La naturalesa no és un objecte.




La Tierra es el fundamento de lo que somos, no únicamente el lugar que habitamos o una fuente de recursos. Hemos de tratarla con el máximo cuidado y atención. Para ello (misión imposible) hay que salir del mito científico judeocristiano. Clasificamos las cosas y esas clasificaciones son la base de las ciencias de la naturaleza. Pero hay dos cosas que no caben en una clasificación: los criterios para elaborarla y el propio clasificador. Si, pese a ello, se intenta introducir a la persona en la clasificación, ésta pierde su ser más propio, su humanidad. Cada ser vivo, consciente y libre, es inclasificable. “Todo lo que forma parte de nosotros se puede clasificar: el ADN, la sangre, lo que sea. Todo menos el núcleo que nos constituye. La persona verdadera se desvanece entre los parámetros de la clasificación.” La naturaleza no es un objeto. De hecho, la gramática sujeto-objeto es inadecuada para acerarnos a lo natural. “Si ciencia significa conocimiento objetivo, entonces no puede haber una ciencia de la naturaleza”. La tendencia a clasificar es el genio de nuestra civilización. La ciencia está obligada a presuponer la objetividad y mensurabilidad. En último término, presupone una visión mecanicista. Pero ésta es sólo una posibilidad, la que hemos elegido y que configurará nuestro destino. No hay por qué globalizarla ni ignorar otras posibilidades. Caeríamos en el imperialismo epistémico, que es una forma de provincianismo. En este sentido, sólo es posible suscribir un nacionalismo, el terrícola.

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