Democràcia versus globalització.

Actualmente la democracia está metida en apuros. Los problemas acuciantes, más sustanciales de la humanidad son de una naturaleza global: desde el deterioro del medio ambiente hasta las enfermedades pandémicas; desde las crisis financieras hasta el terrorismo, desde el crimen organizado hasta las migraciones en masa. El Estado-nación ha dejado de estar equipado para afrontar eficazmente estos problemas; y sus obstinadas reivindicaciones de soberanía resultan cada vez más patéticas.

Por otra parte, la denominada comunidad internacional, pese a haber desarrollado algunas normas y algunas instituciones (el derecho internacional, las organizaciones multilaterales) ni ha estado dispuesta decididamente, ni ha sido capaz ni los será en un futuro próximo, de desarrollar nada parecido a una “democracia global”. La democracia nació en el seno del Estado-nación, y parece muy difícil, tanto en la teoría como en la práctica, romper el vínculo original entre la democracia y el Estado-nación. La consecuencia es una sensación de irrelevancia, y la búsqueda de fórmulas no democráticas, sino tecnocráticas, que podrían resultar más adecuadas a la hora de afrontar los sobrecogedores desafíos de nuestro mundo globalizado.

En términos de relaciones internacionales, lo que en realidad parece estar imponiéndose es una especie de “aristocracia” (o más bien oliarquía) estructurada en grupos de países que son “más iguales”: desde los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas hasta el G8/G20. Desde luego, no la democracia. Al mismo tiempo, la gobernanza mundial también es el producto de una interacción enormemente antidemocrática, y habitualmente muy poco transparente, entre los principales actores no gubernamentales, las grandes empresas multinacionales.

Roberto Toscano, Ocho preguntas sobre la democracia, Claves de razón práctica nº 213, Junio 2011