Herder contra l'universalisme.



Las raíces del nacionalismo se remontan al principio del siglo XVIII y aún más atrás, por lo menos en el caso de Prusia Oriental, desde donde el movimiento creció y se extendió. El pensamiento de Herder está dominado por la convicción de que una necesidad básica del hombre, tan elemental como la comunicación o el comer y el procrear, es la necesidad de pertenecer a un grupo. Con más imanación y fervor que Burke y con un rico material de ejemplos históricos y psicológicos, Herder argumentó que cada comunidad tiene un patrón y una forma únicos. Los miembros de las comunidades nacen en una corriente de tradición que conforma su desarrollo emocional y físico en armonía con sus ideas. En efecto, para él, las distinciones entre razón, imaginación, emoción y sensación son en gran medida artificiales. Hay un patrón histórico central que caracteriza la vida y la actividad de cada comunidad identificable, y en particular, de esa unidad que se había convertido en la nación. La forma en que el alemán vivía y la forma en que conducía su vida pública, la canción alemana y la legislación alemana —el genio colectivo, no atribuible a autores individuales, que crea los mitos y las leyendas, las baladas y las crónicas históricas—, todo ello obedecía a lo mismo que conformaba el estilo de la Biblia de Lutero o las artes y las artesanías, las imágenes y las categorías de pensamiento de los alemanes del tiempo de Herder. La forma en que los alemanes hablan o se visten o se mueven, tiene más en común con la forma en que construyen sus catedrales u organizan su vida cívica —es decir, una esencia alemana, por así decir, im patrón y una cualidad identificables—, que con la forma en que actividades similares se llevan a cabo entre los habitantes de China o Perú.

Las costumbres y las actividades humanas, las formas de vida, arte e ideas, son (o deben ser) de valor para el hombre no en términos de criterios intemporales, que se apliquen a todos los hombres y todas las sociedades sin distinción de tiempo y lugar -como pensaron los franceses de la Ilustración— sino que tienen valor por ser la expresión de la vida local, regional y nacional, y son valores pertenecientes al grupo que los profesa en un grado en que no pueden serlo para ningún otro grupo. Es por ello que el hombre padece en el exilio, es ello lo que la nostalgia ("la más noble de las penas") añora. Para 
entender la Biblia hay que entrar con la imaginación en la vida de los pastores judaicos de los tiempos primitivos; para entender las Eddas hay que entrar en la lucha salvaje con los elementos de una raza nórdica bárbara. 

El universalismo, al reducir todo al común denominador que pueda aplicarse a todos los hombres en todos los tiempos, priva a las vidas individuales y a los ideales del contenido específico que les da sentido. De ahí la implacable cruzada de Herder contra el universalismo francés, su glorificación de 
culturas particulares —la india, la china, la hebrea—, y su odio por los grandes universalistas —César y Carlomagno, Roma, los cruzados cristianos, los imperialistas británicos y los misioneros— que eliminaron las culturas nativas y las sustituyeron con las suyas propias que eran histórica y, por lo tanto, espiritualmente ajenas y opresivas para sus víctimas. Herder y sus discípulos creían en la coexistencia pacífica de una amplia variedad de formas nacionales de vida, entre más diversas mejor. Pero bajo el impacto de la Revolución Francesa y de las invasiones napoleónicas, la autonomía cultural y espiritual —por la que Herder había pugnado en un principio— se convirtió en una autoaserción nacionalista agresiva y furiosa. 

Isaiah Berlin, Sobre el nacionalismo (50)

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