La veritat és una cosa terrible. (Unamuno)







La caridad está asociada a la alegría. En su interior, don Manuel soporta un sentimiento trágico de la vida, pero hacia fuera lucha por inculcar el optimismo: «¡Ay, si pudiese cambiar el agua toda de nuestro lago en vino, en un vinillo que, por mucho que de él se bebiera, alegrara siempre, sin emborrachar nunca… o por lo menos con una borrachera alegre!» Cuando acude al pueblo una compañía de titiriteros, la mujer de un payaso –ya enferma– se retira en mitad de una función y muere en una posada, asistida por don Manuel. El payaso finaliza su número devorado por la angustia y solloza al contemplar el cuerpo sin vida de su esposa, agradeciendo al sacerdote su intervención y manifestando que sólo un santo puede obrar con tanto amor y delicadeza. Don Manuel le contesta: «El santo eres tú, honrado payaso; te vi trabajar, y comprendí que no sólo lo haces para dar pan a tus hijos, sino también para dar alegría a los otros». Al recrear la escena con la perspectiva del tiempo, Ángela observa: «La alegría imperturbable de don Manuel era la forma temporal y terrena de una infinita y eterna tristeza que con heroica santidad recataba a los ojos y a los oídos de los demás». Es inevitable pensar en el gay saber de Nietzsche, que dice sí a la vida y reivindica la alegría, pero en el párroco de Valverde de Lucerna no se trata de una exaltación trágica de la finitud, sino de un gesto de fraternidad: «¿Cómo voy a salvar mi alma si no salvo la de mi pueblo?» Don Manuel no espera salvarse, pues no cree en la vida eterna, pero sí desea salvar a su parroquia de la angustia y la desesperanza. El pueblo necesita su consuelo espiritual y él necesita al pueblo para sobrellevar su aflicción: «Yo no debo vivir solo; yo no debo morir solo. […] Yo no podría llevar solo la cruz del nacimiento». Don Manuel no puede estar más alejado del recogimiento del monje de clausura, pues necesita el calor y el afecto de su rebaño. El rebaño se extravía sin un pastor, pero el pastor no sabe hacia dónde encaminar sus pasos cuando se queda solo.

...«la verdad es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella». Es mejor fingir para que los otros hallen el consuelo «de haber tenido que nacer para morir». El sacerdote admite que sólo tiene una religión: «consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío». Más adelante, afirma: «No hay más vida eterna que ésta…, que la sueñen eterna…, eterna de unos pocos años…» Don Manuel no es un farsante, sino un Jesús de Nazaret que sufre terriblemente porque no cree ser el Mesías, pero que ha asumido la necesidad de mantener la ilusión de su rebaño: «¡Mi vida, Lázaro, es una especie de suicidio continuo, un combate contra el suicidio, que es igual; pero que vivan ellos, que vivan los nuestros!» Cuando, en una ocasión, Ángela le pregunta cuál es el pecado del ser humano, don Manuel contesta: «¿Cuál? […] Ya lo dijo un gran doctor de la Iglesia Católica Apostólica Española, ya lo dijo el gran doctor de La vida es sueño, ya dijo que “el delito mayor del hombre es haber nacido”. Ese es, hija, nuestro pecado: el de haber nacido».

¿Se ha convertido San Manuel Bueno, mártir en un texto anacrónico y con escasas posibilidades de suscitar el interés en la sensibilidad moderna? ¿Dios está muerto para el español contemporáneo? Cioran escribió: «Si Dios fuera un cíclope, España le serviría de ojo». ¿Sólo es una frase de otra época, dictada por una visión romántica y trasnochada? ¿Ha triunfado el nihilismo, que describe la vida como algo absurdo y sin finalidad? El resto es silencio… Puede ser, pero el silencio no es una casa habitable, al menos para la conciencia humana, que sólo puede desplegarse como lenguaje y anhela perseverar en el ser.

Rafael Narbona, Miguel de Unamuno: la pasión de San Manuel Bueno, mártir (II), revistadelibros.com 21/01/2016

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