Detectar els infames.



Los filósofos cínicos se identificaban con los perros, entre otras muchas cosas, porque les atribuían la virtud de saber distinguir entre el amigo y el enemigo. Voltaire, que tenía mucho de filósofo cínico, poseía ese olfato que nosotros tenemos embotado. Por eso necesitamos una historia trasversal de la infamia que nos enseñe a ubicar, allá donde se encuentren, a nuestros enemigos. Un retrato robot del infame.

Primero, el infame es el que debilita y distrae nuestra pulsión de verdad. La debilita mediante el oscurantismo, que es la oposición sistemática a que el conocimiento, y el deseo de conocimiento, se difundan entre la gente, con el objetivo de negarle, por esa misma razón, el derecho a participar del gobierno. Así que el infame es el que infrafinancia el sistema educativo, el que precariza la cultura o mercantiliza la información. Pero la ignorancia no es sólo la mera ausencia de conocimiento, sino también la presencia de falso conocimiento. Por eso el infame es también el que distrae nuestra pulsión de verdad, exacerbando nuestro dogmatismo, para arrojarle después al plato falsas certezas. El infame es el dogmático.

Segundo, el infame es el que debilita nuestra pulsión de realidad, esto es, nuestro deseo de asumir valerosamente el mundo tal y como es, tratando de mejorarlo dentro de lo que permiten sus leyes básicas (que nunca conoceremos con total seguridad). En su lugar, el infame nos tienta con trasmundos religiosos, políticos o identitarios, tan maravillosos como falsos, con el doble objetivo de rentabilizar políticamente nuestros miedos y esperanzas, y de difundir el fatalismo, ya que las grandes esperanzas suelen dar lugar a depresiones excesivas. El infame está dispuesto a destruir la realidad para que se parezca a sus ideas. El infame es el platónico.

Tercero, el infame es el que debilita nuestra pulsión de vida, difundiendo las pasiones tristes del miedo, el nihilismo, el fatalismo o la desconfianza. Desde la publicidad, las redes sociales, los libros de autoayuda, los comentarios de compañeros de trabajo o nuestros propios pensamientos, el infame difunde dinámicas tanáticas que nos llevan a sustituir el deseo de libertad, de serenidad, de potencia y de placer, siempre condicionados a una cierta justicia social, por deseos equivocados de riqueza, éxito, pureza o autenticidad. El infame sólo conoce la falsa alegría. Cuando sonríe sólo enseña los dientes. El infame es el triste.

Y cuarto, el infame es el que debilita nuestra pulsión política, esto es, nuestro deseo de relacionarnos, articularnos y actuar con los demás, que busca ahogar en un ambiente de competitividad, desconfianza, nihilismo e indiferencia. Y lo hace negando la posibilidad de toda alternativa, mercantilizando las relaciones humanas, demonizando cualquier propuesta de cambio, difundiendo una idea falsa de libertad y exasperando los antagonismos característicos de toda comunidad política. El infame odia el desorden que ocasiona la vida en libertad, y prefiere el orden y la seguridad, aun a costa de la muerte. El infame es el antidemócrata.

Bernat Castany Prado, El infame es también nuestro cuñado interior, El País 20/1272022

https://elpais.com/ideas/2022-12-21/el-infame-es-tambien-nuestro-cunado-interior.html

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