Actualitat d´Orwell: "ens hem quedat sense paraules per mossegar la realitat"

¿Cuál puede ser hoy la actualidad de George Orwell? Hasta 1989 estuvo muy claro. Orwell captó como casi nadie la esencia del totalitarismo: reescritura sistemática del pasado y supresión de la Historia (el mito del «Hombre Nuevo»), liquidación de la noción de verdad independiente u objetiva (la máxima totalitaria reza «todo es posible»), degradación del lenguaje y disolución de la lógica, inestabilidad permanente de las condiciones de vida, tortura ilimitada del cuerpo y la mente, etc. Pero, ¿y después de 1989? Desde luego, el periodo Bush ha puesto en bandeja una actualización de los análisis de Orwell. Para la forma-Estado nacida tras el 11-S, la política es la continuación de la guerra por otros medios: define y designa al enemigo, consnstruye un gran relato en torno a él («Occidente frente al Mal»), funciona mediante un Jefe soberano y la figura de «un solo Pueblo», emplea el miedo, la mentira y la muerte para sujetar, etc. Son todos ellos elementos que se pueden encontrar en las visiones de Orwell.

Otra lectura actual muy interesante de Orwell no se esfuerza tanto en encontrar en el presente los calcos de los mecanismos totalitarios de producción de miedo y seguridad, como en indagar con su ayuda lo que resiste por abajo en las cabezas y en los cuerpos. Orwell llamó en su famoso ensayo sobre Dickens «decencia común» (common decency) a ese fondo humano que resiste, al conjunto de disposiciones al apoyo mutuo, la fidelidad, la generosidad o la tolerancia (que no indiferencia). De hecho, la apuesta política por el socialismo democrático significaba para Orwell «trabajar en la construcción de una sociedad en la que la “decencia común” sea de nuevo posible». ¿Cómo no iba a tener entonces actualidad Orwell, si hoy el oportunismo, el cinismo y el miedo son las tonalidades afectivas que produce en masa en nuestra (pos)modernidad? (...)

Justo cuando las grandes ideologías que se disputaban el control de nuestra alma en la época de Orwell han caído, nos hemos quedado sin palabras para morder la realidad, nombrar nuestro malestar y decir lo que queremos. Las palabras parecen hoy incapaces de abrir la realidad, de sacudir la impotencia y la indiferencia con que se cierra. Infinitamente reversibles, han perdido su credibilidad y su fuerza (que son lo mismo).

¿Qué ha pasado? El problema de la «crisis de palabras» remite profundamente al desencuentro entre palabra, experiencia y pensamiento. En el espacio que se abre en ese desencuentro, en lugar de hablar nosotros, somos hablados por distintos lenguajes (administrados por sus expertos y especialistas) que se hacen cargo de definir y describir la realidad en nuestro nombre: el lenguaje mediático define la actualidad; el
lenguaje publicitario nombra nuestros deseos; el lenguaje terapéutico describe nuestro malestar; el lenguaje securitario habla de nuestros miedos; el lenguaje empresarial de las competencias dice nuestras capacidades, etc.

Es el triunfo del estereotipo: la palabra convertida en consigna, convertida en respuesta automática, convertida en orden, convertida en código mercantil, convertida en permanente suspensión y aplazamiento de los problemas. Cada desencuentro entre palabra, experiencia y pensamiento produce un estereotipo. Como un desierto que produce más desierto.Y ese mismo desacople ha desarticulado también el pensamiento crítico que, al no asumir positiva y creativamente la crisis de palabras, se limita a repetir las que funcionaron en su día para abrir la realidad y hoy también han cristalizado en estereotipos.

El problema no es rescatar la «autenticidad» de las palabrasfrente a su «falsificación». No hay palabras cargadas de verdad más allá de todo contexto, de toda situación, de todo uso. La verdad es un encuentro, un momento de coincidencia entre palabra y experiencia. Ese encuentro hay que suscitarlo una y otra vez, no se puede confiar en una coherencia ya dada entre el signo y el sentido. Para Orwell, como enseña Simon Leys, producir ese encuentro –mediado por la imaginación–era precisamente el trabajo de la literatura.

Se conoce la extrema sensibilidad de Orwell a los estereotipos, las ortodoxias y las líneas (cor)rectas, «con toda la deshonestidad y la pusilanimidad que implica someterse a ellas». Era parte de su horror a la política. La «lengua de madera» le provocaba instintivamente sarpullido en la piel. Normal, la había podido ver desde muy de cerca funcionando como arma en Cataluña, cuando los estalinistas fabricaron con ella la justificación necesaria para depurar (o «vaporizar», como se dice en 1984) al POUM y la CNT. Abstracciones y etiquetas cargadas de odio, que difunden la sospecha, el estigma y el miedo. Retóricas que secan la fuente viva, concreta y encarnada de la palabra, su dimensión común. La célebre «neolengua» de 1984 es precisamente un lenguaje enteramente hecho de estereotipos, cuyo solo uso excluía de antemano toda posibilidad de pensamiento independiente, toda contestación. Esa experiencia grabó a fuego en su cuerpo una decisión: luchar a muerte contra los clichés que se nos imponen como obvios, las etiquetas que deshumanizan la realidad (suprimiendo matices, sombras, contradicciones) y los automatismos que «nos reducen al estado de gramófonos». Así concibió su teoría y su práctica de la escritura: contra el secuestro de lo real a manos de los estereotipos, la invención de la verdad y la complicación de la realidad a través de la literatura. Porque como dicen los anónimos autores de cierto Llamamiento, «las ficciones son cosas serias. Necesitamos ficciones para creer en la realidad de lo que vivimos».

Amador Fernández-Savater, George Orwell: contra el secuestro de lo real, en Simon Leys, George Orwell o el horror a la política, Acuarela Libros. A. Machado libros, Madrid 2010


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