El crepuscle de Prometeu.
François Flahaut (1943), en su libro El crepúsculo de Prometeo. Contribución a una historia de la desmesura
humana, nos propone un ideal postprometeico, o sea ecológico, ya que
considera que ha sido la desmesura (hybris)
del ideal prometeico la que ha propiciado edta situación. Se nos plantea
entonces una elección.”En definitiva, o bien el pensamiento ecologista supondrá
el crepúsculo del movimiento prometeico, o bien nuestros descendientes se verán
sumidos en un crepúsculo mucho más sombrío”. En este sentido, la explosión de
Chernóbil (1986), símbolo prometeico del desarrollo en la órbita soviética (“El
comunismo es el poder soviético más el tendido eléctrico en todo el país”,
Lenin dixit), ya supuso un claro
aviso. Lo curioso es que en el frontón de un cine de la ciudad de Prípiat,
ciudad destinada a albergar a los trabajadores de la central nuclear, se leía
en grandes letras el nombre de Prometeo. Después de la terrible “nube de
Chernóbil”, Prípiat se convirtió en una ciudad fantasma y la región de
Chernóbil en zona muerta para siempre. Antes, en el Prometeo encadenado, la tragedia de Esquilo, el titán, ya no le
hacía caso al consejo de Océano: “Conócete a ti mismo y ajusta tu forma de será
nuevas maneras”. Al Prometeo de los modernos no le ha gustado tampoco someterse
a los límites porque su conciencia ha hecho que se crea absoluto. ¿Por qué?
Para darnos una visión de conjunto de ese espíritu prometeico, en el que se
apoya el gran movimiento occidental de emancipación, el autor desarrolla una
genealogía que trata, al intentar sacar a la luz sus presupuestos y mostrar
cómo se articulan entre sí, de “desconstruirlo, relativizarlo y por lo tanto
también de criticarlo”; pero pasando de las críticas a las propuestas frente a
la desmesura. En su investigación, en la que tiene claro que la crítica moral
de la desmesura es insuficiente, nos presenta una historia humana de la
desmesura. Para Flahault, al
parecer, dos grandes vías conducen a la desmesura, y cada una de ellas implica
una forma concreta de ceguera: en la primera vía, al sujeto la afirmación
absoluta de sí mismo, como deseo de existir sin límites, les parece justificada
por dos razones. La primera razón deriva de situaciones de enfrentamiento, pero
hay que distinguir el Prometeo de los griegos del de los modernos Prometeo de
Shelley, por ejemplo) ya que en la tragedia griega el coro aconsejaba contra la
hybris y, en cambio, Shelley comparte
la postura de su personaje: aunque en ambos casos el titán se considera a sí
mismo del lado del Bien. Cita a Todorov (El miedo a los bárbaros. Más allá del choque
de civilizaciones) en su análisis del papel que desempeña este proceso en
las pasiones político-religiosas.
La segunda razón es la convicción de que el infinito (lo absoluto, lo
ilimitado) es una perfección del Ser. Entonces la desmesura se convierte en un
signo de superioridad, sin duda algo que chocaba con las antiguas cosmogonías
del Oriente mediterráneo que consideraban que el infinito era un defecto, o
peor, un no ser. Pero el monoteísmo invierte el valor y el infinito se
convierte en la perfección: el cristianismo se proyecta en la inmortalidad del
alma. Por ello, la primera gran diferencia en esta genealogía fue producto del
encuentro del mito de Prometeo, relato de los orígenes, con el monoteísmo del
mundo cristiano, ya que el mundo griego era politeísta: de un mundo anterior a
los dioses se pasó a un dios previo al mundo, y el ser humano pasa a ser
prometeico porque, al estar hecho a imagen, espejo, de un Dios trascendente,
también es creador. En este desarrollo es crucial no solo la cristianización
del mito griego sino también el ascenso del sujeto cognoscente que lleva a cabo
la filosofía griega, ya que en adelante la sabiduría será sustituida por el
conocimiento, y el ejercicio del pensamiento conceptual incluirá la realización
personal. La filosofía ha seguido los pasos de Platón hasta nuestros días, pero la filosofía china descartó estas
dos opciones. En cuanto sujeto cognoscente se impone, pues, en lugar de Dios,
como dueño del mundo. Más tarde, se saltará la otra limitación cristiana a la hybris, el amor al prójimo (Nietzsche).
La segunda vía que conduce a la desmesura es muy diferente de la primera:
si a esta el deseo de existir sin límites le parece justificado, la segunda
pretende ser mesurada, razonables y racional. “Esta visión de la historia y de
la democracia, sumada a la cada vez mayor influencia del pensamiento económico,
no ha dejado de incentivar la ilusión de que el ser humano, al sr capaz de
pensar racionalmente, es también razonable en sus deseos y en sus relaciones
con sus semejantes”. La identifica en el neoliberalismo (Hayek y Friedman).
