La utopia del desastre
A menudo nos extraña que la gente que lo ha perdido todo sea capaz de actos de generosidad extraordinaria. Sin embargo, en el libro Rebeca Solnit, Un paraíso en el infierno, observa que no solo se trata de un fenómeno habitual, sino también necesario. Estudiando las semanas posteriores a Katrina y al terremoto de San Francisco de 1906, encuentra que las respuestas impulsadas por las comunidades y organizadas desde la base suelen ser más efectivas que las intervenciones oficiales. Las autoridades tienden a tratar a las personas como un problema a gestionar. Los humanos en el terreno son capaces de coordinarse y adaptarse para cuidar unos de otros, atendiendo a las necesidades inmediatas y también anímicas de la comunidad.
Más interesante todavía; la crisis ofrece la posibilidad de experimentar algo que nos ha sido robado poco a poco: un anhelo insatisfecho de comunidad, un sentido de propósito y de contribución a algo más grande que nosotros mismos. Esa solidaridad entre vecinos es tan peligrosa como la solidaridad entre trabajadores. Las comunidades de vecinos son los primeros sindicatos, nuestra primera alianza política. Su potencia es brutal.
El mundo tal y como lo conocemos está a punto de acabar. La polarización nos debilita. No solo fragmenta nuestra fuerza política sino que desintegra nuestra habilidad de coordinarnos cuando nos golpea un atentado o un desastre natural. Si seguimos perdiendo energía en debates identitarios estériles, pronto no podremos organizarnos ni para salvar un trampolín. La cura no está en el discurso ideológico sino en la práctica de los esfuerzos por ayudar a los vecinos. (...) Si no aprovechamos esta crisis para aprender a afrontar juntos los retos que nos esperan, el futuro será desolador.
Marta Peirano, Qué hacemos con el sufrimiento, El País 04/11/2024
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