La genètica i les proves de la desigualtat.




Un día, en una conversación casual sobre mi trabajo, mi mujer me dijo que yo solía mirar el pasado desde una perspectiva masculina y que la historia de la humanidad (de hecho, un largo camino salpicado de sufrimiento y discriminación, que no ha acabado para muchos) también incluía a las mujeres, nada menos que la mitad de la población mundial. Y tenía razón; aunque las mujeres han sido ignoradas considerablemente en los libros antiguos de historia, ellas han dado a luz a cada nueva generación de la humanidad. Piense, por un momento, cuán diferente sería una leyenda como la del rapto de las sabinas (y, según los estándares modernos, la posterior violación) por Rómulo y sus compañeros en la Roma de los primeros tiempos, representada abundantemente en el arte de una forma bastante heroica, si se contara desde la perspectiva femenina en lugar de la habitual masculina.

Me di cuenta de que, de forma directa o indirecta, los nuevos estudios genéticos estaban destapando las numerosas capas de desigualdad existentes en las sociedades pasadas, desde los potenciales sesgos de género que descubrimos en estas migraciones hasta las estructuras sociales implementadas para mantener dichas desigualdades, a la vez que nos ayudaban a encontrar pruebas en los cementerios que relacionaban la riqueza y el estatus social con el sexo, el parentesco y la ancestralidad. Los hombres poderosos del pasado pudieron tener más descendencia (de diferentes mujeres) que sus contemporáneos, cuyos pocos hijos tenían, además, menos probabilidades de sobrevivir.

Gracias a algunos estudios recientes destinados a analizar la composición genética de los esclavos africanos, y a otros que estudiaron el genoma de poblaciones modernas mezcladas (especialmente las de las Américas), fue posible reconstruir los diferentes patrones reproductivos. Una vez más, si cambiamos nuestro punto de vista, ciertas anécdotas del pasado, como la de que la dentadura postiza de George Washington fue hecha con dientes arrancados a esclavos negros, nos resultan más chocantes, y es lógico que hayan generado una gran variedad de reacciones.

Hay que recalcar que todos esos patrones de desigualdad dejaron marcas genéticas que podemos detectar en los genomas de las poblaciones humanas antiguas y modernas. Siempre que analizo algún nuevo estudio genético descubro nuevas pruebas de desigualdad y discriminación en diferentes épocas. Y son muchísimos los que sufrieron las consecuencias.

De esas observaciones surgió un buen número de ideas desconcertantes. Para mencionar solo unas pocas: aquellos que se beneficiaron de la desigualdad en el pasado, gracias a lo cual tuvieron más descendencia, tienen más probabilidad de ser nuestros antepasados genéticos, y si los hombres ricos se podían aparear con diferentes mujeres, y este era un patrón común, está claro que las mujeres contribuyeron más que los hombres a la diversidad genética humana moderna.

El filósofo Walter Benjamin tenía razón cuando dijo: “Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres”. Sin embargo, gracias a los datos genéticos, ahora es posible conseguirlo. Lo primero que hay que decir es que la historia (la historia de los actos heroicos, las guerras y las conquistas) ha sido, de hecho, una historia de desigualdad que modeló los genomas de la humanidad. Dicho esto, la desigualdad no es tan solo una curiosidad del pasado. Predije que la desigualdad influiría de forma diferencial en la mortalidad causada por la actual pandemia de covid-19 y, unas semanas después, mi corazonada se confirmó. La desigualdad está integrada en nuestros genomas, pero también proyecta una larga sombra sobre el futuro de la sociedad. Tendremos que decidir, más pronto que tarde, cómo queremos afrontarlo.

Carles Lalueza-Fox, La desigualdad deja marcas: se ve en el genoma de las poblaciones antiguas, El País 11/01/2023

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