L'etern retorn i l'afirmació de la vida.









La afirmación de la vida –ese sí que quiere la vida– encuentra un límite absoluto: el tiempo y su fue. Dicho límite constituye el origen del resentimiento contra la vida: frente al pasado, la vida no puede nada. Lo que pasa deja de ser posibilidad, ya es necesidad. La impotencia frente al pasado constituye el límite absoluto para una voluntad -voluntad de poder- que afirma la vida.

Si lo específico de la metafísica platónica era la caracterización del mundo sensible como “lo que pasa”, “lo que cambia”, el devenir, frente al ser verdadero, permanente, inmutable y eterno de la idea, la doctrina del eterno retorno nietzscheana es una “metafísica sin metafísica” que pretende devolver al devenir (al mundo tal como es, a la existencia finita, mortal, perecedera) el valor de eternidad, que, a partir de Platón y en el pensamiento cristiano que lo hereda, había quedado relegado a otro mundo.

La metáfora del eterno retorno constituye en una meditación acerca del tiempo. Toda la metafísica tradicional concibe el tiempo como algo lineal. En esta concepción, el instante no significa nada. Es aquello inmediatamente superado por otro instante, y por otro, y por otro, dentro de una infinita sucesión.

Cada instante recibe su significado por lo que viene después, esto es, por el sentido total de la serie temporal. En sí mismo, es vacío. De este modo, el tiempo presente sólo tiene sentido desde un “futuro” nunca realizable que le da sentido. El presente es siempre sacrificado por algo que está por llegar.

Proponer una concepción del tiempo circular significa plenificar el instante, valorar el presente. Un tiempo circular significa pensar una eterna repetición de lo mismo, que produce la transformación del instante pasajero en un tiempo eterno.

La repetición infinita hace infinito (eterno) al propio instante. Hace eterno, y por tanto infinitamente valioso, lo que sucede aquí y ahora. No por lo que vaya a suceder después, sino simplemente porque está sucediendo ahora. Por eso, devuelve un valor absoluto al tiempo presente, el gran sacrificado de la concepción lineal.

El «eterno retorno» permite imprimir al devenir (lo cambiante) el carácter del ser (lo permanente, lo eterno, lo absoluto). Pensar que cada instante va a retornar, va a repetirse infinitamente es el modo de pensar mi presente, mi aquí y ahora, con independencia de cualquier hipotético futuro, como lo absolutamente valioso, como el único tiempo en que puede habitar un ser humano.















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