Es conocido el texto de
Polibio en que destaca el ejemplo de la democracia aquea: «no se podría encontrar un régimen y un ideal de igualdad (
isegorías), de libertad (
parresía), en suma de verdadera democracia (
demokratias alethines) más perfecto que el de los aqueos» (
Historias, II, 38, 6). La caracterización de la democracia se hace por los términos
isegoría y
parresía. A veces cuando se la caracteriza por
ise-
goría e
isonomía (igualdad ante la ley), tiende entonces a superponerse
parresía al primero, pero en realidad, como ha advertido agudamente
Foucault (
Le gouvernement de soi et des autres, Gallimard-Seuil, París, 2008, pss 171 y ss.),
isegoría hace referencia a un derecho o estatuto, el que define al ciudadano, que en igualdad con todos puede tomar la palabra en la asamblea o en los tribunales. Sin embargo,
parresía haría más bien referencia a una práctica, una actividad que se caracterizaría concretamente por un hablar en el que el sujeto tiene el coraje de decir la verdad, se identifica con lo que dice, y en esa acción adquiere cierto ascendiente sobre los demás. Esto la distingue con claridad de otras maneras de practicar el derecho de
isegoría, como la propia de la
retórica, o del discurso que tan sólo busca la persuasión o la adulación. Se criticaba la conversión de la parresía en un hablar que no sostiene la verdad sino tan sólo el propio interés, que ya no requiere de valor alguno, pues a menudo no se hace sino adular a las gentes, apoyarse en las opiniones comunes, una práctica en que la libertad se termina entendiendo como el poder decir cualquier cosa y por parte de cualquiera, esto es, también por parte de quien no tiene cualidades para acceder a la verdad o para pretender un ascendiente sobre los demás, por parte de quien carece del
ethos que va indisolublemente unido a la auténtica
parresía. Cuando
Aristóteles critica la figura del demagogo, tanto en
Política como en
La Constitución de Atenas, se hacía eco, pues, de una amplia corriente que no hacía sino apuntar hacia lo que
Foucault formulaba como la estructura paradójica de la relación entre democracia y verdad. Dos paradojas le serían inherentes: 1) La democracia, por el elemento de igualdad que introducía la
isegoría, posibilitaba la práctica de la
parresía, sin embargo, ésta introducía un componente de diferencia, de desigualdad, de rango, al adquirir el
parresiasta ascendiente, liderazgo, cierto poder basado en el discurso. A pesar de todo la democracia no podía prescindir de él, pues no podría subsistir disociándose de la verdad, sin ésta tampoco habría democracia. 2) La igualdad establecida por la
isegoría también mantenía una segunda relación de tensión con la
parresía, pues facilita que también puedan ejercer la palabra aquéllos que carecen de las condiciones para que su discurso se encamine correctamente al bien común, a la verdad. Ésta no es posible sin
parresía, pero la igualdad democrática la menoscaba. No obstante, reconoce
Foucault (
Le courage de la vérité, Gallimard-Seuil, París, 2009, págs. 46-51), la crítica aristotélica no llega, como lo hacían otros, al punto de una conclusión dilemática: o verdad o democracia.
Aristóteles se quedaría un paso atrás en una posición vacilante.
Aristóteles no estaría de acuerdo con los que partían de una contraposición simple de los muchos a los reducidos en número situando los valores de virtud y bien común de este lado y los valores contrarios del lado de la multitud. No obstante,
Foucault se apoya en lo que califica de «texto enigmático» (P, III, 7, 1279a, 1279b) para sostener la dificultad insuperable por parte de la democracia de acoger la diferenciación ética, esto es, la posibilidad de que se reúnan las condiciones de virtud de las que emerge la
parresía. El texto de
Política al que se refiere distingue los regímenes correctos de los desviados, en función del respeto o no al bien común, y señala, como es sabido, entre los primeros, realeza, aristocracia y «politeia», diciendo de este último, que «recibe el nombre común a todas las formas de gobierno: república (
politeia); y con razón pues un individuo o unos pocos pueden distinguirse por su excelencia; pero un número mayor es difícil que descuelle en todas las cualidades».
Foucault interpreta que
Aristóteles no le da un nombre especial al gobierno de los muchos en favor del bien común porque en realidad este gobierno carece de diferencia ética en contraste con realeza y aristocracia. No podría darse, entonces, la con-dición para el decir la verdad que conduce al imperio del bien común. La consecuencia no podría ser otra: que tal régimen es tan solo «una posibilidad formal» en la clasificatoria aristotélica, pero de «inverosímil existencia concreta».
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