"Seguim creant monstres en el nostre món posthumà".
El sueño de la razón industrial produjo monstruos reales e imaginarios, y convirtió a numerosos seres humanos en víctimas de un sistema dominado por la avidez, desprovisto de todo atisbo de empatía y compasión genuinas. En términos positivos, dio lugar a que no pocas personas alzaran voces reformistas contra la barbarie impuesta por el sistema. En todo caso, si lo pensamos bien, de manera más sutil y manipuladora, hoy seguimos sujetos en nuestro entorno a la tiranía de la tecnología supuestamente creada para hacernos la vida más fácil, sin que mucha gente se dé cuenta de ello. Seguimos creando monstruos en nuestro mundo posthumano.
... en el Manifiesto comunista hay muchos monstruos y fantasmas, ya desde su comienzo: Marx y Engels se refieren al propio comunismo como “espectro” y, posteriormente, el primero tipificaría al capital como “vampiro” en su obra homónima. Esto habla de la extraordinaria capacidad simbólica de estos seres monstruosos. Por otra parte, Drácula y la criatura de Frankenstein son hoy cercanos (y desencantados), pero hay que tener en cuenta que en el instante en el que fueron creados generaron un profundo sentimiento de exquisito terror, como puede verse en las reseñas de la época en la que se publicaron las obras magnas de Mary Shelley y Bram Stoker. Han sido el cine y otras manifestaciones posteriores de la cultura popular los que han ido acercándolos a nosotros, al tiempo que los ha transformado (los monstruos son siempre proteicos y cambiantes) en figuras aún fascinantes y atractivas, pero ya desprovistas de su carga terrorífica inicial. El Gólem es todavía desasosegante porque no se ha humanizado su figura mítica. En todo caso, el mito del Gólem, aunque seguramente no de manera motivada o consciente por parte de Mary Shelley, está emparentado con el del monstruo de Frankenstein (conviene no confundir creador y criatura). El monstruo más recurrente hoy en día es el zombi, lo que dice mucho de la sociedad contemporánea…
La proyección simbólica y metafórica del fantasma es absolutamente polisémica: sirve para plasmar y ejemplificar numerosas facetas de la realidad. En la época victoriana concretamente viene a representar aquello que se teme o no se comprende por completo, como, por ejemplo, según quien lo cultive, el dinero (el capital), el patriarcado, el sujeto o el objeto colonial, los demonios familiares… En suma, lo temido y lo desconocido (o lo que no se desea conocer…), el objeto de las ansiedades y obsesiones de la sociedad victoriana.
(Nuestra relación con la sobrenatural) Sigue existiendo, y siempre existirá, en parte por la necesidad de escapar del excesivo cientificismo imperante y como reacción –consciente o no– contra el dominio de la tecnología. Es lo mismo que sucedió en el Romanticismo, enfrentado al excesivo enciclopedismo dieciochesco y a la supremacía de la razón ilustrada, y en la propia época victoriana, en la que la creencia en lo sobrenatural se opone frontalmente a los excesos del materialismo y la industrialización.
Sea como fuere, lo monstruoso es siempre parte intrínseca de esa inquietante extrañeza, y está ligado a ella de manera indisoluble. Todos los monstruos que causan terror parten de esa condición.
Hay partes de nuestra personalidad que nos resultan ajenas de manera consciente, como pone de manifiesto el mundo de los sueños, al que solo podemos asomarnos, pero no dominar o subyugar. Y así con otros aspectos de la psicología humana, que es en sí compleja. La casa de nuestra mente está también encantada… Lo importante para nuestro bienestar psicológico y emocional (sigo acordándome de Jung) es tratar de, en la medida de lo posible, dominar y encauzar los aspectos negativos de nuestra personalidad para no convertirnos en “monstruos” para nosotros mismos y para los demás.
Como demuestra el magistral relato, El corazón de las tinieblas, de Conrad (que, por ejemplo, Coppola llevó a la pantalla en Apocalypse Now, emplazada en la guerra del Vietnam), es muy fácil para el ser humano pasar de la civilización a la barbarie, y el devenir de la Historia demuestra que las distintas etapas de esta han consistido en parte en una sucesión de “tinieblas”. Con todo, quedémonos con un halo de esperanza, porque, en el seno de dichas tinieblas también ha brillado la luz, aunque sea de manera intermitente. A ella hemos de aferrarnos para que nos guíe, en compañía de los monstruos con los que vivimos, los cuales, bien encauzados, pueden aportarnos enriquecimiento personal. En todo ser humano, aunque sea en lo más recóndito, late ese corazón de las tinieblas del que debemos regresar con un mayor aprendizaje y comprensión de la vida. En todo caso, lo que sí es cierto es que los monstruos literarios que representan esa complejidad simbólica, y especialmente los del periodo victoriano, son una fuente de disfrute en nada exento de reflexión que recomiendo encarecidamente revisitar.
Esther Peñas, entrevista a Antonio Ballesteros González: "La creencia en lo sobrenatural se opone a los excesos de la industrialización", ctxt.es 01/12/2023
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