Lampedusa, això no és digne d'Europa.
En unos pocos días han muerto frente a las costas de Lampedusa casi cuatrocientos inmigrantes africanos, muchos de ellos niños, que trataban de llegar a Italia para salvarse del hambre y las guerras en medio de las que han vivido desde que nacieron. En el momento de escribir esto, los que no murieron siguen hacinados en condiciones infrahumanas esperando ser devueltos a su infierno natal.
Se ha dicho casi todo sobre esta tragedia. Pero quizás no se ha
insistido lo suficiente en la burla que han debido soportar a su
llegada. El gobierno italiano prepara un funeral de Estado para los
muertos y les concede la ciudadanía italiana, es decir, europea. A los
supervivientes, en cambio, los considera delincuentes. La fiscalía de
Sicilia los acusa de delito por inmigración ilegal, lo cual puede
costarles una multa de 500 euros y la expulsión del país. ¿Cuál ha sido
la diferencia entre los muertos y los que se salvaron que justifique
honrar a los primeros y castigar a los segundos? ¿No cometieron todos el
mismo “delito”? Evidentemente, el mérito que se reconoce a quienes se
les concede la nacionalidad y que los distingue de sus compañeros
delincuentes consiste en haberse muerto convenientemente, sirviendo así
de ejemplo para los que intenten llegar en el futuro. Las autoridades
podrían haberse ahorrado al menos ese sarcasmo, ya que no fueron
capaces de organizar un rápido salvamento ni siquiera de disponer
tiendas de campaña para los supervivientes.
Después de varias frases conmiserativas, Durao Barroso dijo lo
siguiente: “esto no es digno de Europa”. Se equivoca el Presidente: lo
que ha sucedido es un reflejo exacto de la política europea sobre la
inmigración y resume muy bien lo que ha sucedido en los últimos años:
declaraciones solemnes sobre derechos humanos y lucha contra la pobreza y
medidas cada vez más duras contra los inmigrantes. Por ejemplo: tolerar
que países miembros consideren delincuentes a quienes han cometido una
mera infracción administrativa como la falta de papeles, prisión de
hasta un año y medio para inmigrantes que no han sido acusados de ningún
delito (quien lo dude lea los artículos 15 y 16 de la Directiva del
Retorno, aprobada por el Parlamento Europeo con los votos a favor de
nuestro gobierno de entonces, disponible en internet), expulsiones sin
garantías, disminución constante de los fondos de ayuda al desarrollo y
pésima gestión de los que quedan.
Y si queremos ir más lejos habría que mencionar el exagerado
proteccionismo de nuestra producción agropecuaria que hace imposible a
los países pobres exportar lo único que tienen, tolerancia con la
especulación financiera de origen europeo que pone en peligro entre
otras cosas el uso de la tierra, tráfico de armas nunca investigado.
¿Seguimos hasta llegar a las políticas coloniales que exprimieron a
muchos de esos países practicando una esclavitud supuestamente abolida
por las leyes hasta que no resultaron rentables y que dejaron zonas de
tierra arrasada cuando se fueron los colonos?
Quizás cuando estas líneas se publiquen se hayan tomado algunas
medidas para paliar esta tragedia; nada tan eficaz como los escándalos
mediáticos y las palabras de un Papa. Pronto se olvidarán los muertos de
Lampedusa y nada habrá cambiado. Resulta sintomático que la isla lleve
el mismo nombre que el autor del Gatopardo, la novela en la que
figura la famosa frase: “es necesario que algo cambie para que todo siga
igual”. Porque, seamos sinceros, el problema de la inmigración y el del
resto del mundo no interesa a la actual Unión Europea.
Augusto Klappenbach, El sarcasmo de Lampedusa, Público, 15/10/2013
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