Fetitxisme polític.






Arranco desde lo que pienso como una de las mayores potencias del libro de José Luis Moreno Pestaña, Los pocos y los mejores: la idea de usar las herramientas de la tradición marxista para aplicarlas a la política. Pasar de la “crítica de la economía política” a la “crítica de la política” (o de la política devenida economía). Mediante el uso de una herramienta muy particular: la crítica marxista del fetichismo.

¿Qué es el fetichismo? ¿Cómo se despliega la crítica marxista del fetichismo de la mercancía? La mercancía capitalista es un fetiche, dice Marx, en tanto que dice ser algo obvio y transparente, cuando en realidad es “un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas”. Pensamos que el valor de la mercancía es un atributo directo del producto, pero en realidad es un jeroglífico que tiene origen en las relaciones de producción capitalistas (de explotación) y su temporalidad propia (abstracta, cuantitativa).

La crítica del fetichismo implica devolver la apariencia de la forma al proceso efectivo, remitir el valor de la mercancía al trabajo efectivo en condiciones capitalistas, aterrizar las cosas. Por eso resuena en la tradición marxista con la crítica del cielo, de la religión, de lo teológico: inscribir en procesos histórico-sociales determinados lo que se presenta como yendo “de suyo”.

Si el valor se atribuye a los productos, explica José Luis, entonces se supone que es el capital quien crea la riqueza, borrando el proceso de cooperación colectiva. Todo irá bien, se nos dice, si se obedecen las normas del marco capitalista creador de riqueza. ¡Hasta qué punto nuestra mirada está fetichizada hoy! ¡Hasta qué punto Marx es aún actual contra todos los que repiten lo que él ya desmontó hace 150 años! ¡Hasta qué punto somos aún religiosos!

¿Cómo se traduce esta crítica del fetichismo de la mercancía a la política? Por un lado, en el “mercado electoral” tomamos a los candidatos por lo que dicen ser (sinceros, comprometidos, etc.), en lugar de tener en cuenta el “proceso de producción” de un líder político. Ese fetichismo se llama “culto a la personalidad”, vemos personalidades autónomas donde hay complejos procesos de fabricación de líderes.

Por otro lado, la política existente se nos presenta como “lo único que puede haber”. Del mismo modo que el capital crea supuestamente la riqueza, y haremos bien en obedecer sus mandatos, la democracia es creación de los políticos y sería un desastre salirnos de ese marco (“o nosotros o el caos”). Se borra la cooperación colectiva como hecho democrático y se restringe la participación al voto serializado de ciudadanos aislados.

Los pocos y los mejores no se limita a la crítica, sino que esboza también una propuesta. Se condensa en la fórmula de Jefferson sobre las “repúblicas elementales”: el mejor sistema es una democracia cotidiana, donde los sujetos múltiples puedan hacerse protagonistas en la elaboración de las normas de la vida común.

¿Cómo podrían construirse hoy esas repúblicas elementales? Una virtud del libro es huir de los modelos: no hay receta, pero contamos con un “archivo” de experiencias de democracia real a nuestra disposición. Hay un pragmatismo, una impureza, un bricolaje en la propuesta de José Luis que me parece muy atractivo: podemos usar diferentes instrumentos para crear democracia, herramientas que vienen de muy diversas tradiciones y que pueden tener cada una su momento y su oportunidad. Desde la representación al sorteo, pasando por el “salario político” o distintos modos de rendición de cuentas.

Pero, ¿con qué criterios? ¿Cómo juzgar el uso? Yo diría que para José Luis es positivo todo lo que promueve la rotación y la circulación del poder, mientras que es dañino todo lo que fomenta la acumulación y la concentración. Por ejemplo, la aportación de los expertos en tal o cual cuestión puede ser positiva si supone un insumo para la toma de decisiones de la colectividad, pero es un problema si el experto acumula todo el poder de decisión en nombre de un saber que poseería en exclusiva. No hay receta, hay que ir caso por caso. Es positiva la complejización y la valoración de la multiplicidad de los saberes, los modos de compromisos y las dimensiones de lo social, mientras que es dañina la “reducción al uno” y la jerarquización: un sólo tipo de saber reconocido, el académico por ejemplo, prima sobre los demás saberes, experienciales, etc.

Amador Fernández Savater, ¿Cómo salir del tablero político?, ctxt 10/10/2021

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