De com la filosofia neix de la pràctica.
Las reflexiones generales sobre el mundo y la vida son una tradición de todos los pueblos. Las hay milenarias y con equivalentes en muchas lenguas. Por ejemplo: “Una golondrina no hace verano.”
El Refranero Multilingüe del Centro Virtual Cervantes (cvc.cervantes.es) recoge equivalentes en alemán, gallego, húngaro, portugués; y variantes que hablan de primavera en catalán, euskera, francés, griego, italiano, latín, persa, polaco y ruso. No registra las que da el Wiktionary en inglés.
La reflexión está documentada en Aristóteles (Ética nicomaquea, i, 7): “Pues así como una golondrina no hace primavera, ni tampoco un día de sol; de la propia suerte, ni un día, ni un corto tiempo, hacen a nadie bienaventurado y feliz” (traducción de Antonio Gómez Robledo). La felicidad deseable es de toda la vida.
Sebastián de Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana o española, 1611) explica el refrán con cierta vacilación entre el verano y la primavera: “Proverbio es vulgar nuestro, latino y griego: ‘Una golondrina no hace verano’, presupuesto que es la anunciadora de la primavera, entiéndese: cuando todas ellas vienen de golpe, y no porque una se haya adelantado se le ha de dar crédito. Así, ni más ni menos, del testimonio singular de uno no hemos de formar notoriedad, ni de la cosa que es rara, porque acontezca una vez, sacar regla general.”
La golondrina es migratoria. Seguramente alguien, hace milenios, celebró la llegada de una como anuncio del fin del invierno, y le soltaron esa frase que llamó la atención y se volvió a decir muchas veces. Las frases memorables tienden a repetirse, aunque ya no se sepa quién las dijo, ni por qué. Circulan como si fueran verdades universales de formulación redonda, breve y anónima. Cuando no son tan breves o redondas, tienden a abreviarse y redondearse.
Los primeros filósofos aprovecharon el formato. Juan David García Bacca (Refranero, poemas, sentenciario de los primeros filósofos griegos) recoge este aforismo de Heráclito de Éfeso: “Los perros ladran a los que no conocen.”
Se cataloga como el fragmento 97, aunque Kirk y Raven (The presocratic philosophers) piensan que los llamados fragmentos de Heráclito y Demócrito no eran residuos de textos largos, sino textos breves que adoptaban la forma de “apotegmas orales, más que de partes de un tratado discursivo”.
Eric A. Havelock (The muse learns to write. Reflections on orality and literacy from Antiquity to the present) dice que en los primeros siglos de la literatura griega hubo un vaivén entre lo oral y lo escrito; y, en particular, que “la frase redonda empezó su carrera en los tiempos previos a los textos escritos, cuando las doctrinas circulaban de boca en boca y dependían de la memoria”.
Heráclito aprovecha filosóficamente dos tradiciones populares: la sabiduría del refrán y las fábulas aleccionadoras de Esopo, que ilustran la conducta humana con ejemplos de animales. Heráclito se vale de arañas, asnos, bestias, bueyes, cerdos, el ganado y perros para escribir pensamientos filosóficos.
“Los perros ladran a los que no conocen” suena a refrán de la tradición oral y a fábula de Esopo, pero forma parte de un libro que el autor depositó en el templo de Diana y, desgraciadamente, se perdió. Sin embargo, fue tan leído y citado que se ha reconstruido como una serie de microtextos, un tanto oscuros.
Rodolfo Mondolfo (Heráclito) se atreve a especular que el 97 pinta “la hostilidad de la mayoría con el logos desconocido”. Heráclito fue el primero en usar logos (palabra, dicho, razón, conversación) como término filosófico. Y fue mal visto porque decía cosas extrañas y criticaba las creencias populares.
De Tales de Mileto, el primer filósofo (y astrónomo famoso porque predijo acertadamente un eclipse), se cuenta que, distraído observando las estrellas, cayó en un pozo; de lo cual se burló una criada: “Sabrás mucho del cielo, pero no de la tierra.” Picado por lo que seguramente decían también sus vecinos (Si es tan inteligente, ¿por qué no se ha hecho rico?), aprovechó sus observaciones para prever una gran cosecha de aceitunas, y contratar antes que nadie todos los molinos de aceite; que luego subarrendó al precio que quiso. Aristóteles define con precisión su astucia crematística: la creación de un monopolio (Política, 1259a).
Tales demostró que sabía hacer dinero, y que no hacía más porque no le interesaba. Fue considerado uno de los Siete Sabios de Grecia. En algunos dichos suyos (traducidos por García Bacca) habla el hombre de negocios: “Hazte el garante, que la pagarás”, “No te enriquezcas con malas artes”, “Ni aun siendo rico te des al ocio”, “No creas a todos”.
Otras afirmaciones suyas son menos claras. Dijo que la realidad se reduce a un principio último: el agua. Siguiéndolo y negándolo, Leucipo y Demócrito afirmaron después que todo se reduce a átomos.
