L'aparició de la ment punitiva.





El desarrollo del castigo nos domesticó, nos convirtió en seres amables y tolerantes, pero nos dotó igualmente de potentes instintos punitivos, es decir, de instintos castigadores mediante los cuales nos aseguramos de que nuestras reglas se cumplan.

Lo que, en cambio, se tiende a subestimar es la enorme importancia que ha tenido el castigo para la evolución de los seres humanos y, sobre todo, para la evolución de nuestra moral. Si logramos amansar a nuestra especie fue gracias al desarrollo de las practicas punitivas, es decir, a una combinación de castigos violentos y sanciones sociales “blandas”. Ya Nietzsche sospechaba que no es posible escribir una historia de la moral sin trazar la historia del castigo. Si echamos un vistazo a la historia del castigo, confirmaremos la hipótesis de que venimos equipados con un potente instinto punitivo. Cuanto más crece el tamaño de un grupo, más complicado resulta transmitirles las ventajas de la cooperación a otros miembros de ese grupo, aún cuando la mayoría de ellos presente una mentalidad cooperativa. Esto tiene consecuencias paradójicas ya que, al final, en un grupo grande a los individuos no cooperativos les irá necesariamente mejor, y ello implica que cada vez se expandirán más, porque pueden beneficiarse tanto de las ventajas de su no cooperación como de la cooperación de los demás. Con el tiempo, las estrategias no cooperativas (la “defección”) dominarán el terreno. Para que también aumenten los miembros cooperadores y puedan acabar imponiéndose, el número de los no cooperadores no podrá ser demasiado elevado. El castigo puede resolver este problema, porque provoca que el comportamiento no colaborador salga caro a largo plazo. Lo que hace especial nuestro ejercicio del castigo es que conocemos el castigo altruista. Otros animales pueden sancionar el comportamiento no cooperativo defendiéndose de un ataque o vengándose con posterioridad. Sin embargo, en los humanos se añade algo más. De hecho, algo (sumamente) singular: C puede estar muy motivado para castigar a B por lo que este le ha hecho a A, aunque C no haya sido realmente víctima de B. Castigar a quienes se negaban a cooperar resolvió, por tanto, el problema del polizón.

Para evitar esta posibilidad, el castigo debe proporcionarnos placer. Los procesos de selección que tuvieron lugar durante ese periodo no solo establecieron normas y prácticas punitivas que se lograron transmitir a las siguientes generaciones en forma de instituciones culturales, sino que, además, inscribieron profundamente en nuestra mente el gusto por sancionar a quienes violan las reglas, como puede leerse aún hoy en la gramática de nuestra psicología punitiva; una gramática que es, en buen medida, innata: aunque varía de unas culturas a otras, muestra un patrón universal, del que a menudo no somos en absoluto conscientes.

Hanno SauerLa Invención del Bien y el Mal, Paidós

Pablo Malo.      @pitiklinov.        11/09/2023

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