Jamás duró una flor dos primaveras.





Nihilista sería hacerse cargo del duelo cuando lo querido, amado o creído no puede mantenerse. Pensar que no vale la porfiar por lo que inevitablemente nos dejará o no pueda conservarse sino lo fuerzas o violentas. Resignarse a la pérdida y esperar que tarde o temprano otro amor, otra idea u otra creencia ocupará su lugar. No creer que la nada sea algo, sino más bien que no es nada. Así que vive con despreocupación por lo que no existe y de lo que de un sombrero, nada por aquí nada por allá, pueda salir: saber que solo será una simple ilusión.

No nihilista, evidentemente, sería lo contario. Soñar que lo perdido o lo que está a punto de perderse puede ser restituido como sea. Poner todo el empeño para que esto no suceda, no importe lo que se haga para retenerlo o lo recuperarlo. Estar dispuesto a usar la fuerza, incluso dar la vida o quitarla si es preciso. Vivir en un sinvivir, bajo la amenaza eterna de la nada, del abandono, de dejar de ser lo que se es para no ser nada, de lo que en su momento desaparecerá ineludiblemente para siempre. Preocuparse de todo,
porque finalmente acabará en nada. De vivir de ilusiones.

Para hacerse una idea de lo que concibo como una actitud nihilista os dejo con una canción de Rocío Jurado, que en paz descanse, y que haría las delicias d’Emmanuel Todd.

https://www.youtube.com/watch?v=ze-FnTOONUE


Manel Villar

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