Un problema no és sempre una oportunitat, pot ser això, un problema.
Martin Seligman, uno de los psicólogos más mediáticos y poderosos de las últimas décadas, cuenta que un día allá a finales de los noventa, siendo presidente de la Asociación Americana de Psicología (APA, esa agrupación de psicólogos americanos que guía nuestras vidas), experimentó una epifanía cuando su hija de cinco años le llamó gruñón. Fue entonces cuando pensó que la psicología se centraba demasiado en el estudio de lo patológico y no en la virtud. Era necesario un cambio de rumbo. Era necesario estudiar las fortalezas del ser humano, su capacidad de adaptación y los beneficios de la felicidad.
Parece un recurso de conferenciante experimentado más que el germen de una corriente pujante como es la psicología positiva. No deja de ser paradójico que sea una niña de cinco años quien modifique el enfoque del académico, y no el peso de la ya establecida corriente humanista o el potente pensamiento posmoderno. Al margen de la anécdota, Seligman pretende un cambio de paradigma integrando elementos de otros enfoques, un envoltorio bonito y mucha coca cola.
El concepto de felicidad ha trascendido el ámbito de la salud y ha inundado el ámbito social, económico e incluso político. Es complicado discernir si Seligman y sus acólitos positivos se apuntaron a un carro que ya estaba en marcha o si fueron el germen de un fenómeno global. Probablemente son procesos que se retroalimentan.
Ya en los años 70, en el pequeño Reino de Bután se utiliza por primera vez el término 'Felicidad Interna Bruta' (FIB) en contraposición al Producto Interior Bruto occidental (PIB). Décadas más tarde, en 2012, la Asamblea General de ONU instaura el 20 de marzo como el Día Internacional de la Felicidad. El objetivo es reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos y la importancia de su inclusión en las políticas de gobierno.
Desde entonces, además de los informes de desarrollo, se publica el Informe Mundial de la Felicidad con el consiguiente ranking de países. Por cierto, este año está liderado por Suiza y España se sitúa en el puesto número 36.
Como todo seguidor de Mad Men sabe, el llamado marketing de la felicidad no es algo nuevo. Sin embargo, ha crecido en la última década para inundar nuestras vidas. Las campañas no sólo están enfocadas a una demanda del consumidor, sino a asociar sus productos a la sensación de ser feliz.
También en el ámbito educativo cobra fuerza la idea de que lo importante es que los niños desarrollen emociones positivas en su preparación para ser felices. Nada que objetar, a priori suena fantástico. Sin embargo, la evitación excesiva de las emociones llamadas negativas puede estar favoreciendo la creación de pequeños déspotas hedonistas con escasa tolerancia a la frustración.
Los entusiastas del movimiento positivo tienden a construir el mundo emocional en términos dicotómicos, es decir, positivos y negativos o buenos y malos. También tienden a magnificar el poder de la emoción denominada positiva, otorgándole la capacidad para el cambio, para el amor o la curación de enfermedades.
Destacan los derivados de los dogmas que Rhonda Byrne defendió en su superventas El secreto. Estos defienden que si cultivas tu mejor versión y deseas algo con la suficiente fuerza, el universo lo pondrá delante de tus narices. Así, porque tú lo vales. Podemos deducir que si no lo consigues, probablemente es que no lo deseas bien o no sonríes lo suficiente.
En un plano menos literario y con más ínfulas pseudocientíficas, el médico y gurú Deepak Chopra hace caja con sus superventas en los que defiende la capacidad de las emociones positivas para modificar el genoma humano, para frenar el proceso de envejecimiento, para curar enfermedades graves o para mejorar la sincronicidad vital (aquellas coincidencias significativas en la vida que tomamos como señales).
En twitter, ese arma de distribución masiva, encontramos píldoras de felicidad en forma de frases bonitas y supuestamente complejas fundidas en atardeceres que invitan al cambio de perspectiva. "La felicidad reside en lo que somos y no en lo que tenemos, por eso somos seres humanos y no teneres humanos", "para poder seguir, a veces hay que empezar de nuevo", "sé feliz porque te lo mereces y porque siempre habrá alguien que se enamorará de tu sonrisa", etc. Curiosamente, un estudio reciente desarrollado en la Universidad de Waterloo (Canadá) afirma que las personas que toman estas frases como profundas o sabias son menos reflexivas, presentan menos habilidades cognitivas, una propensión al pensamiento mágico y a las ideas conspirativas.
Sin lugar a dudas, Seligman merece respeto intelectual y sus aportaciones son claras. Ha posibilitado la apertura de vías de investigación interesantes y ha traído aire fresco a la rancia psicología moderna. El problema podría estar en la transformación de una corriente psicológica respetable en tendencia o movimiento. En la emoción positiva está la fuerza y es aquí donde encontramos su reverso tenebroso: la interpretación simplista del mensaje, la magnificación de sus implicaciones, la explotación de sus preceptos para la venta de libros de autoayuda y la formación indiscriminada de coaches buenrollistas.
Se da la paradoja de que pretender ser feliz a toda costa podría provocar infelicidad. La necesidad de una actitud positiva o de optimismo en toda circunstancia vital puede provocar culpabilidad ante un estado anímico decaído. Puede ser muy frustrante pretender ser resiliente ante las dificultades, vivir para lograr metas y sonreír cada lunes de nuestras vidas. La felicidad no es algo a perseguir y no debe pasar por la negación o evitación de las experiencias dolorosas. Un problema no es siempre una oportunidad. A veces un problema es sólo eso, un problema. Y para ser conscientes del mismo y resolverlo tal vez debamos experimentar tristeza, rabia o miedo.
David Martín Escudero, El lado oscuro de la psicología positiva, El Huffington Post 06/01/2016
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