La percepció és la possibilitat mateixa de la matèria.






Ser es percibir. Son verbos indistinguibles. La percepción ilumina al objeto e ilumina al sujeto. Empezar por la percepción es lo más empírico y razonable. Los que empiezan por la materia son en verdad metafísicos. ¿Qué materia? ¿La que vemos? Empiece entonces usted por la percepción y no haga de lo primero lo segundo. La materia no hace la percepción, por muchos azares o evoluciones que se postulen, sino que la percepción es la posibilidad misma de la materia. Whitehead y Bohr lo entendieron. Y cuando de percepción se trata, el dato estorba. No nos deja ver. Google trata ahora de vendernos sus gafas. Quiere que, entre nosotros y la montaña, aparezcan un montón de datos sobre su composición y origen geológico. Google nos va a decir qué es la montaña. El siguiente paso será indicarnos cómo hemos de sentirnos ante ella, si conviene la indiferencia o el temor atávico. ¿Quieren las grandes tecnológicas educarnos? No exactamente. Quieren saber cómo nos comportamos. Si estamos pensando en retirarnos a una cueva o en un selfi para subirlo a Instagram. El caso es no dejarnos contemplar la magnética presencia y distraernos con el dato. Pero el dato no sólo es un producto precocinado, también es interesado. Naydler y Zuboff son incisivos al respecto. La erótica del dato acaba en ceguera. Vivimos en la era de la distracción y del capitalismo vigilante. Somos, en cierto sentido, datos con los que alimentar al algoritmo. Mientras los seres sensibles se entretienen, el algoritmo observa y reparte a cada cual su ración de contenidos, según sean sus intereses (que ya conoce) e inclinaciones (que fomenta). Ese comportamiento va siendo creado, aumentado o disminuido, en función de la estrategia comercial de la compañía. La arquitectura global construye a partir de ellos el “capitalismo de vigilancia”, que desde Silicon Valley se extiende a todos los sectores de la economía. Hay un enorme poder en los llamados “mercados conductuales”. Un mercado donde se compra y se vende nuestro comportamiento futuro. Una lógica global en la que la vigilancia y la propaganda supremacista de la máquina amenaza la libertad y la democracia, sin apenas resistencia en la legislación. La nueva constitución de Chile es ya un campo de batalla entre las grandes tecnológicas y el viejo humanismo, empeñado en preservar la libertad individual y los derechos democráticos.

Juan Arnau, Planeta cíborg: y sin embargo se conmueve, El País 01/10/2021

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