La filosofia ve després (Víctor Gómez Pin).


"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara." (1)
Sometimiento a la necesidad natural.
Tras muchos otros, he ido señalando en estas reflexiones que en la disposición de espíritu  característica de los  pensadores jónicos ( la cual  ha marcado desde Tales a Einstein el pensar de la Física)  la naturaleza ha dejado de ser signo de inscripción de voluntades que podrían sernos favorables o desfavorables. La naturaleza es tercamente ajena a ruegos o imperativos, sin que la técnica parezca modificar más que la mera superficie de esta acerada resistencia. Sin duda la técnica, además de procurarnos  instrumentos de conocimiento (instrumentos que sirven a la ciencia), nos depara asimismo instrumentos para canalizar  a nuestro favor algunas de las potencialidades de la naturaleza: la técnica  puede hacer de la semilla fruto que nos da alimento, y de la materia encontrada un material, por ejemplo ese material  que hace posible la construcción  de una casa o  la erección de una muralla protectora.  Pero esta explotación a nuestro servicio  de lo que la naturaleza posibilita  es precisamente  un indicio  de que se ha renunciado a vencerla, se ha renunciado a hacer contrapunto a su potencia; pues  aprovechar las potencialidades que depara la necesidad natural es lo contrario de intentar alzarse  sobre  esa necesidad.
Ahí reside quizás el núcleo de la profunda desazón que la inacabada secuencia de avances en  los artefactos tecnológicos producen en aquellos que somos a la vez utilizadores y esclavos de los mismos. Pues la dificultad que se viene a resolver (la   mayor acuidad y celeridad  en la comunicación a distancia, por ejemplo) es  muy a menudo  generada por el artefacto mismo y no responde  al deseo de trascender la limitación natural, deseo  que sí está detrás de la ayuda que el "primitivo" solicita al hechicero.
El destino del pensamiento científico.
Se abre en este punto  un interrogante que quizás el lector  ya ha formulado: ¿Diremos que la interiorización del postulado según el cual la naturaleza responde a una implacable necesidad interna, y como resultado de ello la contemplación de la misma bajo la disposición que caracteriza a la ciencia, supone para el espíritu  una suerte de caída? ¿O más bien esta naturalización del universo, esta neutralización del poder de  entidades forjadas por la imaginación humana, es tan sólo un momento de sobria contención, imprescindible precisamente  para que el hombre descubra  su papel  en el seno de ese universo y acceda a la matriz de su verdadera riqueza? En parte, ello depende del destino del propio pensamiento científico, es decir, si éste asume o no, todo lo que en sí mismo acarrea, y en suma: si muta o no en pensamiento filosófico.
No hay signos de presencia de lo sagrado en la naturaleza desde que los acontecimientos son contemplados como expresión del interno movimiento de la misma,  pero sí surgen entonces las condiciones de que el sujeto  gracias al cual la naturaleza se hace concepto... piense la singularidad de su propia condición.  Ya  he indicado en efecto  que ni en la época jónica ni en la nuestra tiene  la ciencia  la última palabra, que la filosofía viene después, sin que ello suponga en absoluto  (dado el sentido en que aquí se ha venido utilizando el término filosofía) reivindicar  una tarea del espíritu que se daría paralelamente al pensamiento racional. Pues como contrapunto de la necesidad natural  no se erige entonces  el hacedor de milagros sino el sujeto de la  intelección, y ello como consecuencia de que la propia observación de la physis conduce a interrogarse sobre el mismo.
He considerado ya aquí el texto paradigmático de este viraje. El intelecto  asegura que lo único real en la naturaleza son los átomos y el vacío, los cuales son inasibles para los sentidos. Pero los sentidos responden al intelecto, denunciando el círculo vicioso consistente en que  son ellos la única fuente de la cual extrae el intelecto sus evidencias, por lo cual si el intelecto consigue derrotar a los sentidos no  haría otra cosa que derrotarse a sí mismo:
"Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de  lo dulce, por convención asimismo nos referimos a  lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío" aserta el intelecto. Mas al escuchar  tal cosa los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: "Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota" (2).   
El intelecto vence pues a su matriz, cabría decir y, en consecuencia, se auto-destruye. Con diversas variantes el problema no  hará sino reaparecer y ello no sólo a lo largo de la historia de la filosofía. Nótese que tanto si se privilegia al intelecto, como si se privilegia la percepción sensorial no se está privilegiando a la naturaleza; la naturaleza ha dejado de legislar. La reflexión sobre la physis ha virado en reflexión sobre las facultades del sujeto que reflexiona.  
Los términos mismos del debate son cosa propia,  discernir sobre el peso relativo de la physis y de las facultades del ser de razón, es algo que incumbe a este mismo ser;  las teorías reduccionistas no son entonces sino teorías, el pensar de la ciencia se convierte en pensar filosófico, la física deviene meta-física.  En suma: el sujeto de razón y de lenguaje  emerge en el debate que tuvo arranque en la tentativa de hacer inteligible  la physis.
