Husserl i la realitat externa





La cuestión de la realidad externa ha sido un problema clásico de la filosofía. Se coló de forma inesperada en la física, cuando esta ciencia había progresado lo inimaginable, y fue el centro del debate Einstein-Bohr sobre la naturaleza de la realidad. Husserl deja al margen la cuestión de si los objetos están ahí antes de ser observados o de si existen por sí mismos. Opta por no pronunciarse y prefiere dejar el asunto en suspenso. Lo que le interesa al fenomenólogo no es el objeto en sí mismo, real y externo, sino el “objeto-fenómeno” tal y como se presenta a la conciencia. Esos objetos-fenómenos, o simplemente fenómenos, tienen una existencia correlativa a nosotros. Hay una interdependencia entre el sujeto y el fenómeno. Un rasgo del objeto-fenómeno visible es su ubicación en el espacio, del audible su duración en el tiempo. La certeza de la existencia de un objeto real externo, una certeza muy natural y científica, depende precisamente del objeto-fenómeno, y no a la inversa. El objeto-fenómeno o “fenómeno puro” tiene una evidencia directa, no requiere supuestos, y es aquel que se aparece a la conciencia. La actitud natural consiste en asumir la existencia de objetos externos, existentes al margen de la conciencia, de que los percibamos o no, pero si nos desentendemos de esa supuesta existencia externa de las cosas, si dejamos de preocuparnos por ella y nos centramos únicamente en los objetos-fenómeno, en aquello que se aparece a la conciencia, entonces hemos obrado la “reducción fenomenológica”. No se niega la realidad externa, sino que suspende el juicio sobre ella (se pone entre paréntesis). ¿Qué permite la epojé fenomenológica? Descubrir un “Yo puro” o trascendental, que es distinto del “Yo humano”. El Yo humano forma parte del mundo, tiene un cuerpo y vive entre otros cuerpos e incide sobre ellos. El Yo puro, sin embargo, no es ningún objeto del mundo, sino el “testigo” a quien se aparece cualquier objeto. El Yo puro es quien ve, piensa, imagina o recuerda, es el campo o ámbito en el que los fenómenos se manifiestan. El Yo puro es lo que Husserl llama el Ego trascendental, porque está más allá de cualquier objeto concreto y, al mismo tiempo, los incluye a todos en cuanto fenómenos suyos. El Yo puro no es una cosa, es una realidad que consiste en darse cuenta, es la atención en el sentido más puro, equivalente, en cierto sentido, al concepto budista de atención y a la idea samkhya de la conciencia. A esa peculiar forma de ser que es el Yo puro que consiste en atender o darse cuenta, en proyectarse, Husserl la llama, siguiendo a Brentano, intencionalidad. La intencionalidad es lo que define al Yo puro.

Se puede decir que el Yo puro es la mente, siempre y cuando entendamos que la mente no está en el cerebro, sino que es el cerebro el que está en la mente. Lo que llamamos cerebro es un objeto-fenómeno contenido en el Yo puro. Ver la mente como dentro del cerebro sería la actitud natural o científica (en el sentido de la ciencia objetiva), que afirma que la mente es una actividad del cerebro y el Yo puro o conciencia una propiedad de la materia, como sucede en el relato narrado al comienzo del artículo. Mientras que para el fenomenólogo es el cerebro el que está dentro de la mente. La explicación que ofrece Husserl es sencilla. Si nos preguntamos cómo hemos llegado a averiguar que existe el cerebro y como hemos conocido su funcionamiento, enseguida observamos que es gracias a la mente. Hemos necesitado de la mente para descubrir el cerebro. Por eso desde la perspectiva fenomenológica no sólo lo primero es la mente y luego el cerebro, sino que el cerebro forma parte de la mente. De hecho, para el fenomenólogo, el cerebro es un objeto-fenómeno que se aparece de muy diversas maneras al neurocientífico. La consecuencia de todo ello es que el Yo puro no es una propiedad del ser humano, sino el origen y raíz de todo fenómeno, incluido el propio cuerpo. El Yo puro es además el ámbito donde las cosas se dan originariamente. ¿Caemos de nuevo en el idealismo subjetivista? En absoluto. Ya se dijo que el paso de la actitud natural a la actitud fenomenológica no implica negar la existencia de las cosas. Se trata de un cambio de perspectiva, que exige reconocer que para que algo sea real debe ser antes fenómeno (en el ámbito del Yo puro). Cualquier cosa que creamos puede ser cierta o falsa, pero lo que resulta indudable, lo que no puede no ser, es el Yo puro. Es ahí donde comienza todo, no en el Big bang, que es un suceso-fenómeno de Yo puro (en este caso, de la intersubjetividad de Yoes de una comunidad científica). Es más, decir que todo objeto real ha de ser previamente fenómeno no quiere decir que las cosas sean una creación de la mente, sino simplemente que existen originariamente en el Yo puro. Si abro los ojos no elijo lo que veo. La fenomenología es pues un cambio de perspectiva, de la visión natural a la reducción fenomenológica, cabe entonces preguntarse por su relevancia filosófica.

Desde los inicios del periodo moderno se ha absolutizado la actitud natural, pero esa actitud no es ni correcta ni falsa, es la actitud de nuestra vida cotidiana, del sentido común, de la que parte la ciencia moderna. Lo problemático para Husserl resulta de convertir esa actitud, predominante desde el positivismo, en la única posible. El positivismo ha hecho creer que toda idea, creencia o teoría, que no sea resultado de la aplicación del método científico, es falsa. Para el positivismo, entonces, la religión, la metafísica o el arte carecen de sentido. Husserl considera que esta actitud es una amenaza para la civilización europea (de ahí la Krisis de las ciencias) y proyecta una imagen distorsionada (invertida) del conocimiento. El positivismo da por supuesta la validez del método científico, pero si preguntamos por la validez de la ciencia misma, no podemos utilizar para ello el método científico pues caeríamos en un razonamiento circular. Hace falta otra perspectiva. Tanto la interpretación de Copenhague de la física cuántica como la fenomenología trascendental del Yo puro son intentos de romper ese círculo vicioso. Hay además otro factor, decisivo en medio de la tormenta biopolítica que vivimos: los valores y las emociones se escapan al método científico, así como el espíritu y las ambiciones de quienes lo practican.

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