Urgencia política de lo religioso (Ignacio Castro Rey)
Es necesario apostar por un enigma real, por una distancia interior que nos libre de esta neurosis del juicio de los otros. La religión es indispensable para zafarse de la servidumbre colectiva, de la tendencia a sacralizar lo mundano -la política, la ideología, la nación, la economía- que se da en esta sociedad que dice no creer. Un personaje italiano dijo: "Arrodillarse ante Dios nos libra de arrodillarnos ante los hombres".
Se llega a Dios a través del miedo, después de una temporada en el infierno. No se puede creer en santa Bárbara si no se pasó una tormenta. Igual que no se deja de fumar si uno antes no se asusta, no se puede dejar el vicio del Yo -primera piedra de nuestra creencia laica- si no se atraviesa cierto espanto. Pertenezco a una generación en la que los curas y los militares eras responsables del mal. Pues no. Los curas tenían razón al hablar del pecado y del infierno, pues es una obligación moral -también para ser libres- cargar en la tierra con una culpa original. Experimentar los límites de nuestro endiosamiento, creer seriamente en algo radicalmente Otro, es clave para recuperar cierta jovial independencia. Sin un entrenamiento traumático que rompa el narcisismo, el ser humano está entregado a la triste auto-explotación de su imagen, a creer en el brillo del Yo y en el de la sociedad que lo mima. Por el contrario, una experiencia emocional de los límites alimenta un despertar a otro tipo de conocimiento.
Creo que Dios es una creación de los humanos que han experimentado lo inhumano en su interior. Brota del "infinito en acto" de Descartes, una interior zona ártica más alejada que cualquier exterior geográfico. Es como si Dios -o los dioses- fuese una secreción de la propia vida en la tierra, que siempre ha sido profundamente onírica, mezclada con toda clase sueños y alucinaciones. Tal vez por este materialismo espectral que viven los humanos, no se conocen sociedades sin un tipo u otro de religión. Llamarle primitiva a esa experiencia es nuestra forma cultural de racismo. Propia, por cierto, de la religión positiva del progreso, una de las que más víctimas ha causado.
Pienso que Dios, el que sea -tal vez en el fondo siempre es el mismo, dice Simone Weil-, es una figura necesaria para la integridad física y ética del ser humano. Dios es un nombre que le damos a lo incondicional que nos une a ti y a mí, seamos quienes seamos. Es la manera de referirnos a esta vitalidad insondable de la muerte, que funda una hermandad libre de las diferencias étnicas y culturales. En Esto esa agua, Foster Wallace dice que no puede haber ateos en la "trincheras" de la vida corriente. Para sobrevivir es necesario adorar algo, aunque hay que procurar que aquello que adoramos no nos devore, como ocurre hoy con la popularidad, el dinero o el poder.
Frente al fanatismo tendencial de los humanos, las religiones son algo así como una válvula de seguridad, permiten una especie de materialismo en tránsito que no necesita santificar ningún presente histórico. No se me escapa que las religiones, como cualquier movimiento humano, han participado en las peores matanzas. Pero a veces ha sido, quizá sea el caso del fundamentalismo islámico, por acoso y desesperación. El problema es que cuando huimos del "esencialismo" tradicional caemos en un esencialismo todavía peor, sacralizando la sociedad, la opinión pública o la tecnología.
Es cierto que el "silencio de Dios" debe permitir que ocurra cualquier cosa, incluido el sufrimiento de los inocentes. Tiene que ser así, pues el dolor es una oportunidad, un camino de vuelta. La necesidad infinita de lo que ocurre se expresa como un accidente para nosotros, en nuestro conocimiento limitado. No creo que haya una religión donde Dios o los dioses sean indiferentes y se limiten a contemplar la vida de los hombres. Ya contemplar es mucho, pues nos obliga a perfeccionar la vida personal como si alguien estuviera mirando.
11. ¿Dios es necesariamente bondadoso? ¿Podemos imaginarnos un Dios destructivo, colérico, malvado vengativo?
