Què és la bogeria?

La determinación de la locura como estado de un individuo (que no es únicamente un diagnóstico) depende de una discriminación previa, de enormes implicaciones: la distinción entre lo normal y lo patológico, que nunca está demasiado clara para nadie; más aún, que requiere del reconocimiento de ciertos signos en la conducta psicótica, a menudo encubiertos o disimulados o simplemente desplazados por otros signos, considerados normales. A esto se añade que la condición del loco presupone la exclusión absoluta, no solo de sí mismo y de su naturaleza más íntima con relación al mundo “cuerdo” sino además la exclusión de quien lo trata o lo observa. El loco construye en torno de sí una fortaleza inexpugnable. Por eso resulta tan difícil representarse qué es la locura: quienes no están locos solo alcanzan a ver en ella una confusión insondable que no obstante tiene sentido para el loco. Y, como no estamos en condiciones de representarnos una confusión con sentido, cuando requerimos del psicótico que sea capaz de sustraerse a ella y reconocer su dolencia, es decir, saber que está loco, le pedimos algo imposible: que se desprenda de lo que es o siente y asuma el discurso del otro; le obligamos a ponerse un traje de alquiler que, por definición, por fuerza ha sido pensado para otro.

Lo habitual en los estudios acerca de la psicosis, en cualquiera de sus formas, tanto da que sean crónicas o testimonios, tratados de psiquiatría o ejercicios literarios, es la perplejidad y la fascinación y la incierta relación entre ambas. Un primer acierto de Darian Leader (¿Qué es la locura?, Sexto Piso, Barna 2013) es haber abordado la cuestión de la locura desde el núcleo mismo de esa incertidumbre que despierta su naturaleza. ¿Qué es la locura? Para describirla solo contamos con conjeturas comprobadas a medias puesto que la versión que da el loco a menudo suele ser una actuación, pero casi nunca un discurso coherente. Un segundo acierto es haber dejado a un lado la idea relativista según la cual la locura es una conducta plausible o “razonable” que nuestras convenciones no consiguen descifrar ni integrar y acaban por excluir, por extravagante o antisocial. No, la locura no es una rareza sino una enfermedad cruel y muy dañina para quien la sufre y para quienes entran en contacto con ella. Y un tercer acierto de Leader es haber sabido sustraerse al ideal de la normalidad química que hoy en día es hegemónica en la psiquiatría y que cifra en la farmacopea el logro de la estabilidad psíquica a cualquier precio; y haberlo hecho sin por ello descalificar, como hacen la mayoría de sus colegas psicoanalistas, a las drogas antipsicóticas. Y, por último, haber reparado en la quiet madness, la locura callada o embozada que permite a muchos psicóticos desempeñarse, a veces con eficacia, en toda clase de situaciones complejas: formar una familia o una pareja, escribir tratados o novelas, dirigir una empresa, integrarse con habilidad en un equipo de trabajo o tramar durante años, hasta los mínimos detalles, un asesinato masivo como el de Breivik en Noruega y llevarlo a cabo, con precisión, absoluta frialdad y sin atisbo de remordimiento. 

Ocurre que la exclusión del loco no consiste solamente en organizar su marginación con ayuda de la psiquiatría tradicional, sino en la negación de sus síntomas, a lo que contribuyen, por una parte, los resabios de la antipsiquiatría de los años sesenta y, en las antípodas, el optimismo farmacéutico, que todo lo reduce al milagro que producen un puñado de moléculas más o menos bien administradas. 

Por desgracia, la locura conserva intacto el enigma de su naturaleza y “razón”, la experiencia de un individuo que vive quizá demasiado próximo a lo real, tanto, que no puede destacarse de ello, no puede simbolizarlo y menos aún comunicarlo. Un individuo con su persona —que también es una máscara— atrapada detrás de una máscara de hierro, como la del solitario habitante de la Bastilla de la novela de Dumas, que carga no solo para ocultarse de los demás sino para no verse a sí mismo. 

Enrique Lynch, Oh, razonable sinrazón, Babelia. El País, 26/10/2013

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