Antes, el pensamiento de la Ilustración había roto con el pesimismo de la
antropología agustiniana y defendido una concepción del ser humano compatible
con la coexistencia armónica pero la historia del siglo XX no ha confirmado que
esta antropología sea pertinente. La modernidad se ha asentado, pues, sobre la
idea de progreso y sobre la emancipación a través del conocimiento y del
dominio de la naturaleza. Descartes,
según Flahault, fue el que mejor
formuló ese programa por el que “nos convertiríamos en dueños y señores de la
naturaleza”. Hay que entender entonces cómo surgió el espíritu prometeico como
una configuración de ideas y de imágenes con la que se identificó el dinamismo
occidental: “El imaginario prometeico ha ofrecido a lso destinatarios del ideal
prometeico el espejo en el que ven la imagen anticipada de su realización como
individuos y ha respondido a su deseo de existir”.
Para entender este proceso histórico, Flahaut
explora el ideal prometeico desde la Edad Media tardía en la que se desarrolla
una visión artificialista de la sociedad que, antes no existía, se convertiría
en uno de los principales ejes de la reflexión teórico-política posterior. Si Tomás de Aquino valoraba mucho la organización social en su
acepción de servicio al bien común con Duns
Scoto pasa a estar al servicio de la utilidad. Este voluntarismo se
prolonga en el pensamiento político de Guillermo
de Ockham. Estas concepciones franciscanas voluntaristas fueron adoptadas
por los teólogos de la “segunda escolástica” (el jesuita Francisco Suárez, sobre todo) y se transmitieron a Hobbes, Locke, Vico y el
pensamiento jurídico moderno en general. Pero también, según el autor, los
autores aristotélicos compartían estas teorías de los franciscanos que
polemizaban con ellos. Entonces, el sujeto cognoscente puede creerse, animado
por su similitud con la persona divina, el origen de lo que intenta conocer.
Según todos ellos, los hombres han creado la sociedad. Más tarde, para Hayek, es también la economía la que crea
la sociedad. Concluye: “Evidentemente, de la idea de que elo hombre ha creado
la sociedad a la convicción prometeica de que puede rehacerla solo hay un paso.
Así, el ascenso del sujeto cognoscente abre el camino a las esperanzas
revolucionarias”.
Otro elemento muy importante en esta genealogía es la diferencia entre las
sociedades tradicionales en las que la acción sobre las cosas adquiere su lugar
y su sentido porque está inserta en la red de relaciones de estatus y
parentesco (por ejemplo) Louis Dumont
observó esto muy bien en el debate de Locke
con Filmer). Por el contrario, en
nuestras grandes sociedades se considera fundamental la relación con las cosas
antes que la relación con los demás y solo los sufrimientos derivados de las
relaciones humanas nos devuelv3n a nuestros límites y a nuestros fracasos.
“Decir que la relación con las cosas es previa a la relación con los demás es
decir que el individuo precede a la sociedad, idea profundamente arraigada en
la cultura occidental que comparten tanto la tradición cristiana como la
corriente materialista, que se inspira en el De rerum natura, de Lucrecio”. En Platón ya estaba también esta idea: Prometeo entrega el fuego al
hombre presocial y solo después interviene Hermes. Luego, la novela de Defoe, Robinson Crusoe, alimentará el mito del
puro “valor de uso” de los bienes que produce la industria humana; y, todavía
hoy, las ciencias económicas están marcadas por la visión calvinista de este
personaje colonizador que no debe nada a nadie. Más tarde, la exaltación del
sujeto soberano tendrá su origen en la idea kantiana de lo sublime (una palabra
cuya etimología remite a traspasar el límite), que el Romanticismo retoma y se
podrá rastrear luego en Sade, en Bataille, en Sartre, en Beauvoir, e
incluso en Foucault.
Flahaut piensa que lo sublime kantiano, la reminiscencia
en Platón, es exaltante y abre el
camino, según Madame de Staël, al
Romanticismo; y, además, anuncia el programa que va a poner en práctica Julio Verne, quién, por cierto, no
había leído a Kant. De su lectura de la Crítica del juicio deduce que en Kant “la afirmación absoluta del yo se da como real, no como
meramente simbólica”, uno de los puntos
oscuros del ideal prometeico. Esto es lo que va a suceder también en las
novelas de Julio Verne, cuyos personajes siguen el modelo de Robinson Crusoe.
El imaginario prometeico de finales
del siglo XIX fue expresado genialmente, pues, en las novelas de Verne, quién
dinamizó aquella idea del sujeto soberano. Flahault,
enfrentándose a la seducción que habían ejercido sobre él en la infancia, las
relee siguiendo los pasos de lo sublime religioso y posteriormente romántico.
El hombre dominando la naturaleza es su tema constante para mostrarnos lo
sublime geográfico, técnico y científico. Si Hatteras encarna la virilidad, el
capitán Nemo encarna como ningún otro personaje de ficción el ideal prometeico.
