El poder de les agències qualificadores.
En un irónico artículo aparecido en el New York Times, Calvin Trillin explicaba cómo los zopencos de su clase, hace varias décadas, se veían obligados a iniciar su carrera en Wall Street: los bancos les ofrecían una perspectiva aburrida y una remuneración simplemente moderada. Con el tiempo, Wall Street se convirtió en un lugar más excitante y estimulante (sobre todo con el pago de sueldos jamás soñados). ¿Y a dónde fueron entonces los zoquetes de la clase? "Los tipos que no pueden tener un empleo en Wall Street se van a trabajar a Moody's", dice un directivo de un fondo de inversión que solía trabajar para Goldman Sachs en The Big Short, uno de los excelentes -y divertidísimos- libros de Michael Lewis.
La lista de culpables de la crisis actual es extensa. Bancos irresponsables, reguladores incompetentes, banqueros centrales torpes, especuladores (sin más) y, por cierto, ciudadanos que pedían créditos alegremente mientras la burbuja se hinchaba en Florida, en Reikiavik, en Dublín y entre el Cabo de Creus y la desembocadura del Guadiana. Pero las agencias de calificación de crédito han jugado un papel protagonista tanto en la hipertrofia de los mercados financieros a lo largo de los últimos 20 años, como, sobre todo, en este drama inacabable que empezó con la crisis financiera estadounidense -en la que las agencias convirtieron las hipotecas subprime y otros ingenios bancarios en una trampa atrapamoscas otorgando la máxima calificación de riesgo a productos que ahora se consideran basura, y además aceptando encargos remunerados para que esos productos tóxicos tuvieran la máxima nota-, y se ha transformado en una crisis fiscal europea de difícil solución e incierto final.
Las agencias constituyen un cartel opaco y sumamente poderoso: las tres grandes (Standard & Poor's, Moody's y Fitch) controlan más del 90% del mercado de calificaciones de empresas y países. Y son las propias instituciones políticas y los bancos centrales quienes les dan fuerza: el BCE en Europa y la Reserva Federal en Estados Unidos exigen sus calificaciones crediticias para todo tipo de entidades si quieren operar en la ventanilla del banco central. En realidad esas notas de solvencia son una buena idea: deberían contribuir a mejorar la información que hay en los mercados sobre un determinado producto financiero o la deuda de un país. Deberían servir para anticipar situaciones de peligro, siempre que enseñaran tarjeta roja y rebajaran la calificación de un país que no va bien (o una empresa o un banco) mucho antes de lo que suelen hacerlo. Lo que ocurre es que hacen otra cosa y a veces son los últimos en llegar. Las agencias de calificación mantuvieron una calificación de notable para la deuda de Lehman Brothers hasta el día de su espectacular bancarrota.
Las agencias han fallado justamente en el aspecto de anticipar el peligro desde hace tiempo: desde el escándalo de Enron a la quiebra de Venezuela, y más recientemente desde el incendio subprime hasta la crisis fiscal europea. "No vieron llegar la crisis por ningún lado y ahora se dedican a hacer el problema más grave con una sucesión de rebajas de las calificaciones exageradas para no perder más credibilidad", explica José Luis Alzola, del Observatory Group. En opinión de Guillermo de la Dehesa, presidente del Center for European Policy Research, las agencias "tienen un serio problema y es que no responden de su información equivocada como lo hacen, por ejemplo, los auditores que dan fe de la bondad de las cuentas auditadas. Están dadas de alta como periodistas financieros, protegidas por la libertad de expresión refrendada por una enmienda de la Constitución de Estados Unidos. Pero, al mismo tiempo, sus ingresos provienen de haber conseguido una licencia dada por los reguladores financieros públicos para llevar a cabo dicho servicio público de suministro de información independiente y veraz en un régimen de oligopolio".
