La intersubjectivitat en Husserl
El subjetivismo es falso. La realidad no puede ser lo que a mí me parece que es. Y aboca a la soledad, que en filosofía llama solipsismo. El objetivismo también es falso. La realidad sin sujeto es una realidad cercenada, tan ilusoria como la primera. Un modo de resolver el dilema es mediante la vía media de lo intersubjetivo. Es la apuesta de Husserl que, claro está, no es nueva, aunque tendrá, como en todo gran filósofo, un enfoque característico. La intersubjetividad hace posible un conocimiento válido para todos los sujetos que la sostienen, al tiempo que nos libera de la cárcel del solipsismo y hace posible reconocer a otros sujetos como reales. Aceptada la intersubjetividad, la pregunta clave, en nuestra época, es qué sujetos hemos de incluir en ella. ¿Los humanos? ¿Las máquinas? ¿Los ciborgs? ¿Especies desconocidas de ángeles? ¿La inteligencia animal y vegetal? ¿El plancton y las bacterias?
La idea de la intersubjetividad es la idea de que somos almas germinales unos para otros. Esa intersubjetividad suscita la vocación de cada cual. Tributarios de otro, comerciantes por naturaleza, el intercambio que es y supone la vida es interminable, desde el alimento a la respiración, pasando por los afectos, las palabras o las miradas. Estamos en la vida rodeados de personas y horizontes, crecemos enraizados en un territorio, en un huerto particular de valores. Los budistas llaman a esa interdependencia con un término técnico: “originación dependiente”, que dará pie al concepto de vacuidad. Puesto que las cosas dependen una de otras, son vacías, carecen de una naturaleza propia. Nos originamos al unísono, como un pizzicato atacado por los violines de una orquesta. La realidad es factorial y todos somos, en cierto sentido, una tormenta perfecta. Si tratamos de clasificar o enumerar esos tributarios nunca acabaríamos. Esa interdependencia no sólo se manifiesta en la solidaridad esencial de la vida, también en la guerra, el estornudo, la indiferencia o el asco. El mundo está hecho de encuentros e interacciones, algunos trágicos, otros dichosos. Las cosas son sociedades, la soledad es imposible. Incluso al eremita en su cueva le asalta el susurro del lenguaje, los sueños, los recuerdos, que son asuntos colectivos.
Los manuscritos sobre la intersubjetividad se publican por primera vez en 1973. Aunque el problema es antiguo. La primera ayudante de Husserl, Edith Stein, en los últimos años de Gotinga, dedicó su tesis doctoral al asunto, concretamente a la cuestión de la empatía. Para algunos críticos, en los que tiendo a incluirme, la fenomenología no ha logrado superar el problema del solipsismo, para otros, la intersubjetividad salva ese obstáculo. De hecho, todo el proyecto husserliano parece depender de esta cuestión. Si la fenomenología surge como una reacción contra los intentos (positivistas y psicologistas) de naturalizar la conciencia, que es evidencia originaria, mediante la epojé, que es la herramienta para descubrir la vida trascendental del Yo puro, entonces habrá que ver como la intersubjetividad puede evitar su aislamiento.
