Ensenyar evolucionisme a alumnes creacionistes.


Una alumna de décimo curso se sienta al borde de su silla mientras su profesor de biología da una clase sobre la evolución. Escucha con atención.Los años pasados en la escuela dominical y en los servicios de la iglesia le han preparado para este mismo momento. Levanta el brazo disparada y el profesor pronuncia su nombre. Sin aliento, hace una pregunta.

“¿Cómo sabe usted que la evolución tuvo lugar de verdad? ¿Es que estaba usted presente?”

Esa estudiante era yo misma y recuerdo el nudo que se me hacía en el estómago siempre que en el instituto mi profesor de ciencias dirigía los debates en clase hacía la pavorosa palabra con E. Recuerdo el día en que le pregunté si estuvo presente el día en que un simio evolucionó hasta convertirse en ser humano. Algunos de mis compañeros pusieron los ojos en blanco. Ni siquiera estaba yo tratando de bromear con su edad. Para mí era una pregunta seria, casi sagrada.

Terry Wortman fue mi profesor de Ciencias desde mis años iniciales hasta los últimos, y todavía sigue enseñando en mi ciudad natal, en el instituto  público Hayes Center, de  Hayes Center, en el estado de Nebraska. De cuando en cuando todavía tiene que escuchar la pregunta que yo le hice hace 16 años, y ya tiene una respuesta tipo preparada. “No quiero entrometerme en el sistema de creencias de los niños”, declara. “Pero les digo, ‘Voy a enseñarte Ciencias. Te voy contar lo que dice toda la ciencia más respetada’ ”.

Eso se parece bastante a lo que me decía a mí hace todos esos años. Afirmaba que no hacía falta haber sido testigo de la evolución para saber que había tenido lugar; las pruebas fósiles nos muestran que los humanos evolucionaron a partir de un antepasado común a los simios. Pero las evidencias que describía en clase no podían atravesar el bloqueo religioso de mi cabeza.

El enfoque de Wortman resulta corriente, de acuerdo con la investigación reciente sobre cómo los profesores de ciencias se enfrentan a las preguntas sobre la evolución. Anima a sus estudiantes a separar las creencias religiosas de las teorías científicas para que puedan aprender la materia exigida. No desafía a sus estudiantes a que examinen sus creencias religiosas para ver si son ciertas.

Los investigadores de enseñanza han estudiado en qué medida los estudiantes religiosos son capaces de aprender acerca de la evolución. Algunos investigadores sugieren que las creencias creacionistas impiden a los estudiantes comprender la evolución, puesto que el creacionismo les enseña que un ser sobrenatural creó el mundo y todas sus formas de vida. Pero otros afirman que los estudiantes pueden comprender la evolución aunque no acepten que se produjera. ¿Qué significa para Wortman y profesores de ciencias como él este conflicto acerca de cómo se les enseña la evolución a los estudiantes?  ¿Y qué significa para los estudiantes, como esa versión creacionista, más joven, de mi misma, que se sientan en las clases de biología? ¿Pueden habérselas con la evolución?

Existe un punto de consenso entre los investigadores sobre la enseñanza de las ciencias: la religión afecta al modo en que la gente comprende la evolución. “El papel de la religión resulta verdaderamente sólido” declaraba  Josh Rosenau, director de programas y políticas del Centro Nacional de Educación Científica (CNEC). “No me cabe duda de que la visión de una persona configura de qué modo está preparada esa persona para responder a las preguntas acerca de la evolución”.

Leslie Rissler es una ecóloga biogeógrafa evolutiva que dictó durante más de diez años cursos de nivel superior sobre la evolución de la asignatura de Biología en la Universidad de Alabama. Algunas de sus alumnas afirmaban que sus profesores de ciencias del instituto —incluso en escuelas públicas — se saltaban por completo la unidad dedicada a la evolución como teoría científica alternativa. Un estudio de 2007 de la Universidad Penn State que cubría 926 enseñantes de ciencias descubrió que cerca del 13% de los profesores de biología mantienen abierta simpatía en sus clases por el creacionismo. Los comentarios oídos por Rissler en su clase acerca de esos profesores creacionistas dieron pie a su investigación acerca de la enseñanza de la evolución, publicada en la Red en otoño pasado como Evolución: enseñanza y alcance.

