Algoritme i receptes de cuina.








Un algoritmo es una secuencia ordenada de pasos, exentos de ambigüedad, que cuando se lleva a cabo con fidelidad en un tiempo finito da como resultado la solución del problema planteado, habiendo realizando, por tanto, la tarea para la que se diseñó. Así, para que un algoritmo sea correcto necesita cumplir lo siguiente: debe terminar siempre tras un número finito de etapas; las acciones que ha de llevar a cabo en cada etapa deben estar rigurosamente especificadas, sin ambigüedades; los valores con los que comienza a funcionar se han de tomar de conjuntos preespecificados; el resultado que proporcione siempre dependerá de los datos de entrada; todas las operaciones que haya que realizar en el algoritmo deben ser lo suficientemente básicas como para que se hagan exactamente y en un periodo finito de tiempo. Cuando no se da alguna de estas propiedades, no tenemos un algoritmo.

Los algoritmos, por tanto, no son como las recetas de cocina, que pueden tener reglas imprecisas, y como consecuencia producir resultados tan distintos como imprevisibles. Son procesos iterativos que generan una sucesión de puntos, conforme a un conjunto dado de instrucciones y un criterio de parada. Como tales, no están sujetos a restricciones tecnológicas de tipo alguno, es decir, son absolutamente independientes del equipamiento tecnológico disponible para resolver el problema que afronten. Es el programa en el que se escriba el algoritmo, el software, el que lo ejecuta en un computador.

Cuando ese programa y el algoritmo en el que se basa están diseñados con técnicas y metodologías de IA, y por tanto basadas en el comportamiento de las personas, a veces pueden surgir problemas a la hora de conocer y aceptar las decisiones que toma dicho programa.

Podemos sentirnos amenazados por creernos que esas máquinas realizan nuestros trabajos mejor que nosotros o porque nadie sepa explicar el comportamiento que tienen cuando actúan saliéndose de lo previsto, produciendo sesgos indeseables, soluciones no sostenibles o, en definitiva, porque consideremos que no tienen un comportamiento ético.

Pero esa es la versión que se ve desde el lado del usuario, es decir, de quien observa cómo se comporta ese sistema. Porque desde el lado del diseñador, a veces los resultados se ajustan exactamente a lo que conscientemente se había previsto en el algoritmo de origen y el correspondiente software que llega a los usuarios.

José Luis Verdegay Galdeano, ¿Necesitamos un organismo que supervise la IA?, ethic.es 15/08/2022

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