Vacunes i responsabilitat
Desde el punto de vista ético suele calificarse a los antivacunas de egoístas e insolidarios. Es un hecho que la vacuna no beneficia sólo al vacunado sino al resto de la sociedad. Por eso hablamos de la inmunidad de grupo: un número elevado de vacunados constituye una especie de coraza que impide que el virus se propague. De esta forma, los reacios a vacunarse se benefician gratuitamente, sin aportar nada de su parte, de la inmunidad de los vacunados. Son insolidarios. Free riders, suele decirse, o “gorrones”: se aprovechan del esfuerzo o del riesgo que corre el resto. Si todos hiciéramos lo que ellos hacen, la inmunidad no se conseguiría nunca.
El deber moral es el que se asume por convicción. A diferencia de la norma jurídica, el incumplimiento de la obligación ética no comporta sanciones. En sociedades homogéneas, las costumbres o el rechazo social ejercen un juicio reprobador, sin necesidad de que haya normas escritas. Pero la reprobación social con respecto a los deberes morales hoy es muy débil ya que su intensidad es directamente proporcional a la pérdida de libertades individuales. Cuanto más libres somos, menos coerción pesa sobre nosotros. Y es bueno que sea así, es uno de los signos de madurez individual y social.
Por eso, desde una perspectiva ética, la obligatoriedad de las vacunas es desaconsejable. Proteger la propia salud pocas veces es una acción exclusivamente individual; en el caso de la salud pública, que es lo que está en cuestión cuando hay epidemias, descuidar la propia protección repercute en la salud de los otros. Tal es la convicción desde la que hay que plantearse la pregunta ética por antonomasia: ¿qué debo hacer?
Victoria Camps, ¿Vacunas obligatorias? Mejor persuadir que forzar, El País 28/02/2021
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