L'objectiu últim de l'interrogatori socràtic (Pierre Hadot).
En su Apología de Sócrates, en la
que Platón reconstruye a su manera
el discurso que Sócrates pronunció
ante sus jueces durante el proceso en el que fue condenado, éste relata cómo
uno de sus amigos, Querefón, preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más
sabio (sophos) que Sócrates, y el oráculo le contestó que
nadie era más sabio que Sócrates.
Este último se pregunta entonces lo que quiso decir el oráculo y se lanza a una
larga indagación dirigiéndose a personas que, conforme a la tradición griega,
poseen la sabiduría, es decir, el saber hacer, hombres de Estado, poetas,
artesanos, para descubrir a alguien más sabio que él. Se da cuenta entonces de
que todas estas personas creen saberlo todo, cuando no saben nada. De ello
concluye pues que si él es el más sabio, es porque, por su parte, no cree saber
lo que no sabe. Lo que el oráculo quiso decir es pues que el más sabio de los
seres humanos es "aquel que sabe que no vale nada en lo que se refiere al
saber". Ésta será precisamente la definición platónica del filósofo en el
diálogo intitulado el Banquete: el
filósofo no sabe nada, pero es consciente de su no saber.
La tarea de Sócrates, la que le
fue confiada, dice la Apología, por
el oráculo de Delfos, es decir, finalmente por el dios Apolo, será pues hacer
que los demás hombres tomen con ciencia de su propio no saber, de su no
sabiduría. Para llevar a cabo esta misión, Sócrates
tomará, él mismo, la actitud de alguien que no sabe nada, es decir, la de la ingenuidad.
Es la famosa ironía socrática: la ignorancia fingida, el semblante cándido con
el cual, por ejemplo, indagó para saber si alguien era más sabio que él. Como
dice un personaje de la República(337ª)
"Ésta no es sino la habitual ironía de Sócrates y yo ya predije a los
presentes que no estarías dispuesto a responder, y que, si alguien te
preguntaba algo, harías como que no sabes, o cualquier otra cosa, antes que
responder".
Por ello, en las discusiones, Sócrates
siempre es el interrogador: "es que confiesa no saber nada", como lo
señala Aristóteles.”Sócrates,
despreciándose a sí mismo -nos dice Cicerón-,
concedía más de lo necesario a los interlocutores a quienes deseaba refutar:
así, pensando una cosa y diciendo otra, se complacía en utilizar habitualmente
este disimulo que los griegos llaman 'ironía'." A decir verdad, no se
trata de una actitud artificial, de una idea preconcebida de disimulo, sino de
una especie de humorismo que se niega a tomar demasiado en serio tanto a los
demás como a sí mismo, porque, precisamente, todo lo que es humano, y aun todo
lo que es filosófico, es algo muy inseguro, de lo que poco puede uno
enorgullecerse. La misión de Sócrates
es pues hacer tomar conciencia a los hombres de su no saber. Se trata aquí de
una revolución en la concepción del saber. Sin duda, Sócrates puede dirigirse, y lo hace gustoso, a los profanos que
sólo tienen un saber convencional, que no actúan sino bajo la influencia de
prejuicios sin fundamento pensado, a fin de mostrarles que su presunto saber no
se basa en nada. Pero se dirige sobre todo a los que están persuadidos por su
cultura de poseer "el" saber. Hasta Sócrates, había habido dos clases de personajes de este tipo: por
una parte los aristócratas del saber, es decir, los maestros de sabiduría o de
verdad, como Parménides, Empédocles o Heráclito, que oponían sus teorías a la ignorancia de la multitud;
por la otra, los demócratas del saber, que pretendían poder vender el saber a
todo el mundo: se habrá reconocido a los sofistas. Para Sócrates, el saber no es un conjunto de proposiciones y de fórmulas
que se pueden escribir, comunicar o vender ya hechas; como lo muestra el
principio del Banquete, Sócrates llegó tarde porque se quedó
meditando inmóvil y de pie, "aplicando su mente a sí mismo". También
cuando hace su entrada a la sala, Agatón, quien es el anfitrión, le ruega que
vaya a sentarse cerca de él, a fin de que, "con tu contacto, dice, pueda
hacer de mi provecho este hallazgo de sabiduría que acaba de presentarse a
ti". "Qué felicidad sería -contesta Sócrates-si el saber fuese algo de una especie tal que, de lo que
está más lleno, pudiese fluir a lo que está más vacío." Lo que quiere
decir que el saber no es un objeto fabricado, un contenido terminado,
transmisible directamente por medio de la escritura o de cualquier discurso.
