Los dioses deben estar locos.
Hasta 1980 el mundo occidental —el planeta, en general— apenas tenía noticias de los bosquimanos del sur de África. Como mucho, ecos colonialistas de su salvajismo y su mentalidad prehistórica. Después de 1980, con el estreno, y el éxito en los videoclubs de barrio, de Los dioses deben estar locos, a la que siguieron hasta tres secuelas, se asentaron en el imaginario colectivo descripciones de libro de texto infantil como la que abre este artículo. Gentes simples, subdesarrolladas, que convertían el hallazgo de una botella de Coca-Cola en el evento del siglo. Un regalo de esos dioses que estaban tan locos. Los bosquimanos, como muchos otros pueblos, eran carne de cañón para comedias inherentemente racistas y condescendientes que el espectador podía digerir sin sufrir el reflujo de la culpa. Palabras como exilio, éxodo, expulsión o genocidio se quedaban fuera de los guiones por el bien de todos. Es posible, incluso, que por la propia ignorancia de los escritores. Porque, a fin de cuentas, los dioses, locos o no, eran ellos, los guionistas de Hollywood.
Pero la historia de los bosquimanos, o los san, dista mucho de ser ese paraíso terrenal en mitad del «agradable» desierto del Kalahari. Al menos no lo ha sido durante los últimos trescientos años. A pesar de haber sufrido repetidos y devastadores ataques por parte de diferentes tribus bantú llegadas desde el este y el sudeste, su verdadera sentencia de muerte data de alrededor de 1650, cuando los primeros granjeros holandeses comenzaron a asentarse en los territorios que hoy pertenecen a Sudáfrica. Desde entonces no ha habido paz para los san. No por mucho tiempo. Su historia de agravios y terror, sin embargo, no había hecho más que empezar. Y se ha prolongado hasta hoy. Eso sí, con la siempre bienintencionada comunidad internacional manufacturando kilos y kilos de papel mojado para enjuagar su mala conciencia y la sociedad civil, a excepción hecha de unas pocas ONG, absolutamente ignorante del devenir de los que, se dice, son descendientes directos de los primeros humanos.
Enrique Campos, El genocidio san (o la aniquilación de nuestros ancestros), jotdown 23/10/2017
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