El estado en el que enseñaba y realizaba su estudio Rissler es uno de los más hostiles a la enseñanza de la evolución. En el año 2009, el CNEC otorgaba a los baremos de enseñanza de ciencias del estado de Alabama una nota de deficiente por su incapacidad de tratar la evolución humana, evitar el tema de la evolución en general y añadir un descargo de responsabilidad respecto a la evolución en sus libros de texto. Alabama exige a las escuelas que adjunten una etiqueta de advertencia a todos los libros de texto de biología de todos los institutos de enseñanza públicos, él único estado de los EE.UU. que todavía exige algo semejante. La junta educativa del Estado de Luisiana votó a favor de rechazar una etiqueta parecida en 2002, (aunque muchos de sus profesores de la pública enseñan creacionismo). La junta escolar del condado de County, en el estado de Georgia, acordó en 2006 una resolución judicial para eliminar esas pegatinas de descargo de responsabilidad de los libros de texto de ciencias, y un juez obligó al sistema escolar de Dover, en el estado de Pensilvania, a eliminar el requisito de que los profesores de ciencias leyeran un descargo de responsabilidad en sus clases. Alabama votó a favor de reconfirmar el uso del descargo en 2005 en medio de las batallas legales en el condado de Cobb y en Dover. La etiqueta de Alabama establece que la evolución es una teoría, no un hecho, y que el material del libro de texto debería  “enfocarse con mente abierta, cuidadoso estudio y consideración crítica”.

Para comprender los efectos de estas políticas de educación en los estados, Rissler analizó datos de cuestionarios completados por 2.999 estudiantes de la Universidad de Alabama. Las preguntas sobre asistencia a la iglesia ayudaban a determinar en qué medida eran religiosos los estudiantes. Y Rissler preguntaba a los estudiantes qué les enseñaban los profesores de ciencia de instituto sobre la evolución para calibrar qué conocimiento de fondo tenían sobre la materia. Las preguntas de la encuesta median también en qué medida comprendían los estudiantes la teoría evolutiva (su conocimiento) y si creían que era cierta (su aceptación).

Rissler concluyó que los estudiantes hondamente religiosos tienen menos probabilidades de entender o aceptar la evolución que sus compañeros menos religiosos. “Los más religiosos saben menos de ciencias”, afirmó. “Los datos son claros a este respecto. Sólo que la gente no quiere oírlo”.

Rissler estimaba también que los enseñantes que imparten tanto creacionismo como evolución “causan más perjuicio que no enseñándoles nada a los estudiantes”.  Sus datos muestran que los estudiantes a los que nunca se les enseñó la evolución —sus profesores se la saltaban- se desempeñaban mejor en los exámenes tanto de conocimiento como de aceptación que aquellos estudiantes a los que se les enseñaba tanto el creacionismo como la evolución en el instituto.

Dan Kahan, un científico cognitivo cultural de Yale, interpreta de modo diferente esta cuestión de la religión y la enseñanza de la evolución; afirma que un concepto como el de la evolución lo pueden entender gentes de todas las edades, aunque crean que no es cierto. En un estudio de 2006, por ejemplo, los participantes que declaraban que respaldaban la teoría de la evolución no tenían más probabilidades de explicar correctamente la teoría que los participantes que declaraban que no. “Resulta muy, muy posible para un educador de ciencias motivado enseñar [la evolución] a un estudiante de secundaria que dice que ‘no cree’ en la evolución”, escribía Kahan en una anotación de su blog. Dicho de otro modo, te puedes quedar con tu creacionismo pero aprenderte también tu evolución.  

