Ens hem de quedar a Twitter?







Para Habermas, la esfera pública es el área de nuestra vida social en la que intercambiamos ideas e impresiones sobre asuntos que nos conciernen a todos. Tal como explica el periodista Stuart Jeffries en Grand Hotel Abyss, una historia de la Escuela de Frankfurt, esta esfera la forman los espacios en los que podemos mantener una conversación libre, racional y crítica. Surgió por primera vez en un momento histórico muy concreto: en los salones y cafés de principios del siglo XVIII, donde también se leían los primeros periódicos, y donde la burguesía naciente pudo empezar a debatir y difundir ideas opuestas a la monarquía absolutista, en especial la noción de “bien común” que fundamentaría formas de gobierno representativas.


De hecho, el periodista Tom Standage escribe en su Writing on the Wall que los cafés tuvieron una función similar a la que tienen ahora las redes sociales: eran un sitio al que la gente iba a distraerse y a informarse, además de a compartir descubrimientos científicos, ideas nuevas y, cómo no, noticias falsas y rumores sin probar.


No hay que mitificar esta esfera pública dieciochesca: como se le ha criticado a Habermas, era un ámbito cerrado a casi todas las mujeres y estaba formado casi en exclusiva por gente adinerada, dejando fuera a campesinos, artesanos y la naciente clase obrera. Aun así, Habermas defiende los principios ideales de esta esfera pública, que en teoría no excluía a nadie, aunque en la práctica no hiciera falta hacerlo porque a ningún aprendiz de zapatero se le ocurriría presentarse en el salón organizado por una baronesa para entretener a sus amigos filósofos.


Para Habermas, lo importante es que en este espacio público ideal se dan las condiciones para una conversación racional, y por eso hemos de defender y proteger espacios similares, que son los que nos van a permitir estar lo suficientemente bien informados para elegir entre las opciones que aspiran a mejorar nuestra sociedad. No se trata de llegar a un consenso, aunque se parta con ese objetivo, sino de que el discurso y la conversación sean racionales y nos permitan corregir o mejorar nuestras convicciones.


Esto nos llevaría a estar de acuerdo con quienes defienden que hay que quedarse en Twitter. Nos guste o no, Twitter (nadie lo llama X, seamos sinceros) era y quizás sigue siendo uno de estos espacios que influye en cuáles son los temas de los que hay que hablar y cuáles son las ideas y discursos dominantes al respecto.


Pero siempre un pero.


Según Habermas, la esfera pública clásica se vino abajo durante el siglo XX con el ascenso de los medios de comunicación masivos, las agencias de publicidad y relaciones públicas, y el partidismo que reeplazó a la política parlamentaria, entre otros factores. Este espacio dejó de ser una conversación sobre el bien común y pasó a ser una negociación entre grupos que defendían sus intereses.


En la actualidad, hay una pluralidad de esferas públicas cruzadas y con límites porosos, que se centran en diferentes temas y comunidades, y que en muchos casos son transnacionales, como escriben James Gordon Finlayson y Dafudd Huw Rees en la entrada dedicada a Habermas de la Enciclopedia Stanford de Filosofía. Twitter podría ser una de estas esferas públicas, igual que lo son las demás redes sociales, los grupos de WhatsApp, los bares y los clubes de lectura, por poner unos cuantos ejemplos. Es decir, Twitter quizás sea una plaza pública, pero no la plaza pública.


Aun así, Habermas es muy crítico tanto con Twitter como con el resto de plataformas, y eso que para él la esfera pública ya estaba en crisis antes de las redes sociales. Para el filósofo, pensar en estas plataformas como espacios en los que podemos compartir libremente contenidos es una idea “si no ingenua, como mínimo incompleta”, como escribe en Un nou cavi estructural en l’esfera pública i la política deliberativa (creo que solo está en catalán y en inglés).


Su carácter “plebiscitario” lleva a estas redes a convertirse en “cajas de resonancia autosuficientes” que “rechazan las voces disonantes” y que fragmentan el espacio público. A menudo por la influencia de algoritmos opacos en los que no podemos intervenir. Estos algoritmos están al servicio de un modelo de negocio muy concreto, el de la extracción de datos para la venta de publicidad, por lo que premian los contenidos que hacen que pasemos más tiempo en la plataforma, que son los que provocan la indignación y el enfrentamiento.


Esto favorece una polarización que ha contribuido a la desintegración —él espera que temporal— de la esfera pública política. Ni tan solo compartimos criterios para saber qué es válido y que no lo es: el problema no es que haya noticias falsas, que siempre las ha habido, “sino el hecho de que, desde la perspectiva de los implicados, las noticias falsas ya ni siquiera se identifican como tales”. Y eso además de la doble estrategia conspiranoica que consiste en difundir noticias falsas y al mismo tiempo acusar a la prensa de mentir, lo que "crea inseguridad en la opinión pública y en los mismos medios".


Habermas también es crítico con el efecto perjudicial que tiene la “plataformización de la esfera pública” en los medios de comunicación tradicionales. Los medios deberían servir de guía en un contexto cada vez más caótico, pero se tienen que enfrentar a los problemas derivados de no haber conseguido desarrollar un modelo de negocio viable tras décadas en internet, lo que lleva a la precariedad de sus trabajadores y a la lucha por la atención con contenidos que a menudo apuestan por el entretenimiento y la emotividad.


Por supuesto y por desgracia, los medios también se equivocan y en ocasiones mienten, pero “a través de su flujo de información y de interpretaciones renovadas cada día", confirman, corrigen y complementan constantemente "la borrosa imagen diaria de un mundo que se presupone objetivo”. Con todos sus defectos, errores y limitaciones, los medios (los que nos gustan y los que no) acaban formando un filtro cualitativo que permite orientar el debate público y asentarlo sobre realidades compartidas. No tenemos que estar de acuerdo en si Trump es un buen presidente o no, pero sí en que perdió las elecciones de 2020.


Es decir, quizás Twitter no sea una esfera pública, sino una pseudoesfera, un ámbito en el que la discusión pública está más viciada de lo normal y que no está diseñado para nada parecido a una conversación racional. Quizás más que una esfera pública sea una trinchera privada.


Esto no quiere decir que haya que irse de Twitter, pero sí que la forma de quedarse a lo mejor debe ser otra, más combativa. Pero esa no es la mejor opción. Nos quedemos o no, habrá que buscar y defender otros ámbitos de diálogo en los que podamos escuchar y ser escuchados, en los que no se vea a quien piense diferente como a un "enemigo" y en los que podamos reconstruir una esfera pública común.


Jaime Rubio Hancock, ¿Twitter es una esfera pública?, Filosofía inútil 20/11/2024


Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

Darwin i el seu descobriment de la teoria de l'evolució.