El significat de la paraula "igualtat"




Sería obvio decir que lo contrario de la desigualdad es la igualdad: tras el fracaso de los sistemas “igualitaristas”, casi nadie lo dice. Entonces, para el ala derecha, la igualdad ha recibido un apellido con ínfulas: “De oportunidades”. Lo que reclaman y proclaman es la “igualdad de oportunidades”, una entelequia inverosímil. Esa igualdad debería consistir en que, al principio, todos tengan las mismas chances: que la línea de salida sea una para todos. Para empezar, la metáfora de la carrera es triste: supone que su partida es igual solo para legitimar las desigualdades que se puedan ir produciendo en ese recorrido. O sea: que el fin de esa igualdad es legitimar la desigualdad resultante. Y, por otro lado, esa supuesta igualdad de inicio es falsa: por más que un joven acceda a escuelas públicas o becas o ayudas nunca podrá recuperar la ventaja de quien tenga unos papás educados y ricos, libros y contactos, charlas y viajes y acomodos —los productos de la desigualdad.

Para el ala ¿izquierda?, en cambio, la igualdad se ha reducido mucho. Así como “memoria” se volvió el recuerdo de las atrocidades cometidas por alguna dictadura, “igualdad” es la necesidad de igualar el trato y las opciones entre mujeres y hombres. Es indispensable; es reductor. En España, sin ir más lejos, hay un “Ministerio de Igualdad” que se ocupó básicamente de eso: no de la igualdad de los obreros con sus patrones, no la de los parados sentados en un banco con los dueños y dueñas de los bancos; no, casi todo se ha vuelto una cuestión de género. Es lógico que, siendo las mujeres la mitad de la población, ocupen la mitad de los sillones parlamentarios. Sería lógico, entonces, también, que siendo los inmigrantes el 10%, uno de cada diez fuera para ellos. Y lo mismo para los obreros, los ancianos, los ensillados y demás comunidades nada autónomas. El Congreso estaría lleno de miembros y, para reducirlo y que cupieran, habría que trabajar los cruces: una mujer gitana y coja de origen rumano que limpia casas tendría todas las chances de ser diputada, como bien sabemos.

O quizá no. Entre géneros y oportunidades, el resultado es que nunca, desde 1789, la palabra igualdad fue tan poquito. Si no conseguimos recargarla, volver a darle un valor fuerte, terminará por no significar casi nada. Y el problema no será suyo sino nuestro.

Martín Caparrós, La palabra igualdad, El País 02/12/2023

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