¿De modo que los estudiantes religiosos comprenden la evolución hasta cuando creen que piensan que entra en conflicto con sus creencias? De acuerdo con mi propia experiencia, como caso de estudio de un creacionista al que le han enseñado la evolución, la respuesta es que no. Rissler lo ha entendido correctamente.

Lo que aprendí en casa y en la escuela era como una niebla que apenas podían atravesar los principios más básicos de biología. En las clases de ciencias, los detalles acababan perdidos en la niebla.  

Durante una de las clases de Wortman sobre la selección natural —en la que se mencionaban diferentes tipos de bacterias —me dediqué a hacer garabatos. Normalmente me comportaba como una estudiante que prestaba atención, pero en esto desconectaba deliberadamente de la clase. La materia me hacía sentir incómoda debido a que el proceso de nuevas especies que aparecían por vía de selección natural contradecía directamente lo que me habían enseñado mis padres y mi iglesia acerca de los orígenes de la vida. Desde una esquina de mi hoja con escasas notas me miraba una caricatura de Wortman detrás de unas gafas desmesuradas. Abandonando el retrato, trazaba sombras angulosas que encajaban como piezas de rompecabezas y las rodeaba con círculos de flores y parras. Y entonces me pilló Wortman.

“¿Qué, crees que ya te sabes esto?”, preguntaba indignado, doblándose sobre mi pupitre, en el que estaba el cuaderno que me acusaba. “¿Podrías hacer ahora mismo el examen?”

Yo estaba muerta de vergüenza.

Wortman no me obligaba a hacer el examen ese día, pero si ese hubiera sido el caso, no estoy seguro de que hacerlo antes hubiera afectado a mis notas. Ya había aprendido todo lo que planeaba saber sobre la evolución en la iglesia. Y cuando llegaba el día del examen, si no quería dar la respuesta que yo sabía que Wortman quería en una de sus preguntas de examen, cambiaba su examen para adaptarlo a mi sistema de creencias. Por ejemplo:

Pregunta de examen: ¿Verdadero o falso? Los seres humanos evolucionaron a partir de un antepasado común a los simios.

Utilizaba unos signos de intercalación para introducir mis cambios: ¿Verdadero o falso? Algunos científicos afirman que los seres humanos evolucionaron a partir de un antepasado común a los simios.

Así podía yo rodear con un círculo sin dudarlo: “Verdadero” Y Wortman me lo reconocía plenamente.

¿Qué iba yo aprendiendo, entonces, acerca de la evolución? La iglesia a la que yo asistía con mi familia tenía mensualmente un “Momento de la Creación” en el servicio religioso. Un respetado miembro de de la junta eclesial llevaba a cabo una presentación de cinco minutos sobre temas como los seres humanos que vivían con los dinosaurios o la importancia geológica del diluvio de Noé. Se nos alentaba a enfrentarnos a cualquiera que pareciera asumir que la evolución es verdad con una pregunta sencilla destinada a dejarle sin respuesta: ¿Es que estabas allí? Esa fue la pregunta que yo le hice finalmente a Wortman. El hecho de hacer esa pregunta demuestra lo poco que entendía yo la teoría evolutiva. A nadie le hace falta observar directamente una especie acuática que hace evolucionar lentamente su capacidad de arrastrarse hasta tierra firme para que los científicos conjeturen que los mamíferos evolucionaron a partir de un pez. Como dijo Wortman, podemos observar las pruebas en el registro de los fósiles y sacar conclusiones razonables. Pero siempre dejaba de pensar de forma crítica sobre los detalles en cuanto planteaba mi breve pregunta. No escuchaba la respuesta. Sabía que creía en lo que me había enseñado mi iglesia.

