La desesperació no és realista.






“Vivimos en una sociedad capitalista”, escribe Rebecca Solnit en Esperanza en la oscuridad. La historia jamás contada del poder de la gente (Capitán Swing, 2017), “pero gran parte de cómo vivimos nuestras propias vidas cotidianas, nuestras interacciones y compromisos con la vida familiar, las amistades, las vocaciones, la pertenencia a organizaciones políticas o entidades, sociales es, en esencia, no capitalista, o incluso anticapitalista, repleto de cosas que hacemos gratuitamente por amor o por principios”.

Eso también define la estructura humana de ese puente. Sumado al deber de servicio público de los gobiernos municipales, autonómicos y estatales, sin heroísmos, rompiendo las distancias y las diferencias, miles de personas anónimas están cartografiando un mapa a favor de la civilidad, un sustantivo que, “casi sin saber explicarlo, todos reconocemos al instante cuando lo tenemos delante”, según escribe James W. Heisig en En busca de la bondad colectiva (Herder, 2022).

Pero, ¿acaso el impulso de ayuda es común, y es contagioso? Eso parece. No es cuestión de ser naíf, no se trata de ir con el lirio en la mano. Es un hecho científico, como explica Ignacio Martínez Mendizábal, catedrático de Antropología Física en la Universidad de Alcalá de Henares: “Los humanos somos unos animales desastrosos, pero con la cooperación entre nosotros somos capaces de hacer cosas extraordinarias”. Y añade: “Siempre hay tensión entre el altruismo y el egoísmo, pero está demostrado que los grupos que tienen más individuos altruistas son más eficientes que los que tienen individuos egoístas”.

También está ese mecanismo fisiológico llamado empatía, esa capacidad de percibir como propios los sentimientos de otros. Y, según Martínez, la evolución selecciona sobre todo a individuos empáticos, porque su colaboración con otros consigue transformar a su grupo en un ente más eficiente.

Mercedes Conde-Valverde, directora de la Cátedra de Otoacústica Evolutiva y Paleoantropología de la Universidad de Alcalá, también recoge en sus trabajos un dato muy interesante: para Darwin, en el transcurso de la evolución humana el paso al auténtico comportamiento altruista se dio cuando los cuidados empezaron a ser dispensados a individuos vulnerables, que no tenían posibilidades de devolver el favor.

Así, en Valencia o en cualquier parte, en los momentos más duros los gestos o las palabras de apoyo tienen el efecto de un salvavidas. La feminista Susan Griffin ya avisó: “He visto suficientes cambios a lo largo de mi vida como para saber que la desesperación no es solo contraproducente sino que no es realista”.

Hay más datos. Un estudio coordinado por la psicóloga Anat Bardi de la Universidad de Londres sobre los valores —tradición, seguridad, creatividad, benevolencia, generosidad, etcétera— reveló que el que se considera más importante es la amabilidad. Y ante tragedias como la dana pueden hacer que un valor adquiera mayor relevancia y que las personas actúen de acuerdo con él.

Contrariamente a lo que piensan tantos hobbesianos, en numerosas ocasiones el verdadero objetivo que buscamos es ampliar el poder y el alcance de alternativas que ya existen. Esto es, “lo que soñamos ya está presente en el mundo”, subraya Rebecca Solnit. El ruido y la furia intentan enterrar ese brillo que está dentro de nosotros, y por eso hay que trabajar —gratuitamente, todos los días de la semana— en bascular la balanza a nuestro favor. Podemos empezar ahora mismo, como canta The Jam en la canción Start!

Mar Padilla, Buenismo del bueno ..., El País 22/11/2024

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