteen million merits de la serie Black Mirror transcurre íntegramente en un caparazón sin aberturas al exterior, en el que las personas habitan en celdas cuyas paredes están hechas de pantallas que nunca pueden apagarse (como las que Orwell imagina en 1984), y son explotadas por un sistema de espejismos digitales. Los “últimos humanos” a los que aludía Weber están al llegar.

La dureza del acero, con la que Weber visualizaba el caparazón tecnocrático hace poco más de un siglo, evoca el inexorable poder de la tecnología sobre las personas. En la misma época, Iósif Dzhugashvili deriva el pseudónimo con el que será conocido, Stalin, de la palabra rusa para este material poderoso (сталь, stal’, ‘acero’, adaptación del alemán Stahl). Poco después de la Primera Guerra Mundial, la imagen del acero impregna también el título de las memorias bélicas de Ernst Jünger, In Stahlgewittern (Tempestades de acero).

Jordi Pigem, El poder de la máquina (1): "nos descoloca y debilita" (Rilke), Broewstone España 28/06/2025

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

La ciència del mal (Simon Baron-Cohen).