Llenguatge i política.






Queríamos reinventar la lingüística para que pudiera centrarse no sólo en la información, sino también en la identidad social, las emociones y las prácticas.

Pensamos que era necesario unir la lingüística, la psicología, la sociología y la filosofía de una manera que pudiera ayudar a las personas a comprender lo que está sucediendo en la sociedad. 

En cualquier familia, encontrará bastante debate sobre cómo se deben usar las palabras, sean consideradas buenas o malas. Por ejemplo, ¿cuándo es perjudicial un término? Hace poco ha habido debate en mi departamento sobre personas que acusan a otras de no haber creado un “espacio seguro”. ¿Qué significa eso? ¿Es una cuestión de lenguaje, podría ser simplemente una cuestión ética o es imposible separarlas? Hay un problema de lenguaje y luego está el problema real. Es imposible separarlos. 

Al traducir mi libro sobre el fascismo al español me di cuenta de las resonancias de la palabra “facha”. También se tradujo al catalán y cuando fui a presentarlo a Barcelona el título hizo que algunas personas pensaran que yo estaba a favor de la independencia catalana... Sin importar el contenido, la palabra despierta asociaciones en las personas. Y vemos cómo eso se explota en todo el mundo. Las palabras llevan sus historias consigo.

El gran desafío es comprender que es así sin que perdamos de vista la noción de verdad. Si todo lo que decimos está de alguna manera influenciado por nuestra propia perspectiva, nuestra experiencia, ¿eso significa que todo es relativo y que estamos perdidos al intentar decir algo definitivo sobre el mundo? Una gran parte del libro La política del lenguaje intenta desarrollar una forma de pensar sobre el lenguaje de modo que, aunque cada uno tiene su propia perspectiva y no existe una perspectiva neutral, sí podemos decir cosas que describen el mundo y nuestra situación social con precisión.

Los medios intentan constantemente encontrar un vocabulario neutral, pero acaban recurriendo al que les ofrece la extrema derecha. Tome el término “alt-right” o “derecha alternativa”. Los principales medios de comunicación han utilizado este término, a pesar de que fue ideado por neonazis como neutral. O utilizan la palabra “populismo” sin hacer distinción entre izquierda y derecha.

 Incluso las palabras comunes pueden ser cuestionadas. En este caso particular, “río” y “mar” se convierten en palabras en disputa por el eslogan pro-palestino de “seremos libres del río al mar”, que tiene una larga historia. A medida que pasan de boca en boca, muchas palabras comunes muestran inherentemente su perspectiva. Pero también -y esta es una idea de Edward Herman y Noam Chomsky sobre la fabricación del consentimiento-, lo que no se escucha, lo que la gente no dice. La gente nos podría criticar por no usar una palabra en particular. Pero no se trata sólo de no usar una palabra, sino de la información que falta. Incluso cuando te fijas en las palabras y dices “a mí me parecen neutrales, no veo ningún sesgo”, si miras a lo que no se ha dicho, hay tanto sesgo como en lo que se ha dicho. Y eso no significa que lo que se ha dicho no fuera cierto. Pero puede no serlo si quieres una representación completa de la situación real en una guerra. 

En política se utiliza el método de pasar a un vocabulario diferente, a un conjunto compartido de valores.

Un ejemplo es cuando Suiza intentó aprobar un proyecto de ley de inmigración que decía que cualquier inmigrante debería ser enviado de regreso a su país de origen si era arrestado, incluyendo por multas por exceso de velocidad, y esto incluiría a las personas nacidas en Suiza que nunca habían puesto un pie en el país de sus padres. Lo sometieron a referéndum, parecía que iba a aprobarse, pero la ley fue derrotada por un movimiento que cambió el lenguaje de la inmigración y el crimen por el lenguaje de la justicia y los valores suizos. Se trató de cambiar el enfoque de un conjunto de preocupaciones sobre el crimen a otro conjunto de preocupaciones, sobre los valores. Así que la cuestión de la justicia, la equidad y la conexión de la identidad suiza con esos valores terminaron por derrotar la iniciativa.

En elecciones locales en Estados Unidos expresiones como “cambio climático” hacen que alguna gente se ponga a la defensiva, en plan “no creo que exista el cambio climático porque soy de derechas”. Mis colegas del proyecto de comunicación sobre el cambio climático de Yale ayudan a redactar proyectos de ley para comunidades locales que impulsan iniciativas centradas en los efectos del clima allí, sin mencionar esas palabras cargadas y hablando de cosas concretas, con mensajes como “nuestra playa está en riesgo de erosión”.