No cabe ya para el físico un realismo ingenuo
¿Hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide  aparentemente  con la mía? Respecto a esta pregunta  formulada en el arranque de estas reflexiones,  he citado muchas veces a John Bell, el físico cuyo teorema fue el más duro golpe para los principios clásicos a los que se aferraba Einstein, en particular el de la existencia de un  mundo sometido a leyes  con independencia de que se de o no un sujeto conocedor del mismo. Y he señalado la importancia de que el propio  Bell  fuera consciente de que, por cuestionar el  postulado fundamental del realismo, sus investigaciones ponían en tela de juicio precisamente un integrante esencial de lo que le había conducido a ser un físico:
«Desearíamos poder tener un punto de vista realista sobre el mundo, hablar del mundo como si realmente estuviera ahí cuando no es observado. Yo ciertamente creo en un mundo que estaba ahí antes de mí, y que seguirá estando ahí después de mí, y creo que usted forma parte de ese mundo. Y creo que la mayoría de los físicos adoptan este punto de vista cuando se los pone contra la pared (when they are being  pushed into a corner )  Citaba también aquí  a Alain Aspect,  el físico que completó  en el plano experimental el teorema de Bell, contribuyendo así   a que éste tenga el enorme peso filosófico que se le confiere:
"Estoy convencido de que  el físico elige hacer física por que piensa que el mundo es inteligible. Creo que el físico, a priori, cuando  imagina su vida de físico se ve como  alguien exterior que va a abrir el reloj para ver lo que pasa en el interior. Creo que, más que nadie, el físico tiene esta creencia ingenua, espontánea, de que existe un mundo independiente de él y que su papel es de descubrir la manera como funciona este mundo...el ideal en principio es que el mundo funciona y se halla ahí aunque el observador no se encuentre".
Bell y Aspect se limitan a reivindicar (contra el resultado de sus propios trabajos) la convicción del sentido común según la cual (en palabras  de  Feyman)   una onda sonora   aunque nadie la haya percibido  deja un resto por ejemplo una traza en el tronco de un árbol. Pues bien: Los físicos  del siglo se han visto  abocados a revivir la aventura cartesiana, a preguntarse de nuevo  si el mundo físico,  que fue su punto de arranque,  no tiene en realidad el mismo estatuto que las representaciones de los sueños, muchas de las cuales además de diferenciarse de lo que sentimos como propia  identidad, muestran  esa  irreductibilidad  a la misma que nos parecía ser una de las marcas de lo físico (pareciendo  moverse y ocupar posiciones, distinguiéndose así de líneas, superficies, intervalos tridimensionales carentes de densidad,  y otras entidades puramente abstractas).
El físico, por definición, trataba de una dimensión del ser  que no coincide fenomenológicamente con la dimensión del pensamiento, y no se ocupaba del problema metafísico relativo a cual es la auténtica relación entre ambos dominios (3).  Y sin embargo... el físico puede verse por su propia tarea científica, y precisamente  para mantener la fidelidad a la misma, conducido a plantearse el problema metafísico. Esto le ocurrió a Einstein en relación al problema de la significación física del tiempo y el espacio,  y le ocurrió  a los  físicos Antón Zeilinger o John Bell en relación al principio de localidad,  y le ocurre a todos ellos y  a muchos otros cuando  se trata  del realismo, problema en el que  la cual confluyen de hecho casi todos las demás.
Consecuencia de lo anterior es que el realismo ya no puede en ningún caso ser un realismo ingenuo, pues el solipsismo es una hipótesis a tomar muy en serio. Como bien ha escrito el filósofo Ulises Moulines en una reflexión sobre las vicisitudes del héroe de La vida es sueño, no está claro el carácter apodíctico del argumento semántico que habría que enarbolar ante Segismundo: "hablas, luego te refieres a algo real además de tí mismo".
De Segismundo a Crusoe: "La imagen de su cara"
Habla sin duda Segismundo, aún en la hipótesis de un puro universo onírico, como habla ese otro paradigma literario, Robinson, el héroe de Defoe, confrontado sino a la posible irrealidad del mundo, sí al menos, a la tremenda constancia de la soledad.   
Hablan Segismundo o Crusoe no con hablantes empíricos, mas sí con el sujeto humano, sujeto del conocimiento o sujeto forjador de símbolos, sujeto asimismo de ese imperativo por el cual, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se de un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente, con el tremendo corolario de que, en el reino de las leyes, de ninguna manera todo está permitido. Para el uno, el entorno es quizás sueño, para el otro no hay interlocutor empírico, mas ambos están confundidos  con un pensamiento y una palabra herederos de todo el acerbo que caracteriza a la especie; herencia en razón de la cual Segismundo y  Crusoe (al igual que el Descartes   de las primeras meditaciones) permanentemente hablan, hablan con un interlocutor compatible con  la situación de soledad; hablan en suma con la matriz, presente en  ellos mismos, del hombre.