La bondad no es algo fácil, ni simple, ni está libre de sendas torcidas. Con frecuencia llega a nosotros través de un largo rodeo. De ahí el dicho: "Quien bien te quiere te hará llorar". Shakespeare nos recuerda también que has de ser cruel para ser amable. Sé que esto es políticamente incorrecto, pero la verdad es difícil y nunca se acerca por las amplias avenidas de la política. ¿La vida es bondadosa y justa? No, no siempre, no fácilmente. "Dios" es así un modo de nombrar que, tras unas inevitables injusticias a veces muy crueles, alienta un signo, una fortaleza que espera, un aprendizaje que espera. No se habla aquí de resignación, que tampoco es despreciable, sino más bien de la sabiduría de una resistencia. Porque no solo las desgracias son difíciles, también los golpes de suerte pueden traer posteriores infortunios. Tanto el fracaso como el éxito son arduos de interpretar en sus consecuencias. En todo caso tenemos las derrotas para extraer de ellas una lección y convertir el estiércol en abono. ¿Existe otra forma de fortalecerse que los errores y dolores, hay otro máster para cambiar como personas? En el fondo, toda pedagogía es la del trauma y del error, de ahí la importancia cristiana del pecado para que ocurra la gracia. Dios no cierra una puerta sin abrir otra, se dice, aprieta y no ahoga. El propio Nietzsche, además de Santo Tomás o Spinoza, insiste en que el "mal" es un rodeo necesario para el "bien"*. El mal es la materia prima del bien, hace que el bien no pueda ser nunca banal, como ocurre en el puritanismo laico actual. Si no hubiera tormento, ni dolor ni peligro en la tierra, como querría esta corrección política de la hipocresía progresista, la comedia humana perdería verosimilitud y fuerza real. De hecho así es, y la banalidad de nuestro bien ficticio se pasa el día, para justificar su moralismo, imaginado terrores externos. Vivimos retirados en un elitista y aburrido aislamiento adornado con obscenidades enlatadas. El peligro y la derrota, la violencia nunca debieron ser excluidas si queremos abrirnos a la aventura de una vida real. Incluso para recuperar el éxtasis de ocasionales reuniones de lo sagrado y lo profano, negándose a encerrarse en la seguridad privada, es necesario atreverse a ser un peligro. La reducción del sentimiento religioso a lo privado siempre ha sido una trampa del absolutismo civil. La separación de poderes solo vale para el reino mundano del César. En la vida es necesario resistir en una sola humanidad mortal, en una sola existencia. Solo así podremos rodear la relatividad de esta época, su necesidad cruel de entretenimiento, con una entereza donde la inocencia sea posible todavía. Se ha cultivado una visión blanda del cristianismo, como si la religión del amor fuera una cosa de flojos. Es lo contrario, hace falta ser un luchador nato para amar a esta humanidad que siente asco ante el cercano y es solidaria con las víctimas lejanas que mendigan ayuda.
En ausencia de una envoltura religiosa en las culturas, el fanatismo de las ideologías toma el mando. El narcisismo de las minorías es nuestro gran remedio contra el malestar mayoritario. Pero es una solución impotente, pues la infelicidad, la crispación y el mal humor crecen. Nos ha invadido un odio de hormigas, dice Limónov. Y tal vez esto es un aspecto más de nuestra chinificación, de un intervencionismo anímico del estado cada día más descarado. Bajo su amparo, nos pasamos la vida en una guerra civil de múltiples sectarismos: el género elegido contra el sexo natal, los activistas queer contra las feministas, los animalistas contra todos, "Occidente" contra medio mundo... Solo nos une el supuesto mal de los otros y el espectáculo de una victimización cada día más humillante. Nadie está libre de culpa, nadie, tampoco las minorías que acaban encantadas de ser reconocidas, pero se constituyen contra un resto que apesta. La mayoría de nuestros movimientos progresistas son parte del elitismo metropolitano del "primer mundo". De hecho, nuestras orgullosas minorías han apoyado más de una vez las crueles "guerras justas" de Occidente**. El racismo de la "sociedad internacional" es un escándalo. Hasta este último conflicto con Rusia es resultado de una estupidez binaria que se podía haber evitado. Solo había que escuchar, hace más de diez años, a esos otros cristianos eslavos, tan distintos a la furia puritana del planeta angloamericano.
Ignacio Castro Rey
Fragmentos entrevista realizada por Pepe Peinó
email recibido 14/05/2022
Entrevista completa:
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