El evitar el vocabulario y crear otro es un método clásico de la teoría política democrática. Se trata de centrarse en un nuevo conjunto de intereses comunes y evitar detonantes de asuntos controvertidos, como los marcadores de identidad.

Una vez que la gente se siente agraviada es muy sencillo para alguien manipular esos agravios y convertirlos en antagonismo contra otros, usando un lenguaje divisivo. El filósofo alemán Karl Schmidt, una especie de filósofo del fascismo, avanzó esto al decir que la única forma de gobernar un país era crear enemigos que la gente odiara. Se ve lo mismo en 1984 de Orwell. Pero la filósofa Hannah Arendt se pregunta por qué la gente tiene estos agravios en primer lugar: de eso habla en Los orígenes del totalitarismo.

Esto entronca con la larga historia de personas cuyas voces no se escuchan o que tienen la sensación de que sus voces no se escuchan. En Alemania, después de la Primera Guerra Mundial había muchas personas que no sólo eran pobres, sino que sentían que sus preocupaciones no estaban siendo atendidas; creyeron que su vida tenía sentido cuando alguien ofreció una forma de canalizar esa ira contra otros grupos.

Lo humano no es odiar, lo humano es sentirse mal y eso puede canalizarse hacia el odio. Lo que puedes hacer en la práctica al respecto es fortalecer la democracia. ¿Es demasiado tarde para hacer eso en muchas democracias? Desafortunadamente, esa es una pregunta que no tiene una respuesta fácil. 

Tenemos un repertorio de mitos antidemocráticos en nuestras sociedades. Por ejemplo, desde que empecé a visitar España en los años 90, siempre me ha sorprendido el hecho de que la gente viera la Reconquista como algo positivo.

Ahora es algo de extrema derecha porque se relaciona con los mensajes contra la inmigración o los musulmanes. Creo que es mérito de Santiago Abascal que ya no sea percibido como positivo. La palabra “reconquista”, el mito que la acompañaba y la evaluación positiva eran como una bomba esperando a ser explotada. Y Vox lo hizo. 

El discurso siempre puede jugar un papel central en la violencia masiva. Por supuesto, tenemos casos extremos, como el genocidio de Ruanda. Llamar a los tutsis “serpientes” jugó un papel muy específico porque en Ruanda matar una serpiente es una cuestión de virilidad, es un honor matar a una serpiente. Llamar “serpientes” a los tutsis es decir que es un honor matarlos. 

Hay otro tipo de discurso que se asocia con la violencia masiva. Y ese es el discurso burocrático, como el del gulag, donde, por ejemplo, a la muerte la llamaban “pérdida de mano de obra”. De manera similar, el Holocausto nazi tuvo este elemento de discurso burocrático que de alguna manera deshumaniza y permite seguir matando. Ese es el caso extremo del discurso burocrático que etiqueta a las personas como amenazas existenciales. En Israel y Gaza en este momento también se está utilizando este discurso, es una forma clásica de preparar a la gente para la violencia masiva.

Incluso cuando las intenciones de las personas son buenas, a menudo las palabras son reveladoras de prejuicios subyacentes e ideológicos, formas de pensar sobre quiénes son las personas y cuál es su valor y qué están haciendo en el lugar en el que se encuentran. Revelan esos prejuicios mediante el uso del lenguaje. En el momento en que alguien te dice eso, sientes la condescendencia, te están marcando como un extraño. 

Es como la afirmación de “no eres de por aquí”. Puede ser cierto, pero no se trata de su verdad o falsedad. Lo que significa es que “no eres uno de nosotros”. Es un reclamo de identidad. Cada vez que las personas hacen afirmaciones de identidad, ya sea expresadas como tales o no, tienen el potencial de herir y dividir.

Y esa es la clave para la difusión de ideologías antagónicas que la gente común está dispuesta a aceptar. No es lo que se transmite como tal lo que importa. Es lo que la gente capta, lo que resuena y lo que reutiliza.

“Libertad” es la palabra más utilizada en la propaganda. La libertad de expresión también tiene una historia similar, a veces usada por la izquierda y a veces por la derecha. En la República de Weimar, fueron los nazis quienes hablaban de la importancia de la libertad de expresión. 

Un ejemplo más específico sobre las controversias actuales es el término “genocidio”. ¿Rusia está cometiendo genocidio en Ucrania? ¿Israel está cometiendo genocidio en Gaza? ¿Hamás inició un genocidio en Israel? 

María Ramírez, entrevista a David Beaver y Jason Stanley: "Lo que no se dice tiene tanto sesgo como lo que se dice", eldiario.es 25/11/2023

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