Memòria humana.
La memoria humana no se parece a la de un ordenador. El ordenador almacena los datos en una carpeta o directorio, y establece un camino específico en el mapa jerárquico del sistema para invocar los contenidos de su interior. Para nosotros, cualquier fragmento cercano a esa memoria —un olor, una palabra, un sonido, un lugar— es capaz de invocar una memoria de manera involuntaria y a menudo violenta. Cualquiera que haya sufrido una pérdida o una ruptura amorosa sabe que la memoria es contextual, emocional y sinestésica. Se invoca por asociación. Se expande en todas direcciones. Ni el nuevo chip cuántico de Google es capaz de imitar lo que nosotros hacemos sin querer.
Las técnicas de nemotecnia explotan esa naturaleza contextual de la memoria humana. Mi amigo más memorioso es un mago que usa asociaciones visuales, auditivas o emocionales para recordar nombres, cartas, códigos y fechas de manera infalible durante sus espectáculos. Otros establecen patrones o estructuras significativas donde almacenar la nueva información. El famoso palacio de la memoria consiste en crear un espacio mental estructurado donde almacenar información. La biblioteca es ese palacio. Es más fácil recordar lo que hay dentro si sabemos dónde está. “El alma nunca piensa sin una imagen mental —dice Frances Yates en El arte de la memoria— la facultad de pensar piensa en sus formas a través de imágenes mentales. Nadie podría aprender o entender algo si no tuviera la facultad de percepción; incluso cuando piensa de manera especulativa, debe tener alguna imagen mental con la que pensar.”
Marta Peirano, Una biblioteca ordenada, El País 06/01/2024
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