Raó i sentiments (Antonio Damasio).
Desde una época muy temprana de mi vida me había advertido de que las
decisiones acertadas procedían de una cabeza fría, que las emociones y la razón
no se mezclaban, como el aceite y el agua. (…)
Sugiero que determinados aspectos del proceso de la emoción y del
sentimiento son indispensables para la racionalidad. En el mejor de los casos,
los sentimientos nos encaminan en la dirección adecuada, nos llevan al lugar
apropiado en un espacio de toma de decisiones, donde podemos dar un buen uso a
los instrumentos de la lógica. Nos enfrentamos a la incerteza cuando hemos de
hemos de efectuar un juicio moral, decidir sobre el futuro de una relación
personal, elegir algunos mecanismos para evitar quedarnos sin un céntimo cuando
seamos viejos o planificar la vida que tenemos por delante. La emoción y el
sentimiento, junto con la maquinaria fisiológica oculta tras ellos, nos ayudan
en la intimidadora tarea de predecir un futuro incierto y de planificar
nuestras acciones en consecuencia.
La razón humana depende de varios sistemas cerebrales, que trabajan al
unísono a través de muchos niveles de organización neuronal, y no de un único
centro cerebral. Centros cerebrales de “alto nivel” y de “bajo nivel”, desde
las cortezas prefrontales al hipotálamo y al tallo cerebral, cooperan en la
constitución de la razón.
Los niveles inferiores den el edificio neural de la razón son los mismos
que regulan el procesamiento de las emociones y los sentimientos, junto con las
funciones necesarias para la supervivencia de un organismo. (…)
El que la razón elevada dependa del cerebro inferior no la convierte en
razón baja. El hecho de que actuar según un principio ético requiera la
participación de cableado sencillo no devalúa el principio ético. El edificio
de la ética no se viene abajo, la moralidad no se ve amenazada, y en un
individuo normal la voluntad sigue siendo la voluntad.
Mi investigación de pacientes neurológicos en los que aparece menoscabada
la experimentación de sentimientos debido a lesiones cerebrales me ha llevado a
pensar que los sentimientos no son tan intangibles como se presumía. Es posible
atribuirlos a la mente, y quizá encontrar asimismo su sustrato. (…) Propongo
que las redes críticas en las que se basan los sentimientos incluyen no sólo la
serie de estructuras cerebrales que se han estudiado tradicionalmente,
conocidas como sistema límbico, sino también algunas de las cortezas
prefrontales del cerebro y, lo que es más importante, los sectores del cerebro
que cartografían e integran señales procedentes del cuerpo.
Los sentimientos son los sensores del encaje o de la falta del mismo entre
la naturaleza y la circunstancia. Por naturaleza quiero decir tanto la
naturaleza que heredamos como un paquete de adaptaciones diseñadas
genéticamente, como la naturaleza que hemos adquirido en el desarrollo
individual, mediante interacciones con nuestro ambiente social, cuidadosamente
y voluntariamente o no. Los sentimientos, junto con las emociones de las que
proceden, no son un lujo. Sirven de guías internas, y nos ayudan a comunicar a
los demás señales que también pueden guiarles. (…) Contrariamente a la opinión
científica tradicional, los sentimientos son tan cognitivos como otras
percepciones. Son el resultado de una disposición fisiológica curiosísima, que
ha convertido el cerebro en la audiencia cautiva del cuerpo. (…)
Si no fuera por la posibilidad de sentir los estados del cuerpo, que de
manera innata tienen ordenado ser dolorosos o gratos, no habría sufrimiento ni
dicha, no existiría deseo ni clemencia, no cabría la tragedia ni la gloria en
la condición humana. (…) Los
sentimientos forman la base de lo que los seres humanos han descrito durante
milenios como el alma o el espíritu humanos. (Introducción)
Antonio R. Damasio, El
error de Descartes, Crítica, Barna 2001
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