La virtut de l'equitat.
Bajo la premisa de que la justicia debe entenderse como «equidad», como la primera virtud de las instituciones sociales (el «orden de la ciudad» en términos aristotélicos) y conjugando los mimbres de la clásica doctrina del contrato social con las sofisticadas aportaciones de la teoría de la acción racional, Rawls propuso una persuasiva forma de justificar cuáles deberían ser los principios básicos que habrían de regir en una sociedad bien ordenada, sus cimientos normativos más profundos: el derecho de todos a disfrutar del más amplio régimen de libertades compatible con la igual libertad de todos y la posibilidad de que existan desigualdades económicas o sociales siempre que estén vinculadas a ocupaciones y puestos abiertos a todos en igualdad de condiciones (principio de igualdad de oportunidades) y contribuyan al mayor beneficio de los socialmente más desaventajados (principio de diferencia).
Junto a la impugnación general y de principio al utilitarismo entonces predominante en la filosofía práctica anglosajona, dos cosas importaron fundamentalmente a Rawls al postular esos principios de justicia. En primer lugar que la estructura básica de la sociedad —sus instituciones más importantes— no den pábulo a la mala suerte no elegida que aqueja a los individuos: tanto la lotería social —la familia y contexto en el que uno nace— cuanto la lotería natural —infortunios como los que sufrieron sus hermanos—, son productos arbitrarios, no merecidos.
En segundo lugar, que esos principios de justicia expresan el ideal de justicia como equidad entendida políticamente, es decir, deberán poder ser aceptables por cualquier individuo o colectivo, teniendo en cuenta que en nuestras sociedades cohabitamos ciudadanos con propósitos, cosmovisiones y sensibilidades diversas. Dada esa pluralidad religiosa, ideológica y filosófica, el poder público no debe encarnar ni imponer una particular concepción acerca de la vida buena y las controversias morales profundas que nos ocupan deben poder saldarse esgrimiendo razones y argumentos que no dependan de tales visiones particulares. De otro modo, la convivencia —necesaria por lo demás para nuestro florecimiento como seres humanos— se torna inviable.
Pablo de Lora, Liberté, Egalité, Rawlsité, theobjetive 20/02/2021
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