Husserl tuvo un breve contacto con la antropología, concretamente con Lévy-Bruhl, al que leyó con admiración. Pero nunca llegó a imbuirse del espíritu de la antropología. Toda gran civilización es etnocéntrica. No sólo la europea. Pero no todas las grandes civilizaciones han tenido un proyecto colonial y expansivo. Eso es lo que diferencia a los europeos de los chinos, los mayas o los indios. La falta de sensibilidad de Husserl para la antropología tiene también que ver con algunas de sus obsesiones en torno al racionalismo, la analítica sistemática y el rigor científico. Para él, la crisis de las ciencias europeas tenía su origen en un racionalismo desorientado, pero si observamos su reacción a la etnografía, lo encontramos aferrado al apriorismo esencialista. El primer Husserl se esforzó en distanciar el psicologismo de la fenomenología. La primera es una ciencia que considera hechos que se inscriben en el espacio y el tiempo, junto con los sujetos que participan en ellos. La fenomenología trascendental, por otro lado, es una ciencia de esencias y no de hechos. Una ciencia posible gracias a la “reducción eidética”, cuya tarea es purificar los fenómenos psicológicos de sus cualidades empíricas y llevarlos al plano de la generalidad esencial. El fenomenólogo pretende transformar los fenómenos mentales en esencias, aunque nunca queda muy claro cómo funciona esta alquimia. Una de las características más importantes del proyecto fenomenológico es el reconocimiento de la intencionalidad de la conciencia, un movimiento de trascendencia hacia el objeto por el cual el objeto mismo se presenta a la conciencia “en carne y hueso”. Ese objeto puede ser una cosa, una categoría o un objeto ideal. Y la percepción inmanente del mismo es el privilegio del fenomenólogo, que afirma que hay una suerte de percepción de la blancura universal mediante la “intuición eidética”. Gracias a ella se adquiere el conocimiento de las esencias, que pueden presentarse en un solo acto mental de intuición. Desafortunadamente, Husserl es muy poco descriptivo a la hora de concretar los mecanismos de esa reducción.
Lo real es el medio donde existen otros sujetos. Toda esa vida que nos rodea y que damos por sentada es el Lebenswelt o mundo circundante vital. Un mundo rico en fenómenos que podemos intuir en nuestro día a día y que es, sobre todo, horizonte. Una cierta “comunidad” en la que lo que es cognoscible para mi debe serlo para cada miembro de ella. La intersubjetividad se relaciona con el concepto de endopatía (empatía) o proyección afectiva. Una participación emocional de un sujeto en una realidad ajena al mismo, ya sean obras de arte, objetos, ideas, fenómenos naturales o personas. La aprehensión endopática, por parte del sujeto, de una obra de arte, una metafísica o un fenómeno natural, exige una vivificación de la imaginación y una animación de la sensibilidad (atención intensa). Respecto al arte y la filosofía, sólo participando afectivamente de una obra, en sus dos sentidos de proyectarse en ella y apropiarse de ella, es posible comprenderla.
Lo intersubjetivo se encuentra constituido por una multiplicidad indefinida de sujetos en estado de mutua comprensión. De modo que el mundo intersubjetivo es el correlato de la experiencia que hace posible la endopatía. Lo verdadero no se constituye mediante el conocimiento objetivo, sino que requiere una comunidad intersubjetiva. El yo trascendental de la fenomenología de Husserl constituye a otros yoes en cuanto partícipes de dicha comunidad intersubjetiva. Leibniz asoma por aquí. Lo que llamamos objetividad no es sino una comunidad de mónadas. Si extraemos la dimensión trascendental, llegamos a uno de los supuestos fundamentales de la sociología de las ciencias. La objetividad bien entendida tiene una naturaleza (de consenso) que puede expandirse según se consideren niveles cada vez más elevados de comunidades intermonadológicas, donde existen diferentes grados de implicación intencional.
Al mostrar que el mundo es el correlato de una experiencia, Husserl se esfuerza en mostrar el enraizamiento de la intersubjetividad en el yo. El sujeto último de dicha experiencia no es un yo aislado sino un co-sujeto. Y, sin embargo, Husserl no logra esa empatía. No hay un esfuerzo serio por comprender otras tradiciones fenomenológicas, más bien cierto confort en el encierro (sole ipse) de su idealismo alemán. Parecen no interesarle, como tampoco interesaron a Heidegger. No encontramos el esfuerzo de comprender al otro mediante la praxis de rehacer la secuencia de sus vivencias. Cada biografía representa un mundo y un modo de significación particular, dominado por ciertas inclinaciones y metas. Esa particularidad puede extenderse a un colectivo, a una sociedad y a una nación. Para hacer ese recorrido por la vivencia de otros pueblos, lo primero es conocerlos. Husserl, en este sentido, nunca abandonó Europa.
Juan Arnau, Edmund Husserl, el fantasma lógico y la experiencia del horizonte, El País 29/11/2021
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