Resistir és inventar possibilitats de vida.

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by Fan Ho
Resistir no se reduce a parapetarse. Y menos aún a asentarse en una situación y residir, aunque sea incómodamente, en ella. Ciertamente, tiene que ver con velar o hacer valer una posición. Pero una posición es algo más que permanecer en una situación. Hay quienes estiman que resistir es poca cosa, que es preciso ser activo, incisivo, propositivo. Sin embargo, tal vez una adecuada consideración del resistir no excluye una intervención, antes al contrario, reclama una incisión en el actual estado de cosas.

La posición no se limita a ser una localización en el espacio. Si es una postura no significa que se quede en una pose, sino que es toda una actitud o un modo de disposición, incluso una forma de pensar o de conducirse. Ello impide anclar el resistir en el simple aguante. Asimismo es una manera de combatir y de enfrentarse, también a lo que pensamos. A su vez, la resistencia se ofrece y no es simple contraposición, sino que se interna en el desarrollo de los acontecimientos, provocando  un determinado cortocircuito que no se satisface con asumir lo que ocurre y con fijar el terreno. Algunas veces esto  no es poca cosa, pues muestra que no hay claudicación ni ante lo que se presenta como incontestable por supuestamente evidente.

En ocasiones, se trata de resistirse a lo que uno mismo ya es, a lo que parece definido, cerrado, firme, y se propone para ser receptivamente aceptado. Pero otras, la consistencia de la situación, su complejidad y su dureza impiden una posición distinta que la de afrontar lo que nos atañe sobrellevando lo que sucede, sin demasiadas posibilidades de sobreponerse. Es tan inminente y tan contundente, tan inviable de suscribir, que asumir esa situación requiere oponer una resistencia sin claudicación, por mucho que uno se haga cargo de lo inevitable. A la par, nos vemos conminados a un determinado ser y hablar, incapaces de franquear la línea. Ahí es precisamente donde quizá se abre otra posibilidad, la necesidad de una voluntad que puede denominarse voluntad artística. Es irreductible al saber y al poder y tiene la virtualidad de ofrecerse con una intensidad y una pasión que procura una relación de la fuerza consigo misma, un pliegue de dicha fuerza, una manera de vivir que puede denominarse resistir.

Resistir, como Deleuze nos recuerda,  es también franquear la línea para crear zonas donde “sea posible residir, respirar, apoyarse, luchar y, en suma, pensar. Plegar la línea para llegar a vivir  en ella, con ella, cuestión de vida o muerte”. Esas zonas de resistencia no son refugios en los que mantenerse al margen de lo que ocurre, sino formas de ejercer el poder sobre sí, de autoafectarse, de no entregarse ni rendirse, al perder la capacidad de interesarnos, de persuadirnos –para empezar, a nosotros mismos- con algo, de algo, con alguien, de alguien. La indiferencia y la pasividad que sostienen la falta de implicación en los asuntos o la arrogancia o displicencia respecto de lo que sucede, o la supuesta superioridad de considerarse en otro lugar, dado a otras cosas, en diferentes ocupaciones, puede considerarse un modo de resistente fuga, pero podría ocurrir que no fuera sino un modo más de complicidad.

Resistir es hacer del vivir  un arte, el de irnos produciendo, ocupándonos de nosotros mismos, pero no por desconsideración con lo demás y los demás, sino como modo de crear formas de existencia e inventar posibilidades de vida. Resistir será en tal caso la producción efectiva de esa existencia, no solo una manera de cargar con ella. Empieza por no dejarse llevar por lo más fácil, por lo más inmediato, por lo más habitual, por lo más convencional, simplemente por ser más llevadero. La resistencia es muy exigente, muy singularmente para con lo ya acomodado y ha de cultivarse como insurrección también para con lo que nosotros mismos damos por hecho, sin problematizarnos. En definitiva, no hemos de adoptar como válido algo por haberlo sido.

Ahora bien, podríamos sentirnos desbordados, encerrados bajo control en espacios supuestamente abiertos, aparentemente muy razonables. Cabría en tal caso suscitar acontecimientos, siquiera mínimos, ínfimos movimientos que escapen a esa situación, que ofrezcan posibilidades de existencia, que concreten vida. No basta entonces con dejar constancia de lo que sucede, se requiere propiciar nuevas coyunturas y oportunidades. No es suficiente con deletrear más o menos airadamente lo que ocurre, deviniendo simplemente comentaristas atrevidos. No hemos de ignorar hasta qué punto somos capaces de limitar nuestra actitud a un asentamiento en el temor, que permitiría que tamaña resistencia fuera reducida por cualquier discurso que se presentara con el rostro presuntamente ecuánime y con ostentación de alguna sensatez. 

Reconocer que resistir implica cierta impugnación conlleva no rendirse a la voluntad propia de imponerse o a la de considerar que es a uno a quien corresponde calificar y descalificar  permanentemente las actitudes ajenas, o juzgar sobre su pertinencia, o expedir certificados de idoneidad. Resistir exige no apropiarse de la palabra. Y aún más, también ha de devolverse a los márgenes. Foucault diría que es cuestión de restituirla a lo que de una u otra manera  presentamos, a veces interesada y acríticamente, como anomalía, como enfermedad, o reducimos a trastorno, alteración o locura, o destinamos al silencio. Resistirse a esos discursos sin aparentes fisuras es abrir otros espacios para el decir. Si problematizamos realmente esas estrategias de fuerza, que soportan tantos tipos de saber, entonces resistir es participar en la formación de una voluntad política, más o menos explícita. Quizá de una política otra. Y aquí ha de hablarse más de una pertenencia a un desafío o de un arrojo que de una posesión, de un estilo de vida que de una manera de sobrellevarla.

Ángel Gabilondo, Resistir, El salto del Ángel, 22/10/2013

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