Les teories científiques i el context social.
Los científicos también trabajan en contextos sociales e históricos muy concretos, que influyen en sus ideas, quieran o no. La ciencia se mueve en lo que el estadounidense Thomas Kuhn (1922-1996) llamaba paradigmas. En La estructura de las revoluciones científicas (1962), los define como los contextos que proporcionan las reglas y los estándares para cualquier práctica científica.
Estos paradigmas ayudan a desarrollar vías de investigación, a proponer hipótesis y a interpretar el resultado de estudios y experimentos. Lo interesante es que no se cuestionan ni siquiera cuando aparecen anomalías que podrían refutarlos. En estos casos, los científicos acostumbran a buscar explicaciones que los mantengan indemnes.
Esta forma de trabajar no es necesariamente negativa: como hemos visto, el carácter incompleto e imperfecto de la relación entre la teoría y los hechos es lo que “define muchos de los rompecabezas que caracterizan a la ciencia normal”, escribe Kuhn, y esta defensa del paradigma muy a menudo da buenos resultados.
Por ejemplo, la teoría de Newton predecía el movimiento de los planetas con una excepción: la órbita de Urano. En lugar de pensar que Newton se equivocaba y que su teoría había quedado “falsada”, los astrónomos buscaron algún dato que se les había escapado (es decir, un cisne blanco y no uno negro). En 1846, los astrónomos John Couch Adams y el francés Urbain Le Verrier sugirieron de forma independiente que había otro planeta, aún desconocido, que variaba el rumbo de Urano con su fuerza gravitacional. Y poco más tarde se descubrió ese planeta: Neptuno.
Kuhn escribe que la ciencia no progresa de modo gradual y refutación a refutación, sino que está marcada por revoluciones científicas. Estas revoluciones ocurren cuando las anomalías se acumulan y llega un momento en el que no se puede responder a un número cada vez más amplio de interrogantes y dificultades. Entonces el viejo paradigma pasa a ser sustituido por otro nuevo, como ocurrió cuando la astronomía de Copérnico sustituyó a la de Ptolomeo.
El cambio no se ve propiciado solo por las anomalías, sino también por cambios culturales e históricos, lo que también incluye, nos guste o no, modas e intereses económicos. A fin de cuentas, la sociedad influye en los científicos y estos influyen también en la sociedad. Por ejemplo, la ciencia moderna no nace solo porque las ideas de Copérnico, de Galileo y de Newton explican mejor los procesos naturales, sino también porque la cultura de ese momento había cambiado: era más laica y prefería explicaciones naturalistas a preguntas que en muchos casos eran nuevas.
A Kuhn se le ha acusado de sugerir que la ciencia es irracional y coyuntural, pero en realidad pensaba que la ciencia es un logro intelectual impresionante que progresa “de un modo vedado a otros campos”. Lo que sí hizo fue ofrecer una visión menos idealista y más realista e histórica de cómo funciona.
La filosofía pone en evidencia que hay diferencias entre lo que el científico cree que debería hacer, lo que dice que hace y lo que en realidad hace. Esto nos ayuda, por ejemplo, a poner en duda titulares sensacionalistas sobre estudios con muestras pequeñas (“he visto siete cisnes y puedo decir que todos los cisnes son blancos”) o de visionarios que proponen teorías ahora mismo indemostrables (“la inteligencia artificial de Google es consciente”).
Cuando lo hacemos, no ponemos en duda el conocimiento científico, sino que entendemos mejor cómo funciona. Y así sabemos por qué hay que hacer caso de quien dice que la Tierra se calienta —incluso aunque, en principio, pueda estar equivocado— y por qué es mejor ignorar al que insiste en que la Tierra es plana.
Jaime Rubio Hancock, Por qué creemos a los científicos, Filosofía inútil 31/08/2023
Comentaris