Mileto y Éfeso (en las costas griegas de lo que hoy es Turquía) eran ciudades prósperas, y Benjamin Farrington (Head and hand in ancient Greece) subraya que los primeros filósofos fueron hombres prácticos. Que la filosofía no surge como lujo posterior a la prosperidad, sino como extensión del saber práctico. Mientras que en Egipto y Babilonia “la práctica no rebasó el mundo de la práctica”, en Mileto y Éfeso la experiencia “del cocinero, el agricultor, el alfarero y el herrero” fueron proyectadas a la interpretación de la naturaleza.
Farrington cita con admiración las Sugestiones de la técnica en las concepciones de los naturalistas presocráticos de Rodolfo Mondolfo. Que vuelve al tema en un libro digno de reeditarse: En los orígenes de la filosofía de la cultura (Buenos Aires, 1960). Dice que Tales era “de una estirpe de colonizadores y navegantes”, “viajero y navegante él mismo y también (según Heródoto, i, 75) autor de trabajos de ingeniería hidráulica”. De igual manera, “se puede decir que toda la textura de la especulación de Heráclito muestra de continuo la trama suministrada por la técnica”. Hace observaciones semejantes para otros filósofos presocráticos.
Antonio Capizzi (The cosmic republic. Notes for a non-peripatetic history of the birth of philosophy in Greece) dice que Tales era de origen fenicio, y que sus viajes a Egipto fueron de mercader y estudioso. Plantea la cuestión de por qué los fenicios, los egipcios y todos los que aprendieron de ellos no pasaron del saber práctico a la filosofía como los de Mileto. Pero no la responde.
José Ortega y Gasset (Origen y epílogo de la filosofía) dice que la filosofía nace pensando en contra: de las creencias populares y de las teorías previas. En lo cual fue precedida por los profetas bíblicos, que recibieron el mandato divino de criticar a su propio pueblo.
Karl Popper (The world of Parmenides. Essays on the presocratic Enlightenment) dice que la filosofía nace como tradición crítica. No es un campo especial del saber ni un conjunto de filosofemas. La originalidad de Tales fue cuestionar lo que se daba por sabido y no tener inconveniente en que sus discípulos cuestionaran sus descubrimientos. Así fundó una cadena de discusiones que llega hasta hoy.
En griego, saber hacer fue el primer concepto de saber. Según Anne-Marie Malingrey (“Philosophia”. Étude d’un groupe de mots dans la littérature grecque, des présocratiques au ive siècle après J.-C.), la primera documentación de la palabra sophíes está en la Ilíada (XV, 412) y se refiere a la habilidad manual. (El pasaje dice, en la versión de Antonio López Eire: “manos de un experto carpintero”; que también puede ser: manos de un sabio carpintero.)
Siempre ha existido el saber no formulado. La cocina es anterior a la enseñanza de la cocina, a los dichos sobre la experiencia de cocinar (“Olla que mucho hierve, sazón pierde”, “Muchos cocineros estropean el caldo”), a los recetarios escritos y a los tratados de cocina. El atribuido a Apicio (De re coquinaria) es como del año 400.
Un prejuicio moderno supone que la práctica es aplicación de la teoría. Que la medicina y la ingeniería derivan de la biología, la física y la química. Pero las curaciones milenarias con yerbas son anteriores a los descubrimientos de cómo curan. Y la agrimensura llevaba milenios de practicarse en Egipto cuando Euclides escribió en Alejandría su tratado geométrico.
La teoría nace de la práctica. Empieza por la formulación de cápsulas de saber que describen cómo son las cosas o prescriben qué hacer y cómo hacerlo. Siglos después, las cápsulas se integran en tratados.
Las cápsulas pueden desprenderse de una conversación y adquirir vida propia. También pueden ser creadas intencionalmente como frases, refranes, ejemplos, anécdotas, chistes, fábulas, oráculos, mandamientos.
Hay similitudes entre “Una golondrina no hace verano” y “Los perros ladran a los que no conocen”. Son cápsulas de saber que se valen de animales para hablar de la realidad. Tienen la misma forma literaria. Se conservan desde hace milenios. Pero son de carácter distinto.
1. La primera es un dicho anónimo, la segunda un texto firmado.
2. La primera es tranquila, la segunda ambiciosa.
3. La primera se ha difundido repitiéndose, la segunda discutiéndose.
4. La primera es popular: la dice Aristóteles y cualquier hijo de vecino. La segunda es elitista y desafiante: obliga a pensar.
De la práctica salió un saber hacer de las manos inteligentes que integraba todas las formas de hacer y de saber que se fueron separando. De ahí se pasó a las reflexiones generales sobre el mundo y la vida en cápsulas (teóricas, por ser generales, aunque sus temas fueran de la vida práctica). Y en ese formato aparecieron las primeras reflexiones filosóficas en el siglo VI a. C. en Mileto. Tales tomó la forma del pensamiento anónimo para crear pensamientos de autor.
Gabriel Zaid, Origen práctico de la filosofía, Letras Libres 15/09/2016
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