Hipocresia i civilització.



Al formularse un discurso en un espacio público el orador no tiene más remedio que respetar determinadas formas y tiende a ocultar sus motivaciones últimas, viéndose compelido a presentarlas en términos imparciales y ajustados al interés general. Finge, porque va a lo suyo, pero hipócritamente lo presenta dirigido al interés general y a partir de ahí se facilita el entendimiento. Esta experiencia la hemos hecho todos cuando nos vemos obligados a manifestar nuestra posición en presencia de otros que no tienen por qué compartirla. Enseguida nos convertimos en “actores” (hypokrités en griego) o simuladores para dotarla de más fuerza.

El caso es que, como recuerda también Judith Shklar, este “vicio ordinario”, tan denostado en lo privado, tiene otra dimensión cuando saltamos al ámbito público.

Ahí resulta civilizador. Por eso seguimos normas de etiqueta o los principios de la buena educación. En suma, que lo que nos pasa es que nuestra política ha dejado de ser hipócrita y así no hay forma de discutir ni de convivir.

Fernando Vallespín, La fuerza civilizatoria de la hipocresía, El País 19/12/2021

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