Habla  la persona sola  consigo misma, consigo misma en  tanto  que  espejo en el que se reconoce la esencia de la humanidad. Y tal cosa hacemos cada uno de nosotros en las ocasiones en las que el pensamiento, en lugar de complacerse en lo dado, se esfuerza por entender, metaforizar o resolver, ya se trate de asuntos teoréticos o de asuntos prácticos; ya se trate de organización general de la sociedad o de asuntos en los que la propia  intimidad es lo que está en juego.
Y en esta  hipótesis de que hablar no sea garantía de mundo exterior, todo es ya casi una cuestión de fuerza y de entereza: fuerza para luchar contra esa constricción que   supone para el lenguaje y la razón el hecho de tener origen en la materia, de ser inseparable  de la misma  y en consecuencia de estar afectado por la modalidad de cambio (el cambio-corrupción) que constituye la esencia del tiempo; fuerza  para no rendirse ante la evidencia de que sólo puede trascender el tiempo aquello que nace del tiempo y está siempre acompañado por el mismo; fuerza  para  renunciar a los prejuicios y enriquecer el juicio, fuerza en definitiva para abordar la dureza y la riqueza del pensar; entereza para aceptar la siempre amenazante impotencia, y en todo caso  no sustituir la ausencia de juicio en acto por la iteración de un juicio ya masticado y digerido. En razón de su  naturaleza , todos los humanos son movidos por el deseo de conferir forma  a lo que les afecta, convirtiéndolo en símbolo y concepto,  viene a decirnos Aristóteles en la Metafísica. Pues bien: se trata de que efectivamente sea así, no meramente de pensar lo bueno que sería el que así fuera.
Que el deseo de simbolizar y conocer sea expresión de la naturaleza de uno, en acto, aquí y ahora, no es cosa de voluntad. Se da o no se da tal fortuna;  se da  o no la fortuna de que perdure en su acuidad  lo que Pinker ha denominado "instinto de lenguaje", esa rarísima inclinación con la que los humanos y sólo los humanos, complementan  la tendencia a defender la propia individualidad  y  la propia especie biológicas.[4]   Esta inclinación  a lo que singulariza al animal humano  quizás jamás se pierde (5). No se pierde  el amor a las construcciones del lenguaje, que perdura como invariancia  aun en la soledad o en la hipótesis del mundo onírico:
"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara."

 Víctor Gómez Pin, Asuntos Metafísicos 100, El Boomerang 22/06/2015

(1) Jorge Luis Borges, "Epílogo " de El Hacedor 1960.
(2) Diels- Kranz  Die Fragmente  Vorsokratiker (Fragmentos de los presocráticos) B 125.
(3) O si lo hacía era  en paralelo, como el Einstein interesado por las tesis de Kant a las que había sido introducido desde la adolescencia por Max Talmey, un joven universitario que frecuentaba su domicilio paterno en Munich
(4) Responder a tal rara inclinación, responder a la exigencia del lenguaje, conduce  a actualizar tanto los  recursos memorísticos como  el  ingenio, por ejemplo en el aprendizaje de nuevas técnicas, quizás triviales para los demás, mas no para quien tiene la dicha de descubrirlas por vez primera. Responder a la exigencia del lenguaje   pasa por activar las potencias cognoscitivas, lo que puede llegar hasta  la disposición de espíritu  que caracteriza el ejercicio de las matemáticas, cuya virtud va más allá de toda finalidad práctica. Y desde luego la firmeza en el empeño de  vivir plenamente como un ser de lenguaje pasa por inscribirse en el tiempo de manera no pasiva, conservando la memoria de fechas simbólicas y así, con independencia de si ello toma la forma de representación de otro Hacedor, viviendo el propio destino como algo irreductible al entorno empírico, aunque indudablemente determinado por el mismo.
[5] Aunque haya ciertamente situaciones en la frontera. De un gran escritor americano diezmado por el alcohol,  y que se sentía impotente para escribir ya sobre cosa alguna, se dice que fue incitado por su editor a poner por escrito esta miseria misma. Ignoro si el editor consiguió convencerlo, y en tal caso, si lo que salió vale la pena. Que así fuera es tanto más factible cuanto que la literatura ha dado muchos ejemplos de que cualquier cosa sirve de punto de arranque, es decir, que los contenidos son mera coartada para el desarrollo del lenguaje. Lo que la anécdota revela es que el editor tenía el sentimiento de que su hombre, quebrado en su salud física y psíquica, no había sin embargo aún perdido el amor a la razón y la palabra.

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