La importància de les dades.

 





Nuestra intuición es maravillosa y muy buena para algunas cosas, pero también tiene cierta tendencia al autoengaño.

Uno de los mejores ejemplos es la ley de Murphy, esa percepción de que una tostada se cae al suelo siempre por el lado de la mantequilla y nuestra propia experiencia es que esto sucede. Pero lo que en verdad pasa es que la tostada no cae siempre del lado que te molesta, cae de uno y del otro, lo que está deformado es tu percepción: cuando cae del lado del pan, la recoges en un segundo, sigues comiendo y sigues con tu vida; pero si cae del lado de la mantequilla dices «joder otra vez igual» y solo te quedas con ese momento. En otras palabras, nuestra percepción hace muy malas muestras, tiene cierta tendencia al victimismo y al sesgo de confirmación: lo que te da la razón te llama más la atención y cuando lees un texto que te la quita acabas olvidándolo rápido.

Si alguien te presenta una solución muy sencilla para cualquier problema muy antiguo, probablemente está escatimando una parte de la historia. El ejemplo más claro es el de los expertos, que suelen hacer mala tele: si les preguntan sobre la siguiente ola pandémica y si va a durar mucho, es muy habitual que contesten con muchos «quizás», «no lo sabemos», «tenemos la impresión de que podría ser, pero esto no lo puedo decir con rotundidad»… Estas dudas que plantean son normales. Pero, por otro lado, observamos que la gente poco informada es la más rotunda. Estamos acostumbrados a que esto sea normal, pero debería ser al revés.

Existe esa discusión clásica en el periodismo sobre si existe la objetividad: yo tengo una opinión muy firme al respecto y es que sí, desde luego. Pero para mí la clave es entender que la objetividad es un ideal, como la justicia, la libertad o la bondad. Son virtudes que existen porque también existe lo contrario a ellas, pero no hay nadie que sea perfectamente objetivo, perfectamente empático o completamente libre. Aún así me parece importante partir de la idea de que sí que existe, porque uno es mucho más objetivo si intenta serlo. Eso sí, tener datos no es una garantía ni de ser objetivo, ni de haber hecho un buen trabajo, ni de ser un mejor periodista.

La perversión de los datos es habitual, pero igual que pervierten la lógica y pervierten el lenguaje. No me parece que los datos tengan una perversión mayor en manos de los políticos. Ellos, por desgracia, comunican con intención, y a menudo los mensajes ponen la intención antes que la realidad. No es lo que más me preocupa lo que hacen con los datos, porque hay una ventaja en lo cuantitativo: si tú llevas un debate a los números, a lo mejor tus datos están sesgados, pero por lo menos estás en proceso de que se abre un diálogo. Aunque puedan estar sesgados, por lo menos has movido el debate a lo objetivable y alguien vendrá con otros números, abandonando la conversación basada en los argumentos, que hace más difícil avanzar. Los datos no acaban con los debates, pero a menudo son un buen comienzo.
Un debate sobre el cambio climático sin números realmente no tendría sentido. ¿Cómo medimos sin cifras los efectos de una alteración en la temperatura que es probablemente imperceptible a la experiencia diaria? ¿Cuántas muertes podemos atribuir a la contaminación? ¿Y si se reduce la contaminación, cuánta gente deja de morir por ella? Hay un montón de grandes políticas públicas y problemas sociales que precisan de esa mirada cuantitativa, que es la mirada de la ciencia.

Hay muchos planos de la vida en los que no necesitamos datos para gestionarlos, sobre todo individuales. Tú tienes que gobernar tu vida y no tienes tiempo ni energía para medirlo todo. Vivimos rodeados de incertidumbre, no tenemos información suficiente para plantearnos problemas por completo. Hay que tomar decisiones con la incertidumbre de que no sabes cuál saldrá mejor. Esas decisiones las tenemos que tomar personas. Asimismo, los números no van a acabar con la política, porque hay decisiones que son humanas y que requieren ética y moral. Precisamente Barack Obama cuenta en sus memorias que cuando llegó a la Casa Blanca lo primero que descubrió es que ninguno de los problemas que llegaban a su mesa tenían una solución clara, porque si lo tuviesen, alguien antes que él los hubiesen resuelto. Para tomar esas decisiones pensaba en probabilidades: podemos hacer A y tener un 50% probabilidades de mejorar la situación o podemos hacer B que tener solo un 30% de que lo haga. Y como un 50% es más, pues decidía hacer la A. Siempre va a haber que tomar decisiones humanas.

Fran Sánchez Becerril, entrevista a Kiko Llaneras: "La objetividad es un ideal, como la justicia o la libertad", ethic.es 04/01/2023

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