Cuando Sócrates pretende que
sólo sabe una cosa, a saber, que no sabe nada, 'es pues porque rechaza la
concepción tradicional del saber. Su método filosófico consistirá no en transmitir un saber, lo que equivaldría a
contestar las preguntas de los discípulos, sino, por el contrario, a interrogar
a los discípulos, porque él mismo no tiene nada que decirles, nada que
enseñarles, en lo tocante al contenido teórico del saber. La ironía socrática
consiste en fingir querer aprender algo de su interlocutor para llevarlo a
descubrir que no conoce nada en el campo en el que pretende ser sabio.
Pero esta crítica del saber, al parecer muy negativa, tiene un doble
significado. Por una parte supone que el saber y la verdad, como ya lo
entrevimos, no pueden recibirse acuñados, sino que deben ser engendrados por el
propio individuo. A ello se debe que Sócrates
afirma, en el Teeteto, que se contenta,
en la discusión con el otro, con representar el papel de un partero. Él mismo
no sabe nada y no enseña nada, sino que le basta con interrogar y son sus
preguntas, sus interrogaciones, las que ayudan a sus interlocutores a dar a luz
"su" verdad. Una imagen así permite comprender que es en el alma
misma donde se encuentra el saber y que es el propio individuo el que debe
descubrirlo cuando ha averiguado, gracias a Sócrates, que su saber estaba vacío. En la perspectiva de su propio
pensamiento, Platón expresará
míticamente esta idea diciendo que todo conocimiento es reminiscencia de una visión
que el alma tuvo en una existencia anterior. Habrá que aprender a volverse a
acordar. En Sócrates, en cambio, la
perspectiva es muy diferente. Sus preguntas no conducen a su interlocutor a
saber algo y a llegar a conclusiones, que podríamos formular en forma de
proposiciones acerca de tal o cual objeto. Por el contrario, el diálogo
socrático llega a una aporía, a la
imposibilidad de concluir y de formular un saber. O más bien, debido a que el
interlocutor descubrirá la vanidad de su saber, descubrirá al mismo tiempo su
verdad, es decir, al pasar del saber a él mismo, empezará a cuestionarse a sí
mismo. Dicho de otra manera, en el diálogo "socrático" la verdadera
pregunta que está en juego no es aquello
de lo que se habla, sino el que habla,
como lo dice Nicias, un personaje de Platón
(Laques, 187 e6).
Sócrates lleva, pues, a sus interlocutores a examinarse, a
tomar conciencia de sí mismos. Como "un tábano", Sócrates atosiga a sus interlocutores con preguntas que los
cuestionan, que los obligan a poner cuidado en ellos mismos, a preocuparse por
ellos mismos.
Se trata pues mucho menos de poner en duda el saber aparente que se cree
poseer que de un cuestionamiento de sí mismo y de los valores que rigen nuestra
propia vida. Pues en resumidas cuentas, después de haber dialogado con Sócrates, su interlocutor ya no sabe en
lo absoluto por qué actúa. Toma conciencia de las contradicciones de su
discurso y de sus propias contradicciones internas. Duda de sí mismo. Llega, al
igual que Sócrates, a saber que no
sabe nada. Pero, al hacerlo, se distancia con respecto a sí mismo, se desdobla,
una parte de sí mismo identificándose en lo sucesivo con Sócrates en el acuerdo mutuo que este último exige de su
interlocutor en cada etapa de la discusión. En él se lleva a cabo así una conciencia de sí; se cuestiona a él mismo. El verdadero problema no es pues saber
esto o aquello, sino ser de tal o cual manera.
Este llamado a "ser" Sócrates
lo ejerce no sólo por medio de sus interrogaciones, de su ironía, sino también
y sobre todo por su manera de ser, por su modo de vida, por su propio ser.
(37-42)
La definición platónica del filósofo
Pierre Hadot, ¿Qué es la
filosofía antigua?, Fondo de Cultura Económica, México 1998
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