Aristòtil i la democràcia.
Si partimos del libro I de la Política, allí encontramos el análisis de lo que es inherente a la categoría de política. De las conclusiones a las que una lectura atenta llega, como la identificación de «político» con libres e iguales, que participan en el gobierno, que deliberan, esto es, practican la virtud política por excelencia, el contraste de opiniones que exige el dominio de la acción, de lo contingente, que gobiernan dialógicamente, no instrumental ni paternalistamente etc, podría pensarse que si hay un tipo de régimen en el que mejor podrían concretarse éste sería la democracia. Las características que el mismo Aristóteles atribuye a este régimen no parecerían conceptualmente dejar otra alternativa toda vez que se define por su libertad, por su igualdad, por el gobernar por turnos (1); incluso cuando en el libro III nos define las características propias al concepto de ciudadano, se ve obligado a reconocer que el concepto en realidad viene a corresponder al ciudadano democrático (1275b, 5-6).
Sin embargo, no fue esta la conclusión que adoptó. Aristóteles mostró su inclinación preferente, desde una óptica realista, por el régimen denominado sin más politeia. El conocido como demokratía quedaría situado tan sólo como el menos malo de los desviados. Así, de hecho ha quedado acuñada canónicamente su posición: abandonado el plano ideal, solo nos queda la politeia, siendo además la democracia su perversión.
(1) Aristóteles traza como rasgos distintivos de la democracia los siguientes: su principio sería el de libertad e igualdad; de hecho el concepto democrático de justicia atendería siempre a una igualdad según el número (katá arithmòn), no según méritos (kat’axían), igualdad estricta, lo que exige que nadie tenga más poder político que otro, igual ricos que pobres, aunque esto lleve a un poder colectivo superior de los segundos, pues suelen ser mayores en número. Pues que haya gobierno es una necesidad y, como la libertad radical significaría no estar sujeto a obediencia de ninguno, la solución será el gobernar y ser gobernado por turnos (tò en mérei árkhesthai kai árkhein). En cuanto a sus instituciones, la Asamblea (ekklesía) tenía la máxima soberanía, y en segundo lugar el Consejo (Boulé). Todos los ciudadanos podrían ser seleccionados para todos los cargos o magistraturas, siendo el sorteo (kleros) un procedimiento preferente cuando no se trataba de responsabilidades que exigieran experiencia o habilidades especiales, en cualquier caso nunca en función de la propiedad; tendrían destacadamente esa universalidad los tribunales de justicia; y también sería una condición característicamente democrática la corta duración, en la medida de lo posible, del desempeño de las magistraturas, siendo así que ninguna podría ser vitalicia (aídion). Los cargos debieran ser pagados (misthop-horein) para que todos pudieran detentarlos. Y a todo esto añade: «puesto que la oligarquía se define por el linaje (génei), la riqueza (ploúto) y la educación (paideía), las notas de la democracia parecen ser las contrarias a éstas: falta de nobleza (agéneia), pobreza (penía) y trabajo manual (banausía)» (1317a, 40-1318a, 10).
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