Artur Mas i Carl Smitt.

¿Son las urgencias lo más adecuado para conseguir de una manera razonable deshacer el embrollo en el que ha terminado derivando la situación actual? ¿Es el momento de máxima exaltación patriótica, en el tricentenario de 1714, el mejor momento para realizar la consulta? ¿Por qué no se abre un debate auténticamente libre y plural acerca de las ventajas e inconvenientes de las diversas posibilidades de relación entre Cataluña y España, en vez de criminalizar como propaganda del miedo cualquier dato (por más alta autoridad europea que sea quien lo proporciona) que contravenga el panorama idílico con el que pretenden persuadir al pueblo de Cataluña de las bondades de la secesión? ¿Por qué se opta por la agitación y propaganda (con los medios de comunicación públicos convertidos en dócil correa de transmisión de las consignas oficiales), por la fractura entre amigos y enemigos, sabiendo las nefastas consecuencias que ello tiene para la convivencia?

No creo que el señor Mas haya leído a Carl Schmitt, aunque a veces da esa impresión. Al igual que él, parece creer que: “La decisión es lo opuesto de la discusión”. Como él, se diría que considera a la democracia liberal una insufrible conversación sin fin, convencimiento del que extrae la conclusión de que hay que dedicar el mínimo tiempo a hablar y el máximo a decidir. Sobrecoge la nerviosa irritación, en la frontera del matonismo, con el que el coro de palmeros mediáticos (por usar la feliz expresión que Javier Pradera dedicaba a los comentaristas afines a Aznar) del actual president de la Generalitat responde a las demandas, tan justas como razonables, de que no haya cancerberos a la entrada del ágora, de que pueda ejercerse lo que los griegos llamaban isegoría, esto es, la igualdad de todos en el derecho a la palabra.

No se vaya a interpretar lo anterior en el sentido de que cuestiono la condición democrática de nadie. A fin de cuentas, también Carl Schmitt reivindicaba la democracia. Solo que, en su caso, la verdadera noción de democracia no era la de un Gobierno donde la autoridad política se hallara legitimada a través de un proceso de discusión pública fundado en argumentos racionales, sino en una profunda —casi mística— identidad entre gobernados y gobernantes, el pueblo y sus representantes. Por su parte, el 29 septiembre de 2013, Mas pronunciaba las siguientes palabras: “El mensaje es este: dentro de Cataluña cuanta más piña mejor, porque adversarios ya los tenemos fuera. No es necesario que nos convirtamos en adversarios aquí dentro”. Curioso paralelismo, ¿no les parece?

Manuel Cruz, Obsesión por decidir, aversión a debatir, El País, 22/10/2013
 http://elpais.com/elpais/2013/10/16/opinion/1381948293_009223.html

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