Tolerància repressiva (Marcuse)
En un ensayo publicado en 1965 y titulado: «Tolerancia represiva», Marcuse sostenía que la tolerancia y la libertad de expresión confieren beneficios a la sociedad sólo bajo condiciones especiales que casi nunca se dan: la igualdad absoluta. Creía que cuando existen diferencias de poder entre grupos, la tolerancia sólo refuerza a los que ya son poderosos, a los que les facilita dominar instituciones como la educación, los medios y la mayoría de los canales de comunicación. La tolerancia indiscriminada es «represiva», sostenía; bloquea la agenda política y suprime las voces de los menos poderosos. Si la tolerancia indiscriminada es injusta, entonces lo que se necesita es una forma de tolerancia que discrimine. Una verdadera «tolerancia liberadora», afirmó Marcuse, es la que favorece al débil y limita al fuerte. ¿Quiénes son los débiles y quiénes los fuertes? Para Marcuse, que escribía en 1965, los débiles eran la izquierda política, y los fuertes eran la derecha política. Aunque el Partido Demócrata controlaba Washington en aquel entonces, Marcuse asociaba a la derecha con la comunidad empresarial, el ejército y otros intereses creados que a su juicio ejercían el poder, acaparaban la riqueza y trabajaban para bloquear el cambio social.155 La izquierda se preocupaba por los estudiantes, los intelectuales y las minorías de todo tipo. Para Marcuse no había una equivalencia moral entre los dos lados. Desde su punto de vista, la derecha presionaba por la guerra y la izquierda defendía la paz; la derecha era el partido del «odio» y la izquierda era el partido de la «humanidad» (211-213)
Alguien que acepte este marco —que la derecha es poderosa (y por tanto opresora) mientras que la izquierda es débil (y por tanto oprimida)— podría ser receptivo al argumento de que la tolerancia indiscriminada es mala. En su lugar, la tolerancia liberadora, explicó Marcuse, «significaría una intolerancia hacia los movimientos de la derecha, y una tolerancia hacia los movimientos de la izquierda». (213)
Marcuse reconocía que lo que estaba defendiendo vulneraba el espíritu de la democracia y la tradición liberal de la no discriminación, pero sostenía que cuando una mayoría de la sociedad está siendo reprimida, es justificable utilizar la «represión y el adoctrinamiento» para permitir que la «mayoría subversiva» alcance el poder que merece. En un espeluznante pasaje que presagia los sucesos que se producen hoy en algunos campus, Marcuse afirmaba que para tener una verdadera democracia podría hacer falta negar derechos básicos a las personas que defienden causas conservadoras o medidas políticas que él consideraba agresivas o discriminatorias, y que la auténtica libertad de pensamiento podría requerir que los profesores universitarios adoctrinaran a sus alumnos.
El objetivo último de la revolución marcusiana no es la igualdad, sino la reversión del poder.(215)
Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, La transformación de la mente moderna, Barcelona, Editorial Planeta. Ediciones Deusto, 2019
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