El jo i el DMN
Es probable que, junto con el
lenguaje, las representaciones conscientes y coherentes de nuestro propio yo
sean una característica exclusiva de la cognición humana. ¿Sabe la rana que es
rana? Nuestras propias identidades se basan, obviamente, en esas
representaciones. La corteza parietal lateral nos permite saber si somos
góticos, punk, hispsters o neurocientíficos. Asimismo, es un nodo que integra
la red predeterminada (DMN) y, por lo tanto, disminuye su actividad cuando se ejecutan tareas inducidas
externamente. (…)
Esta podría ser una de las razones por las
que cuando empezamos a soñar despiertos en el trabajo, cuando deberíamos estar
rastreando las horas destinadas en el último plan de lanzamiento de un producto
a establecer una relación sinérgica entre planes de comercialización
implementados por todas las unidades de negocios, nuestro pensamiento desemboca
en preguntas como “¿por qué una persona maravillosa y vital como yo terminó
haciendo algo tan estúpido, sin sentido, poco estimulante y tedioso?” La red
neural por defecto nos conoce mejor que nadie, incluso que nuestro yo
organizado y eficiente. (pàgs. 67-68).
La corteza prefrontal es considerada
necesaria pero no suficiente para la conciencia.
No es la corteza prefrontal el único origen
de la conciencia, pues para que adquiramos conciencia de algo deben activarse
muchas áreas del cerebro. Sin embargo, es necesaria la intervención de la
corteza prefrontal para procesar información de manera distintivamente humana y
significativa. (pàg. 71)
Además de la cantidad desproporcionada de
energía que el cerebro requiere para mantener su actividad basal, también la
estructura cerebral subyace en la función de mantener un estado “metaestable”.
“Metaestable”, en este contexto, remite al equilibrio que el cerebro debe
lograr entre estabilidad y flexibilidad. A fin de sobrevivir y reproducirnos,
necesitamos evitar depredadores, acondicionadores de aire que fallen y
conductores que conduzcan mientras hablan por teléfono móvil.
Sin embargo, constituiría una escasa ventaja
evolutiva que cada vez que hiciéramos un movimiento brusco para evitar un
conductor distraído, nuestra personalidad desapareciera o cambiara por
completo. Para sentirnos sanos y
entender el mundo, necesitamos percibirnos como un “yo” coherente y continuo.
¿Cómo logra el cerebro ese equilibrio entre un estado estable que no
experimenta modificaciones y una flexibilidad altamente sensible y reactiva que
pueda responder en cuestión de milisegundos a cambios en el medio ambiente?
Una posibilidad que las neurociencias están
explorando es que la estructura del cerebro (…) sea la que establece esa
metaestabilidad. Las partes del cerebro que constituyen la red neural por
defecto parecen desempeñar un papel decisivo en lo que respecta a mantener una
representación interna de nosotros mismos. (pàgs. 73-74)
Andrew J. Smart, El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto
automático del cerebro, Clave Intelectual, segunda edición 2015
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