Ètica del diàleg platònica (Pierre Hadot).
Persuadido de que el hombre no puede vivir como hombre más que en una
ciudad perfecta, Platón quería, en
espera de que ésta se realizara, hacer vivir a sus discípulos en las
condiciones de una ciudad ideal y deseaba, a falta de poder gobernar una
ciudad, que pudiesen regir su propio yo conforme a las normas de esta ciudad
ideal. Es lo que intentará hacer, también, la mayoría de las escuelas
filosóficas posteriores.
En espera de poder dedicarse a una actividad política, los miembros de la
escuela se consagrarán a una vida desinteresada de estudio y de práctica
espiritual. A semejanza, pues, de los sofistas, pero por otras razones, Platón
crea un medio educativo relativamente separado de la ciudad. Sócrates, por su parte, tenía otro
concepto de la educación. A diferencia de los sofistas, consideraba que la
educación debía hacerse no en un medio artificial, sino, como sucedía en la
antigua tradición, mezclándose a la vida de la ciudad. Pero, precisamente, lo
que caracterizaba la pedagogía de Sócrates
es que atribuía una importancia capital al contacto viviente entre los hombres,
y esta vez Platón comparte esta
convicción. Encontramos en él esta concepción socrática de la educación por medio
del contacto vivo y del amor, pero, en cierta manera, Platón la institucionalizó en su escuela. La educación se hará en
el seno de una comunidad, de un grupo, de un círculo de amigos, donde reinará una
atmósfera de amor sublimado. (…)
Según la República (539 d-e), los
futuros filósofos no deberán ejercitarse en la dialéctica más que cuando hayan
adquirido cierta madurez, y lo harán durante cinco años, de los 30 a los 35. No
sabemos si Platón aplicaba esta
regla en su escuela. Pero, necesariamente, los ejercicios dialécticos tenían su
lugar en la enseñanza de la Academia. La dialéctica era, en la época de Platón, una técnica de discusión
sometida a reglas precisas. Se planteaba una "tesis", es decir, una
proposición interrogativa del tipo: ¿puede enseñarse la virtud? Uno de los dos
inter locutores atacaba la tesis, el otro la defendía. El primero atacaba
interrogando, es decir, haciendo al defensor de la tesis preguntas hábilmente
elegidas para obligarlo a dar unas res puestas tales que se viera llevado a
admitir la contradictoria tesis que pretendía defender. El interrogador no
sostenía una tesis. Por eso Sócrates
solía desempeñar el papel del interrogador, como lo dice Aristóteles: "Sócrates siempre tenía el papel del interrogador
y jamás el de quien contestaba, pues confesaba no saber nada" _27 La
dialéctica no sólo enseñaba a atacar, es decir, a conducir atinadamente
interrogatorios, sino también a contestar desbaratando las trampas del interrogador.
La discusión de una tesis será la forma habitual de la enseñanza, hasta el
siglo I a.C.
La formación dialéctica era absolutamente necesaria, en la medida en que
los discípulos de Platón estaban
destinados a desempeñar un papel en la ciudad. En una civilización que tenía
como centro el discurso político, había que formar a la gente para un perfecto
dominio de la palabra y del razonamiento. A los ojos de Platón de hecho era peligrosa, pues amenazaba con hacer creer a los
jóvenes que se podía defender o atacar cualquier posición. Por eso la
dialéctica platónica no es un ejercicio puramente lógico. Es más bien un
ejercicio espiritual que exige de los interlocutores una ascesis, una
transformación de ellos mismos. No se trata de una lucha entre dos individuos en
la que el más hábil impondrá su punto de vista, sino de un esfuerzo hecho en
común por dos inter locutores que quieren estar de acuerdo con las exigencias
racionales del discurso sensato, del logos.
(…)
Un verdadero diálogo no es posible más que si verdadera mente se quiere
dialogar. Gracias a este acuerdo entre inter locutores, renovado en cada etapa
de la discusión, no es uno de los interlocutores el que impone su verdad al
otro; muy por el contrario, el diálogo les enseña a ponerse en el lugar del
otro, luego a sobrepasar su propio punto de vista. Gracias a su sincero
esfuerzo, los interlocutores descubren por sí mismos, y en sí mismos, una
verdad independiente de ellos, en la medida en que se someten a una autoridad
superior, el logos. Como en toda la
filosofía antigua, la filosofía consiste aquí en el movimiento por medio del
cual el individuo se trasciende en algo que lo supera, para Platón, en el logos, en el discurso que implica una exigencia de racionalidad y
de universalidad. De hecho este logos
no representa una especie de saber absoluto; se trata en realidad del acuerdo
que se establece entre interlocutores que se ven llevados a admitir en común
ciertas posiciones, acuerdo en el que rebasan sus puntos de vista particulares.
Esta ética del diálogo no se traducía necesariamente en un perpetuo
diálogo. Sabemos por ejemplo que algunos tratados de Aristóteles, que de hecho se oponen a la teoría platónica de las
ideas, son manuscritos de preparación a las lecciones orales que éste había
dado en la Academia; ahora bien, se presentan como un discurso continuo, en
forma didáctica. Pero en efecto parece que, conforme a una costumbre que se
perpetuó en toda la Antigüedad, los auditores podían expresar sus opiniones
después de la exposición. Hubo seguramente muchas otras exposiciones de
Espeusipo o de Eudoxio expresando cada uno puntos de vista muy diferentes.
Había pues una búsqueda en común, intercambio de ideas, y se trataba una vez más
de una especie de diálogo. Platón
concebía de hecho el pensamiento como un diálogo: "El razonamiento y el
discurso son, sin duda, la misma cosa, pero ¿no le hemos puesto a uno de ellos,
que consiste en un diálogo interior y silencioso del alma consigo misma, el
nombre de razonamiento?" (Sofista,
263 c 4) (72-76)
La filosofía como modo de vida.
Pierre Hadot, ¿Qué es la
filosofía antigua?, Fondo de Cultura Económica, México 1998
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