Para los “científicas de la creación” como los miembros de la iglesia de mi familia. El Génesis registra la historia del Universo. En lugar de valorar las pruebas de acuerdo primordialmente con sus méritos científicos, el creacionista bíblico filtra primero la información a través de la Biblia. Si la Biblia —tomada como verdad palabra-por-palabra —contradice toda conclusión científica, es que la evidencia científica tiene que ser falsa. La evolución, con su exigencia de eones de tiempo, no cabe en una comprensión literal de seis días de la historia de la creación del Génesis. De acuerdo con los creacionistas, la Tierra se encuentra en algún punto entre 6.000 y 10.000 de edad, una posición conocida como creacionismo de la Tierra joven.

Un número sorprendente de norteamericanos se identifican con esta postura creacionista de una Tierra joven. En un sondeo Gallup de 2014, el 42 % de los norteamericanos, una cifra que no ha cambiado gran cosa en los 30 años que lleva Gallup realizando esta encuesta, afirmaban que creían que Dios creó a los seres humanos en su presente forma en los últimos 10.000 años. Es una historia bastante reciente comparada con el punto de vista científico de que la vida evolucionó en nuestro planeta hace cerca de 3.700 millones de años, de que nuestro género, Homo, evolucionó hace cerca de 2,5 millones de años, y de que el Homo sapiens surgió hace unos 200.000 años. .

Visto retrospectivamente, la iglesia de mi familia no era el mejor lugar para aprender ciencias con solidez. Cuando me marché de casa y me vi expuesta a otras ideas fuera de mi familia e iglesia, acepté gradualmente que la diversidad y la complejidad de la vida en la Tierra fueron evolucionando a lo largo de millones de años de selección natural. Con todo, tengo que reconfigurar mi cabeza cada vez que en un museo leo una etiqueta que describe a un fósil con millones de años de antigüedad o veo un programa de ciencia en la televisión que llama a los pájaros descendientes de los dinosaurios.

Todavía estoy aprendiendo a comprender los orígenes de la vida a través de las lentes de la teoría evolutiva, en vez de como un acto de creación de seis días. Y cuando era una estudiante creacionista en la clase de biología del instituto, me resultaba imposible conciliar mi creencia en la divina creación con el conocimiento de la evolución, tal como sugiere el estudio de Rissler. Memorizaba sólo lo que me hacía falta saber para el examen, encontraba una manera de contestar a las preguntas del examen sin comprometer mis creencias, y después descargaba la información de mi memoria.

Wortman me dijo que algunos de sus estudiantes religiosos del instituto luchan, como hice yo, por integrar lo que les dicen sus padres o iglesia y lo que él enseña en sus clases de ciencias. “A los estudiantes les crea mucho conflicto. Piensan en sus creencias en vez de en la teoría”, reflexionaba Wortman. “Eso crea un bloqueo. Ya tienen la mente preparada, así que simplemente te rechazan”.         

Wortman recordaba una clase que había dado en octubre a sus alumnos de décimo curso acerca de la edad de la Tierra. Un estudiante se le acercó después de clase y le explicó que no estaba de acuerdo con que la Tierra tuviera 4.500 millones de años de antigüedad.

“Le pregunté al chico qué edad creía que tenía la Tierra. Dijo que 10.000 años”, refiere Wortman. “No hice más que contarle lo que dice la ciencia”. “Luego le dije, ‘No dejes que entre en conflicto con lo que te enseñan en casa’”.

Por desgracia, para los estudiantes a los que se les enseña la visión creacionista de Tierra joven en casa o en la iglesia, ese consejo es sencillamente imposible. No podrán librarse de la contradicción entre 10.000 y 4.500 millones de años, porque esas dos cifras no pueden conciliarse. Y seguirán levantando sus temblorosas manos para preguntar: “¿Estuvo usted presente?”.

Vanessa Wamsley, ¿Estuvo usted presente?, sin permiso 28/06/2015

Vanessa Wamsley es escritora de temas científicos y de naturaleza y trabaja en Reston, en el estado de Virginia.

Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón

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