Del Prometeo romántico pasamos así a un Prometeo cuya voluntad de poder se pone
de manifiesto en sus dotes de colonizador, de científico y de ingeniero. Nemo
ve en Prometeo el modelo de los hombres nuevos. (1)
Por último, hay que destacar la crítica que el autor hace de las ideas y
narrativa de Ayn Rand (1926-1982),
gran ideóloga de la derecha estadounidense, siguiendo la pista de la película El manantial, de Vidor, protagonizada
por Gary Cooper como el arquitecto Roark, basada en su novela, para ver “cómo
un relato de ficción se convierte en política real cuando los espectadores y
los lectores se identifican con el yo ideal”. La mayoría de los estadounidenses
no la considera una autora de derechas a pesar de haber ejercido gran
influencia en los altos cargos de la administración republicana (Ronald
Reagan). Su ateísmo choca con el evangelismo conservador. Ayn Rand coloca por encima de todo el derecho natural y soberano
del individuo como “una afirmación prometeica del yo”: una idea del genio
romántico, en versión estadounidense, en la que el individuo se funda a sí
mismo. Su espíritu prometeico concede todos los derechos a los individuos de
excepción con una idea del yo basada en la ilusión, de autoengendramiento y de
indestructibilidad. El hombre nuevo Roark, como digno heredero del espíritu
prometeico romántico, que rehabilita las figuras de Lucifer y Caín, rechaza
toda sumisión a Dios. Sería el Prometeo en su versión ultraliberal (Rand y Hayek) contra el colectivismo aunque ambos presenten peligros
parecidos.
Como hemos ido viendo, en el mundo occidental, la figura del titán
Prometeo, que se apodera del fuego, propiedad del dios Zeus, para entregárselo
al hombre, ocupa, pues, un lugar muy destacado, condensando gran parte del
credo progresista de Occidente. Lo característico del ideal de Prometeo es la
mezcla homogénea de un programa realista de conocimiento y acción con una
figura que se apodera de la imaginación y suscita el deseo de identificarse con
ella. Por tanto, el autor mantiene que la tarea filosófica no podrá avanzar si
no se desprende de su tradición, para ver lo que Occidente, según Pierre Legendre, no ve de Occidente, o
sea el inconsciente del saber (Foucault),
lo “impensado cultural”, en suma, que hemos asimilado sin darnos cuenta. Porque las elites y muchas figuras de
la cultura occidental convirtieron a Prometeo en su héroe ideal (desde Goethe a
Wagner, desde Marx a Nietzsche). El “hombre nuevo” totalitario
formaría parte del mismo imaginario. Por ello, la tesis de este libro afirma
que “el espíritu prometeico no se reduce a sus manifestaciones más evidentes,
el frenesí técnico y capitalista, sino que hunde también sus raíces en los
valores de los que nos sentimos más orgullosos –el ideal de libertad y de
progreso, el movimiento de emancipación del individuo y la modernidad- y que
nos parece legítimo proponer o imponer a las demás culturas.
Desde esta perspectiva se puede entender entonces que el ideal prometeico
anticipase los avances de las ciencias naturales, de la técnica y del
capitalismo, les proporcionase un marco y una dirección, y les aportase un
estímulo. Porque resulta muy curioso observar cómo ideologías diametralmente
opuestas, como el marxismo-leninismo y el no intervencionismo de la derecha
estadounidense, el nazismo y la democracia liberal comparten la misma
inspiración prometeica. Por ello, Flahault se ha propuesto esta arqueología del ideal
prometeico para mostrar como bajo una apariencia de racionalidad este ideal
está gobernado por la desmesura. Frente a esta, “las disciplinas científicas
derivadas de la ecología ponen de manifiesto formas complejas de
interdependencia. En este sentido se desmarcan del espíritu prometeico, que considera
que la libertad equivale a aumentar ilimitadamente la producción material y la
explotación del medio ambiente”. Si, por un lado, el dinamismo prometeico ha
acabado desbordando los límites del planeta y tiene una tendencia
autodestructiva; por otro lado, el pensamiento ecológico, posprometeico, podría
ya substituir al ideal prometeico dominante para evitar esa autodestrucción. No
basta desde luego con un piadoso “desarrollo sostenible”. Por otra parte, el
autor no defiende “salir del capitalismo” sino, aunque difícil, redirigirlo
(¿cooperativas?). En el capítulo final señala cuatro graves errores, ilusiones,
del espíritu prometeico y propone recuperar los “bienes comunes vividos”, cuyo
concepto coincide con el Ensayo sobre el
don de Marcel Mauss, en el que muestra
cómo los intercambios de dones alimentan los vínculos sociales y la existencia
de las personas participantes.
Lois Valsa, Prometeo o
la historia de la desmesura humana, Claves de razón práctica nº 240,
Mayo/Junio
(1)
Señala
Flahaut que en el Tokio Disney Resort los visitantes pueden entrar en la base
secreta de Nemo y presenciar las (falsas) erupciones del volcán, bautizado como
“monte Prometeo”, lo cual da muestra de la globalización de la mitología
occidental.
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