La granota, l'avantpassat de la humanitat.
Jean-Pierre Brisset |
Me pareció que tras su respuesta se hallaba la idea encantadora, pero
más bien ingenua, de progreso. El verano pasado, en la Documenta de
Kassel, entré en una estancia vacía del museo Fridericianum en la que no
había nada, salvo la instalación sonora de Ceal Floyer: la voz de Tammy
Wynette repitiendo indefinidamente las palabras I will just keep on/
till I get it right (Continuaré hasta que lo haga bien).
¿Una destilación de la neurosis del artista que insiste? Pensé que
muchos de los que buscan continuar hasta "hacerlo bien" caen en el error
de querer seguir la obra de sus predecesores, como si creyeran que en
el arte se puede avanzar. Y también pensé que estaba de acuerdo con
Duchamp cuando decía que el arte es producido por una serie de
individuos que se expresan personalmente y no es nunca una cuestión de
progreso, pues mejorar no es más que una pretensión exorbitante por
parte nuestra.
No son muchos, pero en la región de "los que insisten" hay también
creadores sin alma de discípulos: solitarios que huyen de todos aquellos
que, por temor a la libertad de caminar por su cuenta, acaban
repitiendo lo ya manoseado por los maestros que han intentado en vano
superar.
De hecho, el gran drama de nuestra educación es que no se enseña
ninguna noción de libertad, ninguna perspectiva filosófica. La
disciplina de la libertad habría podido ayudarnos a fijarnos más en
algunos solitarios que eligieron la más alta expresión intelectual,
nunca la animal. Solitarios como David Foster Wallace cuando decía que
deseaba ser divertido, sobrecargado, fragmentario y raro y ser
completamente libre y, por mucho que se lo reprocharan los buitres,
poder escribir cuanta intertextualidad y notas a pie de página le
viniera en gana. Pienso siempre en esos admirables solitarios cuando,
con infinito bochorno, leo la ley Wert. Que ahora la mencione puede
parecer un desvío en lo que vengo diciendo, pero tan sólo lo parece...
Entre los raros más radicales hay dos que cita con admiración Duchamp en
Escritos (edición de José Jiménez en Galaxia Gutenberg). Uno es Raymond
Roussel, autor de una de las obras más singulares de la historia de la
literatura. El otro, infinitamente menos conocido, es Brisset.
Por dios, dirá alguien, ¿quién es Brisset? No alarmarse. Fue un sabio
que en 1871 publicó un tratado con un toque pirado: La Natación o el
arte de nadar aprendido a solas en menos de una hora. De ese libro, si
alguien logra tener acceso a él, recomiendo el capítulo inicial, Forma
de entrar en el agua. Es un delirio. Años después, publicó su obra
maestra, La Grande Nouvelle, un espectacular texto científico sobre el
origen del lenguaje y del ser humano. Descendemos de la rana, sostenía
ahí Brisset. Su teoría se iniciaba de forma contundente: "El hombre nace
en el agua, su antecesor es la rana y el análisis del lenguaje humano
demuestra esta teoría". En París los patafísicos y los surrealistas le
rindieron sentido homenaje frente al Panteón, y le dieron el título de
Príncipe de los pensadores.
Nacimos en el agua y por eso todas las leyes y los ministros de la
iglesia que hacen esas leyes son verdaderas ranas, venía a decirnos con
infinita seriedad. Al igual que Roussel, el gran Brisset perteneció a la
estirpe de los artistas únicos con luz de locura. Uno y otro, decía
Duchamp, mostraban la dirección que tendría que tomar el arte: la
expresión intelectual, antes que la animal. Pero desgraciadamente lo
animal, con sus leyes enemigas del conocimiento, se viene imponiendo
desde ya hace tiempo, sobre todo en nuestra religiosa charca.
Enrique Vila-Matas, Dirección animal, El País, 27/05/2013
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