Reverberar.


Según reza la leyenda, Descartes (que habitualmente se levantaba tarde) ideó los ejes X e Y que constituyen las coordenadas ortogonales (hoy la pesadilla de tantos escolares que pierden horas de sueño estudiando sus propiedades). Mientras holgazaneaba en su cama y observaba una mosca posada en el techo. Los mayores avances científicos y las obras de arte más maravillosas –en suma, muchas de las ideas más grandes de la historia- pueden no ser el resultado de un trabajo arduo y persistente. Más bien, las oleadas repentinas de comprensión o los momentos en los que se nos enciende la lamparita suelen sobrevenir durante lo que Rilke elocuentemente escribió como “las últimas reverberaciones de un vasto movimiento que se produce en nuestro interior en los días de ocio”. Resulta que podría existir una explicación científica del fenómeno.

Rilke no pudo haber sabido cuán acertado resultaría ser, casi un siglo más tarde, el uso metafórico de la palabra “reverberaciones” para la neurociencia moderna. Como veremos, conjuntos de neuronas de nuestro cerebro literalmente reverberan, incluso cuando no hacemos nada. En rigor, algunos grupos de neuronas situados en los “centros” de las numerosas redes que existen en el cerebro reverberan con mayor intensidad durante el reposo. (pàgs. 31-32)

Rilke pasó buena parte de su vida adulta recorriendo Europa en busca del sitio ideal –tanto física como espiritualmente- para escribir poesía. Viajó a Rusia y conoció a Tolstoi; pasó un tiempo en Suecia, Italia, España, Francia y, por último, terminó en Suiza. Su trabajo revestía tamaña importancia para algunos de sus mecenas, personas adineradas, que le pagaban a Rilke para que viviera en sus mansiones o castillos mientras trabajaba o, mejor dicho, no trabajaba.

De hecho dejó pasar 15 años entre la publicación de sus obras poéticas mayores: desde Nuevos Poemas, publicada en 1907, hasta las que podrían considerarse los logros más importantes de su carrera, Las Elegías de Duíno y Sonetos a Orfeo, ambas publicadas en 1922. Durante esos años, escribió algunos poemas, pero los denominaba poemas “ocasionales”. Tardó casi 10 años para terminar Las Elegías. Los grandes poemas de Rilke se le ocurrieron en un momento de inspiración; los consideraba regalos, tal vez de ángeles. Describía la experiencia de escribir un poema como tomar un dictado. (…)

Desde una perspectiva neurocientífica, Rilke estaba aprendiendo a permitir que regiones cerebrales, como la corteza prefrontal medial, informara acerca de imágenes y asociaciones provenientes de regiones cerebrales como el hipocampo y el neocórtex, cuyos contenidos más profundos no ingresan, a veces, en la conciencia. En nuestra lucha continua por alcanzar el éxito o incluso conservar nuestro trabajo, usamos las partes de nuestro cerebro que procesan los eventos externos inmediatos. Esa red, centrada en el exterior, apaga la red neural por defecto y nos impide acceder a lo que puede ocurrir en el resto del cerebro. No obstante, nuestro cerebro está generando emociones y respondiendo a ellas de manera continua, y toda esa energía emocional debe disiparse en algún lugar.

Rilke también debió lidiar con ciertos accesos de depresión, debidos posiblemente a su implacable actitud respecto de sí mismo en el autoexamen: permitía que todos los aspectos desagradables de su mundo interno afloraran a la conciencia para poder analizarlos. Y aquí vemos la delgada línea que separa la cumbre de la genialidad del abismo de la depresión y la locura. Rilke vivió buena parte de su vida adulta en las proximidades de esa línea. (pàgs. 87-88)


Andrew J. Smart, El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto automático del cerebro, Clave Intelectual, segunda edición 2015

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