Las calificaciones van siempre a la zaga de la realidad. Con la crisis bancaria de 2007 y 2008, las agencias no reaccionaron hasta que la catástrofe ya estaba allí. Lo mismo ocurrió en el caso de Grecia o en el de BP. "La lista podría prolongarse indefinidamente; no son capaces de analizar y pronosticar con objetividad, y agravan las crisis. Trabajan directamente para la economía de la especulación: cuando la crisis ya ha estallado, no tiene sentido rebajar la calificación, porque entonces el país o la empresa en cuestión descienden otro peldaño hacia el abismo. Con ese mismo efecto procíclico elevan la nota cuando una empresa o un país se han recuperado", describe el economista y director de un hedge fund Max Otte en La crisis rompe las reglas.
Portugal es el último ejemplo de ese rosario de acontecimientos que ha puesto a las agencias en el disparadero. Moody's rebajó ayer cuatro escalones de golpe, hasta bono basura, la deuda portuguesa y devolvió la inestabilidad a los mercados a pesar de los esfuerzos de Grecia por cerrar su crisis política y de Francia y Alemania por involucrar a los bancos en el pago de la factura. Las agencias elaboran sus calificaciones mediante "una revisión y un análisis exhaustivos de todas las circunstancias relevantes para una evaluación objetiva". La anterior rebaja se había producido a mediados de marzo, por el futuro incierto de la economía portuguesa y la inestabilidad política. Desde entonces, prácticamente no ha variado nada: el cambio en el Gobierno se ha hecho sin traumas, y el nuevo Ejecutivo tiene una mayoría suficiente para acometer las reformas estructurales que solicita Moody's en cada uno de sus informes.
Moody's justificaba ayer su decisión por el hecho de que cree que Portugal necesitará un segundo rescate: no podrá volver a los mercados, como no va a poder Grecia, y además en ese segundo plan Europa exigirá -una vez más, como en Grecia- que la banca pague parte de la factura. Las agencias siguen apostando fuerte en el pulso con Europa acerca de que la reestructuración voluntaria de la deuda sea o no considerada suspensión de pagos: de eso depende el contagio de la crisis fiscal de nuevo hacia el sector financiero. La rebaja de Moody's lo complica todo y supone una suerte de profecía autocumplida: al bajar la nota cuatro escalones de golpe alerta del riesgo de Portugal y eleva de golpe los tipos de interés en los mercados de deuda, lo que hace más difícil el acceso de Lisboa a los mercados y supone una invitación a los especuladores -vendedores en corto, hedge funds y demás- que mete a Portugal en una especie de círculo vicioso.
A todo esto, Europa sigue con un manejo de la crisis que raya la incompetencia, el BCE continúa reclamando las notas de las agencias para sus operaciones y la Comisión Europea se plantea un nuevo cambio en la regulación relativa a estas compañías para otoño (como pronto), después del nulo efecto de los anteriores cambios regulatorios. Eso sí: a las críticas del país afectado (en este caso Portugal) se añadían ayer las de otros muchos países europeos, que ven cómo la rebaja de la solvencia portuguesa echa gasolina en el incendio fiscal del Viejo Continente. "Hay que acabar con el oligopolio de las agencias", ha dicho el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. La canciller Angela Merkel advirtió ayer que no debería otorgarse demasiada importancia a la valoración de las agencias. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, ha vuelto a reclamar la creación de una agencia europea. No puede evitarse cierta sensación de déjà vu: cada vez que una de las grandes agencias da un mazazo ante el más mínimo indicio de una posible salida para la crisis europea surgen esas críticas europeas como una sola voz, que contrastan con la gestión difusa del incendio fiscal europeo.
Bruselas carga hoy con toda la artillería contra Moody's. Pero en su nota de ayer sobre la rebaja de la nota de solvencia de Portugal, Moody's da en el blanco en una cosa: vincula esa rebaja y todo su pesimismo con respecto a Lisboa al modo de hacer política en la eurozona. Touché.
Claudi Pérez, El escándalo de las calificadoras, El País, 07/07/2011
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